sábado, 21 de noviembre de 2009

El sombrío corazón de Mario

Mario era un joven que estaba todo el tiempo lamentándose de su triste destino, por lo tanto, no podía apreciar ni siquiera los dones que Dios le había dado para que se desenvolviera en la vida con satisfacción y alegría. Tenía un amigo que se llamaba Mateo, al cual Mario admiraba mucho porque era muy solidario; además, trataba siempre de ayudar a las personas que por diferentes causas estaban tristes y sin ánimo de nada, eso hacía que su vida tuviera un mayor sentido y viviera feliz.
Un día, a Mario se le ocurrió llamar a su amigo Mateo y lo invitó a su casa, para que pasara unos días con él ya que se encontraba muy deprimido. Cuando llegó el día, Mateo, como siempre, se presentó muy alegre y con una sonrisa radiante, y viendo a Mario que se acercaba a él muy cabizbajo, le dijo:
― Hace tanto tiempo que no te veo, cuéntame qué te ha sucedido porque veo que vives con un corazón sombrío. ¿Será que has terminado por convertirte en un hombre negativo, como si fueras un ser que no tiene vista y que no puede apreciar todo lo bueno que existe a su alrededor? Porque si es así, yo te voy a enseñar en qué lugar vive actualmente tu corazón que está como muerto.
― ¿Eso es así?, –le preguntó Mario–, porque hace mucho tiempo que vivo con pesimismo, y no encuentro ni siquiera la causa por la cual podría dilucidar con mayor entendimiento la vida, y lo único que sé es que me estoy llenando de tormentos.
― Pero cómo la vas a ver si el tiempo se te hace corto pensando sólo en ti, o acaso te has puesto a pensar en algún momento, si alguno de los seres que tú conoces ha necesitado de tu presencia.
Mario le dijo:
― Si no puedo ni conmigo mismo, ¿cómo podría ayudar a otras personas? Porque siento que me faltan las fuerzas y adolezco de tristeza.
― ¿Sabes?, –le dijo Mateo–, lo que te sucede es que no has desarrollado en la espiritualidad, por lo tanto, el jardín de tu corazón ha quedado estéril.
― ¿Cómo es eso? No entiendo –le dijo Mario–. ¿De qué jardín me hablas? Porque los que yo conozco no tienen nada que ver con mi corazón.
Mateo le contestó:
― ¿Ves? ¿Pero cómo vas a entender si no has desarrollado tu vida interior? Por eso no puedes apreciar lo que es superior en ti. Pero no te preocupes, yo voy a hacer que vuelvas a reír como lo hacías de niño. ¿O no te acuerdas cuando todos los amigos en el vecindario jugábamos felices y contentos?
― Sí, a lo lejos lo recuerdo –le respondió Mario–, pero vamos, éramos niños y los niños sólo se preocupan en jugar, ¿o acaso piensan en el futuro como lo hacemos los mayores?
― Bueno –le dijo Mateo–, tienes razón, pero el futuro si bien es cierto es importante, esto no debe servir como obstáculo para que uno pueda vivir feliz y sin preocupaciones.
― ¿Y qué tendría que hacer, entonces, para que esto no me suceda, ya que en todo momento busco encontrar soluciones a mis problemas y no las encuentro?
Mateo le dijo:
― Y tú te has preguntado alguna vez, ¿cuál es la razón por la que piensas negativamente?
― No lo sé –le contestó Mario.
― Bueno –le volvió a decir Mateo–, como tú vives con una mente ensombrecida a la espiritualidad tu percepción interior está nublada, porque para ti sólo cuentan las cosas materiales. ¿O no te das cuenta que dentro de nosotros existe un universo maravilloso, que sólo se puede ver si es que llegamos a alcanzar un estado alturado, que es el que nos da todo sin que por ello tengamos tantas preocupaciones? Por lo tanto, trata de calmarte para que pongas en orden tus ideas, porque de lo contrario seguirás pensando en forma tonta. Sería mejor que vayas reconociendo los pensamientos negativos que se presentan como hierba mala, que aparecen sólo para destruir hasta la mejor siembra. Entiende, pues, todos los seres tenemos talentos, quien sabe algunos los tengan como perdidos porque tampoco desarrollan su espiritualidad. Pero si tú pones importancia a las cosas que te estoy hablando podrías ir desarrollando tu potencial, y te aseguro que florecerás, y tu corazón dejará de ser un corazón sombrío, porque el giro que le darás a tu vida será totalmente diferente a la vida que llevas.
― ¿Y qué debo hacer, entonces, para que esto me suceda?, –le preguntó Mario–, porque tú me hablas como si volviese a nacer en un nuevo amanecer.
― De alguna manera, sí –le dijo Mateo–, porque serás ya otro hombre que tendrá primero que renunciar al egoísmo, que fue uno de tus más grandes enemigos que se encargó de adormecer tu visión interior y no dejó que cumplieras tus metas.
― Sí, creo que así ha sido –le respondió Mario–, porque en algún momento pensé que yo pude ser muy talentoso pero egoísta, quien sabe esta situación hizo que yo viviera con pesimismo y con amargura.
― Qué bien que te estés dando cuenta –le dijo Mateo–, y seguramente debes haber sentido mucha soledad en diversos momentos de tu vida, porque el egoísmo es uno de los enemigos que se encarga también de aislarnos de los demás. ¿Y sabes por qué sucede todo esto?
― Sí, y ya me estoy dando cuenta de ello, en mi vida me ha faltado lo más importante y es la Luz que viene de Dios, para que uno pueda vivir con positivismo y alegría en el corazón.
― Así es –le dijo Mateo–, qué bueno que te estés reconociendo, dentro de poco tiempo verás que tu corazón se extasiará tanto como si viviese en un jardín de ensueño, y nacerán en él las hermosas flores del saber que son las que darán brillo y color a tu vida.
― ¿Eso es así? Porque qué hermoso sería que esto me sucediera. ¿Pero sabes? Después de todo lo que me has hablado estoy dispuesto a cambiar lo más pronto posible, porque así también podré dar aliento, estímulo y esperanza a los seres que necesitan que se les ilumine el corazón, para que no vivan tristemente en la sombra que tontamente yo hice vivir al mío.
Mateo, al escuchar a Mario que ya hablaba de alguna forma con la Luz de Dios, que es la que hace que la vida siempre se vea hermosa y positiva, sintió que él iba ya a cambiar su sombrío corazón, para que así viva el resto de sus días con alegría, conociendo que el hombre que llega a ser sabio en Dios podrá forjar con felicidad su destino.

