sábado, 21 de agosto de 2010

La riqueza que hace feliz al corazón

— ¿No te das cuenta, Christian, que con lo que hablas demuestras espíritu de fariseo? Porque por más honrado e instruido que seas no reflejas la imagen de Dios, ya que para esto tendrías primero que comenzar a reconocer todas tus debilidades. O acaso no sabes que el hombre es débil por naturaleza, y mientras su carne no se rinda al espíritu de Dios, poco le servirá haberse instruido para vivir de acuerdo a la ley divina.
— Mira, Gonzalo –le contestó Christian–, yo lo que sé es que he vivido formalmente, por eso llevo una conducta irreprochable, y no soy como muchos que viven la vida alegre en sus placeres y ni siquiera les importa guardar su apariencia.
— Bueno –le contestó Gonzalo–, pero tu posición de aparentar ser buen cristiano tampoco es la mejor, ya que veo que te crees juez de todos los que no son como tú. ¿Sabes? Así jamás vas a despertar a la espiritualidad, que te haría ver tus defectos ya que eres muy soberbio, y éste es el mayor impedimento que no deja que te acojas a Dios como debería ser, para que puedas ir descubriendo tus debilidades y dejes ya de enaltecerte más de lo que mereces.
Y así hablaban Gonzalo y Christian cada vez que la situación así lo imponía. Ellos eran amigos desde la infancia, y aunque eran diferentes en su manera de ser, el destino era el que se encargaba de juntarlos para que se manifestara en algún momento de sus vidas el fin mayor que los uniría para siempre. Un día, al encontrarse juntos en un vecindario de gente muy adinerada, Christian le dijo:
— Estas personas deben sentirse muy bien consigo mismas ya que no pasan necesidades, por lo tanto estarán felices ya que tienen mucho dinero, ¿no lo crees así?
Gonzalo le contestó:
— Puede ser que lo sean pero no siempre es así, además el dinero muchas veces, en lugar que se convierta en una bendición en las manos de quien lo posee, puede ser él mismo el causante de nuestra desgracia, ya que lo podemos mirar y adorar como un ídolo si no lo vemos como una gracia del cielo.
— ¿Y por qué sucede esto? –le preguntó Christian.
— Porque muchos, erróneamente, piensan que sin él no valen nada.
— ¿Y acaso esto no es así?, –le volvió a preguntar Christian.
— Bueno –le contestó Gonzalo–, algún día entenderás cuando te dediques primero a enriquecer tu espíritu, para que entiendas que hay ricos que son muy pobres como hay pobres que son muy ricos, todo depende cómo se tome la vida, porque hay ocasiones en que alguien puede llegar a quedarse pobre por amor y seguiría sintiéndose rico aún más que antes.
Christian, al escucharlo, le dijo:
— ¿Qué quieres decirme con esto, que yo soy muy pobre en espíritu?
— No lo digo yo –le contestó Gonzalo–, sino es tu misma manera de hablar la que te acusa.
— ¿Mi manera de hablar? ¿Qué de malo tiene? La verdad que no entiendo la causa de tu reproche, porque siempre he tratado de buscar lo que era bueno para mí, y también me he preocupado en desarrollar mis talentos para sentirme bien conmigo mismo.
Gonzalo le contestó:
— Y me parece muy bien que te hayas preocupado en esto, pero lo que no has tomado en cuenta es que Dios te los dio, y no precisamente para que sólo te sientas bien sino para que pensaras también de alguna manera en los demás, así lograrías ver el sentido verdadero por el cual vivimos. ¿Por qué no meditas en esto?, para que orientes mejor lo que Dios te dio como inteligencia, así tus objetivos y tus valores serán ya otros, y la vanagloria que veo en tu persona, como piel pegada a tu alma, se irá desprendiendo ya de ti, porque entiendo que vives prendido a ti mismo ya que sólo obedeces a tu propio parecer y a tu propia voluntad. ¿O me vas a decir que esto no es cierto?
Christian, al verse ya desnudo en su alma y con cierta vergüenza ante las palabras de su amigo, todavía un poco altanero, le dijo:
— No sé por qué hago esto, pero me rindo. ¿Qué debo hacer, entonces, para pensar como tú y así llegar a vivir con la riqueza de tu espíritu?
Y mientras dialogaban, en ese momento vieron a un mendigo, que muriéndose de hambre les pedía pan.
Christian, al verlo, le dijo:
— ¿Por qué no trabajas, flojo?, para que así te ganes el pan de cada día como lo hago yo. Por eso no tengo necesidad de pedir a nadie nada.
Gonzalo, al ver la actitud tan dura que manifestaba Christian, le contestó:
— ¿Acaso sabes tú el motivo por el cual este hombre ha llegado a tal estado para que le digas flojo?
Y dirigiéndose al hombre, le dio una moneda para que saciara su hambre. Y prosiguió:
— ¿Sabes, Christian?, te falta mucha compasión para que te creas un buen cristiano.
— Pero si la tuviera qué ganaría, sino hacerme cada vez más pobre –le respondió Christian.
¿Acaso no sabes tú –le dijo Gonzalo–, que esta actitud, que engrandecería mucho tu alma, no te dejaría jamás en la pobreza? Es más, podría hacerte muy rico.
— ¿Cómo es esto?, –le preguntó Christian–, no entiendo.
— Para esto –le dijo Gonzalo–, tendría primero que llegar el reino de Dios a tu corazón, para que entiendas las palabras de Jesús, cuando dijo: “al que tiene se le dará más y al que no tiene lo poco que tiene le será quitado”.
Christian, sin entender nada de lo que hablaba su amigo, le contestó:
— Pero yo veo en esto una injusticia. ¿Por qué lo habrá dicho, entonces, Jesús? Definitivamente, debe ser por alguna causa que yo no entiendo.
— Y así es –le dijo Gonzalo–. ¿Sabes? El egoísmo es el que se encarga de empobrecer al que no sabe de compasión, mas al que sabe dar, su misma bondad lo enriquece y esto lo hace feliz.
— Bueno, eso debe ser –le respondió Christian en forma ya más humilde–, porque tengo que reconocer que con todas las cosas que he logrado en mi vida, no puedo decir que me siento feliz ni pleno. Quién sabe, me ha faltado vivir con más fe para que entienda los designios de Dios. Y yo que me creía ser un buen cristiano, creo que he estado muy lejos de serlo, de lo contrario hubiera sido feliz dando más importancia a la riqueza de mi corazón que a la de mi bolsillo.
— Qué bien que te estés dando cuenta de mis palabras –le contestó Gonzalo–, y es porque has empezado a abrirte a la espiritualidad y muy pronto sabrás aún más cosas de las que estás aprendiendo, cuando llegue el momento que el mismo Dios directamente te hable desde el fondo de tu corazón y podrás decir ya que llevas una conducta irreprochable.
Christian le contestó:
— Creo que estás en lo cierto porque he comenzado a percibir en forma diferente todas las cosas, como si una luz hubiera ingresado a mi mente y veo ya más claro. ¿Crees, Gonzalo, que así podré manifestar la imagen de Dios en algún momento de mi vida?, porque me siento un nuevo hombre.
— Así es –le contestó Gonzalo–, y lo eres, ahora sé que nuestra amistad prevalecerá para siempre porque ya nos une un mismo fin.
Y Christian, muy sonriente, le dijo:
— Y así será, amigo, así será –le volvió a decir cariñosamente.

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