sábado, 24 de octubre de 2009

El Mar que se convirtió en Rojo Sangre

Un día, un hombre salió a pasear y al ver a unos niños que estaban jugando les invitó a que se acercaran. Y como veía que uno de ellos tenía una gran soberbia, les dijo:
— Escuchen lo que les voy a narrar.
— Se cuenta de un mar que se veía grande y hermoso, porque siempre brillaba con el resplandor del astro rey. Todos los peces, grandes y pequeños vivían felices, buscando sólo el calor tierno debajo de sus olas porque era bueno y humilde. Pero un día, el mar, al ver que en sus olas, como manos que arrullan se hallaba la ternura, quiso también probar si en su voz se hallaba la dulzura. Y viendo que los peces, sin ser llamados a sus pies caían, empezó a sentir un poder que no le pertenecía. Entonces, se enfermó. De celeste cielo que era, fue cambiando de color a rojo sangre. Y los peces muy tristes empezaron a morir, porque el mar había embravecido.
Y una voz que le hablaba desde lo más profundo de su naturaleza, conociendo que al mar le faltaba sabiduría, le dijo:
— ¿Qué es lo que te ha sucedido?
El mar le respondió:
— No lo sé, pero estoy triste y malhumorado, porque siento que algo extraño ha ingresado a mí.
— ¿No crees que eso extraño que sientes en lo más profundo de tu naturaleza, se debe a que la soberbia ha ingresado a ti sólo para contaminar tu corazón haciéndote daño, no sólo a ti sino también a los demás? Porque tus pececillos, a los cuáles cuidabas con amor, al sentir tu cambio han empezado a morir dejando mal olor.
— ¿Será esta la causa por la que yo he perdido lo que me hacía feliz? ¿Pero por qué no me he dado cuenta?, –contestó el mar.
— Porque tú desconoces lo que existe en lo más profundo de tu naturaleza, y por esta causa, al presentarse diversas corrientes que no pudiste manejar, cambiaron tu cauce y esto ha he­cho que pierdas tu brillo. Por lo tanto, faltaste también a la autoridad divina.
— Debe ser así, porque ahora me encuentro muy apagado y efectivamente siento ya que no brillo.
— ¿Y sabes por qué te ha sucedido esto?, –le dijo la voz–. Porque perdiste tu humildad, que es la que nos hace brillar ante los demás, pero cuando te recuperes eliminando tu soberbia, volverás a iluminarte y todo regresará a su cauce normal.
El mar le volvió a preguntar:
— ¿Y cómo recuperaré mi brillo?, ya que ahora me encuentro tan confundido y no sé de qué forma volveré a ser el mismo.
— Lo recuperarás cuando te hagas verdaderamente consciente de lo grande que significa ser humilde, ya que esta es la sabiduría que hace que uno se convierta en un foco, que se prende entre las sombras y hace que hermosee su imagen.
— Entonces, trataré cada día de ser mejor, tomando muy en cuenta la autoridad divina que manda con la fuerza de la verdad. Y si algún día el Señor me da poderío, lo haré bajo Sus Leyes, las que me mandarán a edificar y no a destruir[1] la obra que Él quiso hacer en nosotros desde el principio, para que nos amemos como hermanos, sin olvidar que seremos ensalzados por Él sólo cuando nos hagamos humildes.[2]
De pronto, el mar, después de expresar lo que ya sentía en su corazón, comenzó a recuperar su color celeste cielo y su imagen brilló aún más con el resplandor del astro rey.
Cuando el hombre terminó de hablar, les preguntó a los niños:
— ¿Han podido observar con qué facilidad el hombre puede caer débilmente desviando el rumbo de su vida?
Los niños le contestaron:
— Sí, pero, ¿cómo hacer para que esto no suceda?
El hombre les respondió:
— Cómo, ¿no han comprendido bien el cuento? Sólo poniéndose bajo la dirección del Señor escucharán todo desde su interior. Así, el hombre no escuchará la voz que lo conduce al mal o lo desvía.

[1] 2ª Corintios 13:10
[2] Job 5:11

sábado, 12 de septiembre de 2009

José y su amigo Martín

José era un niño bastante triste y casi nunca se conformaba con lo que la vida le ofrecía, había crecido muy solo por cosas del destino, tenía pocos amigos y Martín era uno de sus preferidos, porque era alegre y eso le gustaba ya que le contagiaba su buen ánimo. Un día, José le dijo a Martín:
― ¿Por qué siempre se te ve feliz? En cambio yo, aunque me llene de muchos juguetes, no me siento muy contento.
― Bueno, eso no lo sé –le contestó Martín–, pero juguemos a ver si te alegras.
Entonces, Martín pensó jugar un juego de mesa, y sin perder tiempo se pusieron a jugar. Como Martín era quien llevaba la delantera, esto hizo que José se molestara mucho ya que era muy orgulloso, y se molestó tanto que no quería ni mirarlo. Martín, al ver lo molesto que se encontraba su amigo, le dijo:
― Vamos, José, en esta vida no siempre se gana, también hay que saber perder.
― Eso dices tú –le contestó José–, y juegues o no juegues, siempre se te ve sonriente.
― Bueno, si tú lo dices –le dijo Martín–, aunque es fácil sonreír, tú trata de alegrarte y verás que lo consigues.
Otro día, José fue a visitar nuevamente a Martín y lo invitó a pasear en bicicleta; Martín, muy contento aceptó la invitación y se fueron a un parque cercano a su casa. Mientras paseaban, vieron a un cieguito esperando que alguna persona caritativa se detuviera para ayudarlo a cruzar la calzada. José, al verlo, sin caridad se hizo el disimulado porque no quería truncar su paseo por nada. Pero Martín, como era caritativo, sintiendo compasión por el cieguito, se detuvo y lo ayudó. José, al ver la actitud tan buena y amable de Martín, se avergonzó pero no le dijo nada y siguió camino arriba.
En otra oportunidad, José volvió a buscar a Martín y le propuso hacer una cometa, a ver si así se divertían más. Martín, como siempre le gustaba complacer a sus amigos, aceptó y comenzaron a construirla. Mientras trabajaban en ésta, José le dijo:
― Ojalá que mi cometa pueda volar tan alto para que llegue muy cerca del cielo, a ver si eso me hace feliz.
― No creo que eso nomás te haga feliz –le dijo Martín–, además, si lo eres, lo serás por unos momentos, pero después, ¿qué? ¿Seguirás riendo?
― No lo sé –le contestó José–, pero me conformo si sólo es por un momento.
― Está bien –le dijo Martín–, pero mejor sería que buscaras también algo que te dé felicidad constante, para que puedas reír de verdad.
― ¿Y qué buscaría? –le dijo José.
Entonces, en ese momento apareció un ancianito pidiendo limosna para ayudar a unos niños que se encontraban sin hogar, porque una gran inundación los había destruido. Martín, sin pensarlo dos veces, lo ayudó con algo de dinero. José, al ver nuevamente la actitud tan noble de Martín, se sintió mal por lo que él no era solidario. Y pensando en voz alta, se dijo:
― Ya no aguanto más, en todo momento lo que más veo en este mundo son tristezas y calamidades, esto me hace sentir muy mal y siento como si todo en mí se tornara oscuro. ¡Qué pena!, pero sólo tengo dinero para comprar mis golosinas.
El ancianito, al ver la actitud tan egoísta del niño, y llevado sólo por su compasión que sentía por el mal proceder de él, le dijo:
― ¿Tú sabes, que lo más triste que le puede suceder a un hombre, es cuando lleva las calamidades muy dentro de sí? Porque éstas son las que se encargan que nuestro mundo interior oscurezca, y esto hace que no pueda ni apreciar que el mundo físico también es hermoso, si lo viera con otros ojos. Pero dime, ¿cuál es tu nombre?
― Yo me llamo José –le contestó el niño–. Y dígame, ¿de qué mundo me está hablando?, porque yo sólo conozco el que veo con mis propios ojos y realmente para mí no es nada hermoso, aunque usted diga lo contrario ya que no me hace sentir bien.
― Bueno –le contestó el anciano–, por el momento te pediría que me escuches con mucha atención para que entiendas sobre estas realidades espirituales, así te sentirás mejor, ¿qué te parece?
En ese momento, Martín, al ver que el anciano quería más que nada conversar con José, dijo:
― Yo los dejo para que puedan conversar con más libertad, y a ti, José, te veo más tarde, ojalá esta conversación te sea de provecho, ya me contarás.
El anciano, prosiguiendo entonces con la conversación, le dijo a José:
― Hace un momento escuché que te sentías muy mal, ¿sabes? Yo pienso que debes haber vivido sin bienestar ni alegría, por lo que ni siquiera te das cuenta que el mundo físico que te rodea también es hermoso, y Dios pone todo a nuestro alcance para que seamos felices sólo que tú no lo ves así, porque en tus actos no pones corazón que es lo que hace que nuestra vida lleve sentido y no se torne oscura. Por eso, Martín vive sonriendo en todo momento, imagínate que ahora estás viendo su rostro. ¿Qué ves en él?
― Veo su rostro radiante –le contestó José.
― ¿Y qué es lo que hace que se vea así?, –le preguntó el anciano.
― Eso no lo sé.
― Y si yo te dijera, que Dios podría cambiar tu rostro para que luzca como el de Martín, ¿qué me dirías?
― Por supuesto que le diría que sí, pero… ¿cómo haría? Porque Martín, fácilmente se conforma con lo que tiene a su disposición, en cambio yo cada vez quiero tener todos los juguetes del mundo que me fascinan.
― Tú deja nomás que Dios obre en tu persona –le dijo el anciano–, y en poco tiempo tendrás, quien sabe, todos los juguetes del mundo sin que por ello sientas angustias y preocupaciones. Si tomas importancia a estas palabras, se prenderá ya una pequeña lucecita en tu mundo interior, y lo que ahora no ves, poco a poco, a medida que la lucecita vaya creciendo, todo lo que te molesta adentro se te hará visible y te darás cuenta que lo que te movía era sólo el fruto de tu cabeza mas no del corazón, que es el fruto con el que Martín vive, por eso siempre lo ves radiante, y aunque recién lo haya conocido he visto en él una gran transparencia, que me ha permitido que en tan pocos minutos lo conozca a fondo. ¿Sabes? Otra es su alegría y ésta radica en la luz que lleva en su interior, porque es un niño muy bueno y solidario, en su rostro se dibujan todas las virtudes que debe tener su alma, pero como tú sólo le has dado prioridad al mundo exterior que te rodea, ahora vives dependiendo de lo que éste te puede ofrecer, pero tu vida sería otra si fueses más independiente a sus convencionalismos porque veo que también debes estar sujeto al qué dirán ya que todavía no llevas espiritualidad, pues no trates de buscar la felicidad donde no existe porque el que vive en el mundo sin Dios sólo ve sombras.
José, después de escucharlo, le dijo:
― ¿Qué podría, entonces, iluminar mi alma para que ya nada entorpezca el bienestar y la alegría que deseo sentir en mi corazón? Porque al menos estoy entendiendo que he vivido como si estuviese en una habitación oscura en la cual no veía nada, y por esa razón seguramente paro con inquietud, buscando en todo momento cómo calmar mi mente ya que ni paz tengo.
― Tú lo has dicho –le contestó el anciano–, estoy viendo ya que dentro de poco tiempo cambiará tu rostro porque estás reconociéndote. ¿Y sabes? Este es el primer paso que se da si alguien de corazón desea cambiar.
De pronto, José sintió que se le abrían los ojos del alma y con gran emoción exclamó:
― ¡Ahora me estoy sintiendo mejor! Yo creo que ya se me prendió la lucecita en mi corazón, porque acabo de ver toda la belleza que existe no sólo en el mundo exterior, sino también la de mi mundo interior y yo no lo sabía. Pero, ¿cómo hacer para que esta belleza se manifieste en mí?
El anciano le contestó:
― Ante todo, tendrás que dejar el egoísmo a un costado, para que puedas darle pase a la luz que te va a hacer feliz en todo aspecto, así irás desapareciendo todos los defectos que han deformado tu alma, como es el no ser solidario ni caritativo y otras cosas más que debes tener guardadas en tu interior. ¡Mira, que ya te estoy viendo sonreír y ya tu rostro ha cambiado! Dale gracias a Dios que ha permitido que esto te suceda, lo cual, pienso, es una gracia del Señor que ha venido a ti y Él sabrá por qué.
José, tras escuchar al anciano, le dijo:
― Y también le agradezco a usted y a mi amigo Martín, que de alguna forma han hecho que yo salga de la sombra en la cual he vivido sin darme cuenta, nunca más me mostraré indolente cuando alguien necesite de mi ayuda, porque si no se me apagaría la lucecita que ahora llevo como guía para no equivocarme nunca más de camino.
El anciano, al ver que ya había logrado su noble objetivo, se despidió muy contento, pero antes le dijo a José:
― Yo sólo he sido un instrumento en las manos del Señor, y en sus planes estaba que yo iba a conocerte algún día, como también a tu amigo Martín, siempre los recordaré.
José, al ver que ya llegaba la hora de despedirse, también le dijo:
― Sus palabras se han convertido para mí en una bendición, por lo tanto vivirán por siempre en mi corazón.
El anciano, después que terminó de escuchar las palabras tan sabias que ya salían de los labios de José, se retiró, pensando que esa lucecita, algún día se convertiría en una gran antorcha que iluminaría después los caminos de los seres, que inútilmente se pierden en la oscuridad de sus propios egoísmos.

jueves, 13 de agosto de 2009

Joaquín, el extraño

Joaquín, el extraño, como así lo llamaban los muchachos de su vecindario, era un niño huérfano, sus padres fallecieron en un accidente de tránsito cuando él aún era muy pequeño, y como no contaba con más familia fue entregado a un orfanato. Cuando cumplió siete años de edad, apareció como por encanto una mujer muy buena que deseaba adoptar un niño. Cuando Joaquín la vio, lo primero que observó en ella fueron sus ojos, ya que en ellos se dibujaba el corazón grande que tenía. La mujer, que se llamaba Anastasia, al ver que Joaquín la miraba con el deseo de que ella fuese la persona indicada para que se lo llevara a su casa, sin pensarlo dos veces lo escogió a él. Joaquín, al ver entonces, que su deseo se había hecho realidad, saltando de alegría y muy emocionado le dijo a Anastasia:
— Seguramente, Dios ha escuchado mi pedido, porque lo que yo le pedí era sólo una persona que tenga un gran corazón para que me pueda amar.
— Y cómo no amarte a ti, niño querido, si eres una hermosa criatura de Dios, y si así no hubiese sido, igualmente te habría amado –le contestó Anastasia.
Entretanto que dialogaban con gran alegría, cuando llegó la hora de la partida, Anastasia le dijo a Joaquín:
— Unos momentos más y conocerás tu nuevo hogar.
Y sin pérdida de tiempo, se dirigieron al lugar donde Joaquín iba a pasar los mejores años de su vida. Cuando llegaron, lo primero que experimentó Joaquín, fue la felicidad que ya le venía a su corazón como consecuencia de todo lo que estaba viviendo.
Después que se instaló Joaquín para comenzar su nueva vida, Anastasia le dijo:
— Joaquín, tú serás de ahora en adelante el hijo que no tuve, te daré la enseñanza en la cual fui instruida por Dios en el transcurso de toda mi vida, trataré de darte la mejor educación, y haré que seas un niño estudioso para que llegues a culminar en la escuela todas las ciencias que te enseñen en forma satisfactoria, para que más tarde seas una persona muy útil para la sociedad. ¿Estás de acuerdo con eso?
— Por supuesto que sí –le contestó Joaquín–, es más, ya quisiera empezar a hacerlo.
Y así sucedió, Anastasia, día a día iba trabajando en la persona de Joaquín, pero sin pensar que en algún momento él iba a tener ciertos problemas por lo que ya contaba con doce años de edad, y había comenzado a juntarse con unos muchachos que habían crecido de alguna forma con él en el vecindario. Un día, saliendo de su casa, los muchachos al verlo lo llamaron y le dijeron:
— Joaquín, que aburrido se te ve siempre, por qué no te unes más al grupo y verás cómo tu vida cambia, ya que todo lo que vives lo vives sin emoción ni alegría, por eso te vemos diferente como si fueras un extraño entre nosotros, te enseñaremos, pues, a divertirte de verdad para que tu rostro muestre más vida y pueda brillar como el de nosotros porque vivimos contentos.
Joaquín les contestó:
— ¿Y qué me van a enseñar para que yo sea igual a ustedes y pueda brillar?
— Sólo tienes que dejarte llevar por la emoción sin pensar mucho, de lo contrario podrías echarte atrás ya que todo lo que nos emociona lleva peligro.
— ¿Saben?, –les contestó Joaquín–, esas cosas no me interesan, además yo me siento feliz así, mejor hablemos de otra cosa.
Los muchachos, al escucharlo, con una sonrisa burlona por lo que no habían podido convencerlo, decidieron por el momento retirarse, pero antes le dijeron:
— Algún día cederás, ya verás, si no te quedarás solo y aburrido el resto de los días de tu vida.
Joaquín, al ver el poco afecto que le mostraron, al quedarse sin compañía quedó afectado y también porque lo veían diferente como si fuera un pobre extraño entre ellos, y lo primero que pensó fue ir a buscar a Anastasia para contarle todo lo que le había sucedido.
— Anastasia, ¿dónde estás?, –gritó desesperadamente–, ¿dónde estás, Anastasia?
— Aquí estoy, Joaquín, frente a ti, ¿qué te sucede que no me ves? Qué es lo que te trae así tan calamitosamente, porque en tus ojos veo confusión y angustia. ¿Quién ha sido el infame que ha pretendido matar tu alegría? Porque muerto nunca estarás ya que tu espíritu es muy fuerte, para que alguien así nomás te quiera derrumbar influenciando negativamente en tu persona.
— Bueno –le dijo Joaquín–, a ti no puedo ocultarte nada, Anastasia, ya que me conoces muy bien, pero de todas formas te voy a contar lo que me sucedió hace unos instantes.
Y así comenzó a contarle. Después que terminó de narrarle todo lo que le había sucedido, Anastasia le dijo:
— ¿Sabes, Joaquín? Son estos muchachos los extraños y no tú si ves todo desde el punto de vista espiritual, y las actitudes de ellos no muestran cordura. Por lo tanto no te preocupes, porque muy pronto te convertirás para ellos en un rayo bendito que se alimenta de la luz divina. Por esta causa, terminarás por iluminarlos ya que ellos viven bajo la sombra. Y lo que es para el mundo físico el sol, los que vivimos recapacitando en el mundo espiritual brillamos diferente, como si fuéramos un gran sol que sirve para iluminar los caminos sombríos, y si ellos ahora te ven como un extraño, más tarde te reconocerán en su propia persona cuando se identifiquen contigo.
Joaquín, después que escuchó las palabras sabias que salían de los labios de Anastasia, le dijo:
— Ya no me siento mal porque he comprendido que para Dios no cuentan las actitudes erróneas, sino lo que representan en el fondo de su corazón las personas.
— Y tú lo has dicho –le contestó Anastasia–, entonces, ya no te pondrás triste cuando veas algún muchacho que se dirige a ti equivocadamente, más bien lo ayudarás a que sea como tú, esto es lo que da gran satisfacción al alma y nunca dejes que nadie tenga la mala voluntad de poder cambiarte a su manera, porque el que es instruido con la enseñanza que da Dios, eso justamente es lo que nos hace muy fuertes para no fallarle. Entonces, nada ya te hará daño y usarás tu fuerza sólo para ayudar a aquel que te necesite y así no te quedarás jamás solo.
— Sí, Anastasia, eso haré. ¿Sabes? Te amo mucho, y por más que el tiempo pase no podré olvidarme de ti, porque ya vives en lo más hondo de mi corazón.
Anastasia, al escucharlo, se llenó de emoción y terminó diciéndole:
— Es el amor, hijo, el amor de Dios que hace que nos unamos unos a otros. Yo también te quiero mucho y espero que me recuerdes siempre desde donde estés.
Y se miraron, pensando que el destino de la vida algún día los separaría, pero sus almas quedarían permanentemente unidas de por vida.

viernes, 17 de julio de 2009

La amistad cuando toca el corazón

En una gran ciudad había un colegio que tenía como tarea fundamental inculcar la amistad entre sus alumnos, ya que consideraban que era muy importante que ellos se desarrollaran no sólo en el sentido intelectual sino también en lo espiritual, para que más adelante pudieran ver en su corazón más allá de sus propios egoísmos y ambiciones. Por lo tanto, se preocupaban de que tuvieran muchas actividades trascendentales y una de ellas era que los maestros sostuvieran conversaciones con sus alumnos, para que los llevasen a apreciar un mundo más justo y fraterno. Una tarde, Gabriel, uno de los alumnos menores que se encontraba con su amigo de aula Matías, al acercarse a su maestro, le comentó:
— ¿No es cierto, maestro, que el egoísmo es muy malo?
— Así es –le respondió el maestro–, y es la raíz de todos los males.
— Y así lo entiendo yo también –le dijo Gabriel–. Pero le voy a contar a usted lo que escuché el otro día a un niño que pasaba por la puerta de mi casa, pues éste le decía al otro: siempre te gusta comer de mis chocolates, ¿por qué mejor no comes tus galletas y dejas de molestarme porque me estoy quedando sin chocolates?
Y el otro niño, le contestó:
— Pero si sólo compartimos, porque yo también te invito de mis galletas. ¿Sabe maestro? Esa actitud me molestó.
— Así es –le contestó el maestro–, pero hay que entender que no todos los niños pueden ver la vida de la forma como la ves tú. Por qué mejor no buscas el remedio que pueda menguar sus debilidades y le enseñas con tus mismas actitudes.
Gabriel, al escucharlo, le dijo:
— Sí, a veces lo hago, y ellos cambian.
Y Matías añadió:
— Yo cuando escucho a mi corazón también hago lo mismo.
— Qué bien, muchachos, –dijo el maestro–, y para estas situaciones lamentables no existe mejor enseñanza que el mismo ejemplo.
Y mientras conversaban, dos niños más, los cuáles se llamaban Piero y Óscar, al integrarse al grupo le dijeron al maestro:
— Nosotros también enseñamos con el ejemplo y eso hace que los demás nos imiten para que sean mejores amigos.
— Qué bien –volvió a decir el maestro–, y no se olviden que siempre hay que ser prudentes, porque si es así verán cómo la amistad hace resplandecer el corazón del hombre cuando lleva como adorno a la prudencia, porque como les digo no todos piensan como ustedes lo hacen y hay que comprenderlos.
Gabriel, entendiendo, dijo:
— Sí, maestro, por eso a veces es mejor callar que seguir hablando porque también nos podemos equivocar.
— Sí, –dijo Matías–, y como todos no pensamos igual, mejor es comprender.
El maestro, al escucharlos, les dijo:
— Así es, y si no fuese así, la amistad no podría ir muy lejos si no estamos dispuestos a escucharnos unos a otros, para entender aún más sobre nuestros propios defectos. Por eso hay que valorar al amigo, ya que cuando camina a nuestro lado nos sentimos seguros y felices, cuando nos entristecemos nos consuela con su amor y si sentimos ira por algún motivo nos calma con su comprensión. Y como cubre nuestras necesidades y nos protege del peligro, debemos considerarlo como fuente de sabiduría y verlo como un gran tesoro.
— Así es, maestro –dijeron todos al unísono.
El maestro prosiguió:
— Y cuando alguien les hable sobre la amistad díganles que para ustedes es lo más grande y bello que existe en el universo. ¿Y saben por qué? Porque en el verdadero amigo no habita la sombra, su alegría es como el canto del ruiseñor y su ánimo no varía, por eso se le ve sonreír todo el tiempo aunque sólo entristezca con el dolor ajeno.
Mientras hablaban, sonó la campana del colegio, los alumnos que conversaban tan entretenidamente con su maestro tuvieron que despedirse, pero antes le dijeron:
— ¿Sabe?, siempre es agradable conversar con usted, maestro.
— Gracias –les dijo él–, y lo que más me alegra es el interés que muestran para aprender sobre estas cosas.
Y se retiraron.
Transcurrieron unos días, y Eduardo, uno de los alumnos que cursaba ya la secundaria, le dijo a su compañero de aula llamado Carlos:
— Carlos, quisiera contarte algo que me ha producido lástima.
— ¿Sí? ¿Qué es? –le preguntó.
— Bueno, te contaré, –le dijo Eduardo–. El día de ayer escuché a un grupo de jóvenes, que eran más o menos de la edad de nosotros, hablar de satisfacciones absurdas. Ellos conversaban en el jardín donde yo suelo ir a pasear frecuentemente. Y decían: a mí las personas no me dan alegría ni satisfacciones. ¿Por qué tenemos que pensar en ellas? Mejor pensemos en nuestras cosas materiales que nos fascinan tanto.
— ¿Eso escuchaste? –le dijo Carlos–, porque las cosas son sólo cosas inertes que no llevan vida como las personas.
— Claro –le contestó Eduardo–, y en ellas uno puede encontrar muchas cosas hermosas.
Un maestro que caminaba al paso, al escucharlos con mucha satisfacción por lo que hablaban, les dijo:
— Así es, y las personas tienen que sentir que ocupan una parte importante en nuestro corazón. Bueno, los dejo para que sigan conversando.
— No, maestro, quédese con nosotros, siempre es muy interesante conversar con nuestros maestros, sobre todo, porque nos enseñan también a través de sus propias experiencias.
El maestro, entonces, al ver el gran interés que le demostraban los alumnos, les dijo:
— ¿Saben, muchachos? Los que brindamos amistad estamos capacitados para dar sin esperar nada a cambio, y nos llena de felicidad el poder abrirnos como si fuéramos un buen libro que se abre sólo para ilustrarnos. Porque en la historia de cada hermano siempre hay algo bueno que contar y también algo triste que compartir para sacar de ello una enseñanza.
Eduardo, le dijo:
— Y que pena da encontrar algunos muchachos tan incapacitados de poder abrirse y expresar sus sentimientos.
Carlos añadió:
— Sí, y cuando esto sucede los acompaño y trato de ayudarlos como lo haría un amigo que acompaña no sólo en las alegrías sino también en las desdichas.
— Es muy bueno que razonen de esta forma –dijo el maestro–, porque si así pensaran todas las personas la amistad sería el gran motivo para transformar al mundo en un verdadero paraíso, y esto sería algo muy grande como es el mundo si lo apreciáramos en su creación divina, y quienes vean la amistad de esta manera, entonces, la apreciarán como una puerta que se abre sólo para dar amor y colmar de dicha nuestros vacíos, ya que en ella habitan los más nobles sentimientos. Por eso ustedes nunca dejen de ser como son, porque los seres que se pierden encerrándose inútilmente en la oscuridad de sus propias miserias, jamás podrán ver la luz que lleva la amistad cuando se le conoce.
— Así es, maestro, gracias a Dios que nosotros no somos así.
— Lo sé –les dijo el maestro–, y sigan creciendo en el amor de Dios, porque Él es el modelo perfecto y la mayor fuente de seguridad si queremos amar como lo hace la verdadera amistad, que nos convierte en antorchas encendidas para que veamos el camino que nos conduce a la felicidad auténtica, donde sólo vive el amor permanente y profundo.
Y mientras el maestro les iba hablando, notaron que otros alumnos más se habían integrado al grupo mostrando el mismo entusiasmo que los demás. Entonces, el maestro, antes de proseguir, creyó conveniente en aprovechar el momento para decirles:
— Mañana, después de la hora de estudio, todos se reunirán en el salón principal, ahí tocaremos otros temas. Por lo pronto les adelanto algo: pensamos hacer otra kermesse con la finalidad de poder reunir fondos para los niños discapacitados, que adolezcan de bajos recursos y no tengan cómo afrontar su situación, y también aprovecho para decirles que como ya se acerca la Navidad, vayan pensando en las canastas navideñas para los niños pobres. Para esto, habrá un taller especial para organizar de la mejor forma estas actividades.
— Claro, maestro –le dijeron todos–, y cuente con nosotros, para eso Dios nos ha dado a todos muchos talentos y hay que saber aprovecharlos también para el beneficio de los demás.
Y el maestro, antes de concluir la conversación, les dijo:
— Excelente, muchachos, sigan así para que más tarde sean como los jóvenes, que creciendo bajo el amparo del amor desinteresado, llegaron a ser grandes hombres y muy buenos amigos.
Y así sucedió tal como lo predijo el maestro.

Los abuelos y sus tres nietas

En una casa de campo, rodeada de lindos valles y praderas, vivían unos abuelos que eran muy alegres y amorosos. Tenían tres nietas: Ivana de seis años, Luciana de cuatro y Natalia de tres. A ellos les gustaba mucho compartir gratos momentos con sus nietas. Un día, Ivana les hizo una visita y se quedó a almorzar con ellos. Durante el almuerzo, ella les dijo:
— Abuelitos, quiero terminar rápido de almorzar para poder ir a jugar con mis muñecas.
La abuelita, entonces, al escucharla, aprovechó el momento para darle una enseñanza. Y le dijo:
— Ivana, ¿por qué eres tan impaciente? Todo tiene su momento, debes aprender que no siempre en la vida podemos hacer lo que queramos, y si somos pacientes, eso es más saludable y así nos volvemos más sabios.
— ¿Y cómo podría volverme más sabia, mamina?, como así la llamaban sus nietas.
— Sólo tienes que cosechar buenos frutos y entenderás mejor la vida, porque si esto haces nacerá en tu espíritu el fruto de la paciencia –le contestó la abuelita.
— ¿Los buenos frutos? –le preguntó Ivana –. ¿Qué me quieres decir, mamina? ¿Que tendré entonces que cosechar en mi espíritu manzanas, peras y todas las frutas que me gustan para ser sabia?
La abuelita, al escucharla, se sonrió por la pregunta tan inocente de su nieta, y le respondió:
— No, no es así, te explico. Por ejemplo, si tú siembras una semillita y la riegas, crecerá una hermosa flor. Así igualmente, si tú cultivas una semillita de amor en tu corazón, crecerá en ti una hermosa flor de bondad y mientras más actos buenos vayas dando a las personas, más hermosa crecerá tu flor hasta que conviertas tu vida en un jardín de amor. Lo mismo pasará con la paciencia.
Y mientras hablaban, a Ivana se le ocurrió preguntarle a su abuelo:
— Abuelito, ¿tú por qué usas lentes? ¿Será porque tienes muchas canas y ya estás viejito?
— Así es, Ivanita, y los lentes me ayudan a verte mejor.
— Y si ya estás viejito, entonces, ya te vas a ir al cielo.
— No, Ivanita, eso sólo lo sabe Dios, pero tú no te preocupes, porque el día que Dios me llame yo te estaré mirando desde el cielo para cuidarte.
— Entonces, abuelito, ¿te vas a ir con tus lentes?
— El abuelito, sonriéndose, le contestó:
— No, ahí ya no los voy a necesitar porque en el cielo hay mucha luz, y es tan hermoso como es la tierra si la sabemos apreciar bien.
Pasó una semana e Ivana, Luciana y Natalia vinieron juntas a visitar a sus abuelos. Éstos, al verlas, se alegraron, ya que siempre había felicidad cuando ellas venían. Luego salieron a la terraza del jardín, el sol se dejaba ver maravillosamente al caer la tarde, y Luciana mirando el cielo, les dijo:
— ¡Qué bonito es el cielo, abuelitos!
La abuelita le contestó:
— Tú también eres como un cielo hermoso.
Ivana, interviniendo, dijo:
— ¿Y la luna y las estrellas?
— Ellas son como un caminito de luz para que llegue la alegría cuando estamos tristes –le respondió la abuelita.
— Entonces, si nos dan luz, siempre estaremos alegres sin que la oscuridad de la noche nos asuste –dijo Ivana.
— Sí, porque a mí también me asusta la oscuridad –añadió Natalia.
— Les narraré un cuento para que entiendan mejor, ¿qué les parece? –les dijo la abuelita.
— Sí, mamina, nos parece bien –contestaron al unísono.
Y empezó:
— En una casona antigua y deshabitada, vivía un ratoncito que le gustaba más salir al aire libre cuando era de día, porque el sol le producía alegría, mas la noche no le gustaba porque la oscuridad lo asustaba. Y un pajarito que se encontraba en los alrededores, como sabía que la oscuridad le producía temor al ratoncito, al acercarse a él, le dijo: ¿tú por qué tienes temor a la oscuridad de la noche si también ella es hermosa? Sólo tienes que mirar a las estrellas que son bellas para que recuerdes que no tienes por qué temer, ya que donde hay belleza está Dios.
El ratoncito le dijo:
— ¿Esto es así?
El pajarito le respondió:
— Así es, y por eso debemos estar siempre alegres y sin temor, sólo tienes que mirarte más para que veas que en tu corazón también hay belleza, y como ahí está Dios también hay luz y la oscuridad de la noche no te debe asustar.
— El ratoncito, después que escuchó, se dio cuenta que si miraba la luz de Dios que había en su corazón, ya no tenía por qué temer ni estar triste.
Cuando la abuelita terminó de narrar el cuento, les dijo a sus nietas:
— ¿Han entendido el cuento?
— Sí –contestaron las tres–, y debemos estar siempre felices y bellas, y la oscuridad ya no nos asustará porque sabemos que en nuestro corazón está Dios.
— Así es –les dijo la abuelita–, y no existe mayor felicidad y belleza que la que da la bondad que viene de Dios. Esta es la verdadera belleza que hace iluminar nuestro corazón.
Transcurrieron como dos semanas, a la abuelita se le ocurrió juntar a sus nietas para que jugaran al teatro que tanto les gustaba, y como esto les desarrollaba más su creatividad decidió llamarlas. Cuando llegaron, después que la abuelita les comentó cuál era la intención que movía a su corazón, Ivana pensó en su prima Valentina.
— Mamina –le dijo–, ¿qué te parece si invitamos a Valentina? A ella le gusta también jugar al teatro y a veces me invita a su casa.
— Claro que sí –le dijo la abuelita–, ella es también prima de ustedes y la queremos mucho.
— Entonces, también invitaremos a Ana Lucía –añadió Ivana–, ella es la más pequeñita de todas y podría ser la bebita del teatro.
— Por supuesto –le dijo la abuelita–, excelente tu idea.
— A nosotras también nos gusta la idea –dijeron al unísono Luciana y Natalia.
La abuelita, al ver que sus nietas querían también participar con sus primas, les dijo:
— Ustedes son muy lindas y amorosas, esto les va a servir mucho en su vida, porque las personas que saben compartir con los demás sus momentos gratos nunca se quedan solas.
— ¿Esto quiere decir que siempre vamos a estar con muchas amiguitas?, –le preguntó Luciana.
— Así es –le dijo la abuelita–, y siempre vivirán contentas, y si son generosas mucho mejor.
Luciana volvió a decir:
— A mí me gusta compartir todos mis dulces con mis amiguitas.
— Y yo también comparto mis chocolates –añadió Natalia.
— Qué bien que sean así –les dijo la abuelita–, y nunca se olviden de los pobres, ya que ellos necesitan también de nuestra ayuda.
— Y de nuestro cariño –dijo Ivana.
Mientras conversaban con su abuelita, llegaron las invitadas.
— ¡Son nuestras primas! –exclamaron con alegría las tres.
Y como era de esperar se pusieron a jugar. Entonces, la abuelita, que ya había preparado el argumento, cuyo título era “La princesita amorosa”, a cada una les dio un personaje.
— Ivana, tú vas a ser la princesa, ¿te parece?
— Sí, mamina, me gusta el personaje.
— Luciana, Natalia y Valentina serán las hadas madrinas, ¿qué dicen?
— ¡Síííííiíí!
— Entonces, Ana Lucía que sea el angelito, ¿está bien?
— Nos parece perfecto –dijeron todas.
El abuelito, viendo muy sonriente como se divertían sus nietas, desde el sofá donde se encontraba descansando con un libro en la mano, les dijo:
— Yo voy a ser el espectador y crítico de la obra.
Las nietas, al escucharlo, dijeron:
— Está bien, abuelito, tú nos evaluarás.
— Entonces, empiecen para comenzar a aplaudirlas.
Y así lo hicieron.
La abuelita, que era la que había inventado la obra, se sintió muy complacida al ver que sus nietas con sus primas, habían disfrutado con gran alegría el personaje que les había asignado. Después que terminaron de jugar, las nietas con sus primas se fueron a sus hogares y los abuelitos, quedándose ya solos, empezaron a recordar los gratos momentos que habían pasado con sus nietas. Y dijeron:
— Y pensar que los años pasan tan pronto, en un abrir y cerrar de ojos las veremos ya jovencitas y nosotros recordaremos los momentos inolvidables de los días de su infancia, seguramente con nostalgia, porque ya no será lo mismo, pero nuestro amor hacia ellas nunca cambiará.
Y se abrazaron tiernamente.

viernes, 19 de junio de 2009

Teófilo y la Montaña Bienaventurada

— No sé, pero hoy día me he levantado con el deseo de hacer algo diferente y grandioso –le decía Teófilo a Ruperto.
Ellos eran dos hermanos que se buscaban, más que nada, para divertirse.
— ¿Y qué es lo que deseas?, –le dijo Ruperto a Teófilo.
— No lo sé –le contestó Teófilo–, tú sabes que siempre me ha gustado darle gusto a mis pasiones, sean las que fuesen. ¡Ah! Ya tengo una idea. ¿Por qué no volvemos a escalar montañas como hacíamos antes? Esta vez será diferente, porque ya somos jóvenes y podemos explorar mejor las montañas, a ver qué encontramos. ¿Te parece?
— Sí, me gusta tu idea –le dijo Ruperto.
— Y quién sabe, encontremos la montaña más alta del mundo, porque si logramos escalarla nos sentiremos orgullosos y muy poderosos con ello –le contestó Teófilo.
— ¿Por qué piensas sólo en enorgullecerte?, –le pregunto Ruperto. ¿Qué es lo que deseas demostrar?, porque yo solamente lo haría para divertirme.
Teófilo le respondió:
— Y yo también, sólo que me gusta sentirme poderoso con las hazañas que realizo.
— Yo sé que es bueno esforzarse y que uno se sienta orgulloso de sus méritos sin que por ello se pierda la humildad del corazón, pero lo que no es bueno es que te sientas poderoso y soberbio –le contestó Ruperto.
Mientras conversaban, no se dieron cuenta que las horas pasaban hasta que llegó la tarde. Y Ruperto, viendo que el día ya los había ganado, le dijo a Teófilo:
— ¿Por qué no esperamos hasta el día de mañana?
— No, por favor, Ruperto, –le contestó Teófilo–, tú sabes que soy muy impaciente, no me agrada tu idea.
Ruperto, al escucharlo, le dijo:
— Sí, y también eres egoísta, porque sólo piensas en ti sin que nada te importe. Bueno, vamos, pero primero cenamos.
Y mientras cenaban, como Teófilo se encontraba muy ansioso por lo que le ganaba el tiempo, cenó muy aprisa. Esto ocasionó que se indigestara, además como era insaciable, comió en demasía y terminó por dormirse. Y soñó que llegaba a una montaña la cual era muy hermosa, alta y blanca como la nieve. Al verla se quedó impresionado, pues jamás había visto cosa igual. Al acercarse sintió que un aire lo detuvo.
— Que raro –dijo–, ¿por qué sucede esto?, ya que no puedo avanzar.
Pero nuevamente insistió; sin embargo, por más esfuerzo que hizo, no pudo con el aire que salía de la boca de la montaña. Y poniéndose ya en una actitud muy triste y desesperanzada, volvió a decir:
— Creo que nunca la conoceré.
De pronto, la montaña comenzó a hablarle.
— No te pongas triste, muchacho, sólo tienes que esperar si deseas conocerme, ya que la causa por la cual se te ha detenido es que llevas tus pies muy sucios, y como están llenos de barro por lo que sólo vives pegado a la tierra, se te ha formado en ellos una carga muy pesada.
Teófilo, muy intrigado por lo que jamás había visto que una montaña le hablara, se dijo:
— ¿Será que estoy soñando?
Y dirigiéndose a la montaña, le contestó:
— Lo que me acabas de decir me suena como algo insólito, pero si así fuese, ¿qué debo hacer?, ya que lo que más deseo es conocerte. ¿Será que tengo que ponerme más ligero y dejar toda la carga que llevo?
— Así es –le contestó la montaña–, pero la carga a la que yo me refiero no es la que tú piensas, porque todo lo que llevas es útil para escalar.
— Entonces, ¿cuál es?, –le preguntó Teófilo–, cayendo cada vez más en la impaciencia.
La montaña, viendo la tonta actitud que presentaba Teófilo en ese momento, le dijo:
— ¿Por qué te pones tan impaciente? ¿No te das cuenta que esa actitud no te deja reflexionar bien? Además te has llenado de orgullo y muchas cosas más que llevas como carga en el corazón, las cuales son tus propias ambiciones. ¿Sabes? En éstas no vas a encontrar jamás algo grandioso ni poderoso, porque sé lo que desea tu corazón ya que te conozco desde tu nacimiento, sé todo lo que albergas en tu interior, y como no le tomas importancia a la reflexión estas pasiones desenfrenadas que te inquietan se están convirtiendo en tu mejor alimento. Y si quieres conocerme más, ante todo, tu actitud deberá ser diferente y no quisiera que tu arrogancia pueda envolverte, porque de la única manera que me conocerás será cuando te vuelvas humilde, paciente y misericordioso.
Teófilo, le contestó:
— Realmente, yo no sabía que padecía de todo esto, pero como te estás convirtiendo en mi más grande anhelo, trataré de escucharte lo mejor que pueda para no fallar.
La montaña le contestó:
— Si esto es así, deberás poner mucha atención con lo que te voy a hablar. Lo primero que tendrás que hacer es ir a lavarte los pies a un manantial cristalino, que se encuentra a 20 metros de donde me hallo. Sólo tienes que mirar bien para que lo veas, porque es muy transparente y a veces escapa a los ojos de los humanos.
Teófilo, tras escuchar a la montaña, sintió que de repente iba a ser muy difícil que algún día la conociera, pero se dijo:
— No, no deseo pensar así, me daría pena que esto suceda.
Y sin rendirse, trató de limpiar su vista para que nada la obstaculizara y siguió camino abajo. Y mientras caminaba de pronto vio un manantial hermoso y cristalino.
— Este debe ser el manantial al que me manda la montaña –dijo. ¡Qué hermoso y cristalino es!
Y al acercarse más, pudo confirmar lo que su corazón le anunciaba. Entonces, sin pérdida de tiempo, se dispuso a ingresar cumpliendo así lo que le había dispuesto la montaña. Cuando terminó de lavarse los pies, comenzó a sentir que andaba más ligero.
— Qué raro, –dijo–, me siento más ligero y mis pasos son más firmes y seguros. ¡Qué montaña tan sabia! Con razón yo caminaba pero me cansaba todo el tiempo, sin saber que mis pies estaban cargados, quien sabe, de inmundicia y yo no lo sabía.
Y mientras regresaba con el corazón lleno de alegría por lo que iba a conocer ya a la montaña tan ansiada, escuchó que ésta le habló nuevamente:
— Teófilo, todavía no puedes regresar, sé que has cumplido. ¿Pero sabes? Este es mi primer requerimiento, ahora te pediré que regreses nuevamente al manantial para que termines de limpiarte, una vez que lo hagas ya podrás venir a mí.
— ¿Seguro?, –le dijo Teófilo–, porque ya me está ganando nuevamente la impaciencia y no deseo ponerme mal.
— Pero esto no te conviene, –le dijo la montaña–, ya que si así sucede perderás todo lo que has avanzado, y quién sabe, ya no me conozcas.
— No, por favor, no me digas eso, de pensar sólo que te puedo perder tengo ganas de llorar.
— Entonces, no lo hagas –le respondió la montaña–, porque como te repito, esta forma de ser no te hace reflexionar bien.
Y Teófilo, dando ya más importancia a lo que la montaña le hablaba, comenzó a respirar muy hondo para tranquilizarse y así cumplir con el siguiente requerimiento que ésta le pedía para que se pueda acercar a ella. Y estando ya más ligero se dirigió nuevamente al manantial, e introduciéndose en él sintió una frescura relajante, y como era de esperar volvió a ver a la montaña. Cuando llegó, ésta le dijo:
— Veo que te has bañado, pero como no te has quitado la ropa que llevas, no estás completamente limpio.
Teófilo le contestó:
— Pero tú no me dijiste eso, además si fuese así, ¿de dónde iba yo a sacar ropa limpia, ya que me encuentro muy lejos de mi casa?
— No te preocupes, –le dijo la montaña–, al lado donde se encuentra el manantial, hay una casa celeste cielo. ¿Sabes? Es muy hermosa y brillante porque está revestida de los diamantes más puros. Cuando llegues a ella sola se abrirá porque ya estás limpio, y cuando ingreses vas a ver un hermoso vestido blanco, ese te pondrás. Una vez que te lo pongas, descubrirás que el vestido que te cubría había sido enlodado con tu propia desdicha, ya que sólo has vivido ambicionando sin encontrar en ello un mejor sentido.
Y Teófilo así lo hizo, fue a cumplir con el tercer requerimiento que le pedía la montaña. Cuando esto sucedió se puso muy feliz, y exclamó:
— ¡Qué hermoso vestido es este! Parece que ha sido diseñado con las piedras más costosas y brillantes del universo, porque siento que su resplandor me ciega.
Entonces, se dispuso a ponérselo. Una vez que lo hizo volvió a decir:
— Siento como si yo fuese un hombre nuevo que ha vuelto a nacer en otro amanecer y hasta mis gustos han cambiado.
Y mientras pensaba, con mucha alegría se dirigió nuevamente a la montaña. Cuando llegó a ella, ésta le dijo:
— Sé ahora que ya estás listo para que me conozcas, porque te está alumbrando la gloria de Dios, la cual hace que tus ojos resplandezcan en la humildad, en la paciencia y en la misericordia. Por lo tanto, seremos ya muy buenos amigos y compañeros y nuestra amistad continuará por toda la eternidad.
Y mientras Teófilo seguía soñando, el resplandor del amanecer lo despertó, y viendo que todo esto había sido un sueño, exclamó:
— Qué lástima que sólo fue un sueño pero ha sido muy hermoso, y es más, me ha hecho pensar en gran forma. Ahora me doy cuenta que existe en forma simbólica, una montaña bienaventurada que la llevamos muy adentro de nuestro ser, pero que puede crecer en forma diferente como es en algunos hombres, que cuando llegan a la cumbre de su propia montaña encuentran sólo a la soberbia, como así también se puede llegar a lo más sagrado que llevamos encerrado en el corazón.
Y quedándose ya conforme con lo que había comprendido, muy alegre fue a buscar a su hermano para descifrarle su sueño que lo había hecho cambiar de parecer.

jueves, 11 de junio de 2009

El Gorrioncito y la Jaula de Oro

En un campo muy florido y con muchos árboles silvestres vivía un gorrioncito de hermoso plumaje, cuando cantaba todos los árboles y las flores danzaban de alegría porque su trino era dulce y tierno. En la sencillez de su corazón había cosechado su encanto, todos en el campo lo tenían por transparente, franco y bueno. Pero sucedió que un día, un canario que volaba por el campo, viendo al gorrión con qué alegría cantaba, deleitando a todos los seres que bailaban al vaivén de su melodía, quiso él hacer lo mismo pero no pudo ya que en su corazón no había alegría. Entonces dijo:
— ¿Será que lo que lo hace cantar con tanta alegría, es porque se le ve un gorrión feliz, bueno y humilde? Qué envidia siento, porque si esto es cierto yo voy a hacer que cambie su manera de ser y lo haré como soy yo, porque lo convertiré en un gorrión amargado, egoísta, soberbio y ambicioso cuando comience a levantarle el ego, con el fin de que se le quite hasta las ganas de seguir viviendo. ¿Qué trampa le pondré para que la insana intención de mi corazón se haga real? ¡Ah! Ya sé, construiré con mis propias garras una jaula para regalársela, y la pintaré de dorado para que parezca de oro y se vea más hermosa. Así le gustará más y cuando le haga creer que la jaula le dará todo lo que tiene, pero en abundancia y otras cosas más, si la acepta, lo trasladaré a un mundo diferente del que ahora goza con la simpleza de su alma. Esto lo hará llorar cuando se vea atrapado en ella.
Entonces, sin pérdida de tiempo, el canario se dispuso a construir la jaula. Cuando terminó su obra maquiavélica, como era de esperar, fue a buscar ávidamente al gorrión hasta que lo encontró. Y acercándose a él tras el velo de una falsa amistad, le empezó a decir:
— ¿Sabes? Te he oído cantar y te felicito porque tu trino es muy hermoso, pero he visto que tú podrías ser más admirado por todos los del campo si mostraras tu encanto en esta jaula de oro. Si deseas te la regalo porque tú me caes muy bien. Además deseo ser tu amigo. ¿Qué te parece?
El gorrión le contestó:
— No hay necesidad de que me la regales si deseas mi amistad, pero lo que no entiendo es por qué causa mostraría más mi encanto, como tú dices, en esta jaula. ¿Qué misterio encierra?
— Bueno, te lo diré –le dijo el canario–. Como esta jaula llama mucho la atención por su brillo y lo hermosa que es, eso mismo hace que se les ilumine los ojos a quienes gustan sólo del lujo, y con mayor razón si dentro de esta jaula hay algo que la hace más deseable. Por lo tanto, su mayor atención serás tú ya que cantas tan bonito, y si te llevas de mi consejo cantando dentro de ella, te aseguro que obtendrás todo lo que deseas. Además, todos caerán rendidos a tus pies ya que te admirarán más por lo que te vas a mostrar elegantemente. Piensa en lo que te hablo y proponte cantar dentro de la jaula.
El gorrión, un poco consternado por lo que el canario le hablaba, le dijo:
— No comprendo con qué finalidad haces esto por mí, ¿pero sabes?, ya me empieza a gustar la jaula; es más, te haré caso y me pondré a cantar desde ahora dentro de ella, quien sabe así podré gozar de lo que jamás soñé en la tierra.
Y así lo hizo en los días que todavía la felicidad lo acompañaba, entrando y saliendo de la jaula cuantas veces quería. Pero con el transcurrir del tiempo, después que gozó de todo lo que el canario le había manifestado, eso mismo se volvió contra él, porque al sentirse ya preso por la ambición que lo embargaba para tener cada día más, como era de esperar la codicia se encargó de encerrarlo, hasta el punto que terminó por enfermarlo ya que se había convertido en un ser amargado, egoísta y soberbio. Y el canario, como sabía lo que le iba a suceder, tomó como punto de partida la amargura en la que el gorrión iba a caer para construir la jaula. Entonces, la hizo de tal manera, que cuando el gorrión llegara a sentirse totalmente desesperado por su situación, esa misma fuerza negativa que iba a brotar de su alma se iba a encargar de empujar la puerta de la jaula cerrándola para siempre. Cuando esto sucedió, dijo:
— Dios mío, ¿qué es lo que he hecho?, porque me siento encerrado dentro de mí mismo. ¿Cómo podré ahora cantar las hermosas melodías que brotaban de mi alma, si ahora ella se encuentra enferma? Y pensar que yo era un gorrión muy alegre, podía volar por donde se me antojara, me alimentaba de la misericordia de Dios. ¿Por qué fui tan tonto, Señor?, ya que no aprecié en su momento la riqueza que tú me dabas, como es la libertad en que podía vivir mi alma, sin desear nada de lo que más tarde me iba a enfermar, quien sabe yo no estaba preparado aún para obtener todo este beneficio, ya que me volví ambicioso y altanero. Ahora siento mi mente obnubilada y mi alma ya no goza ni con las estaciones del año, pronto me convertiré en un recuerdo olvidado. Así ya no quiero seguir viviendo, a no ser que se me abra la bóveda del cielo y pueda volver a ser lo que fui, un gorrión bueno y humilde, que se alegraba tan solo cuando veía feliz a los demás.
Y mientras dialogaba consigo mismo, comenzó a sentir que algo se abría en su interior. Y se dijo:
— ¿Será que se me está abriendo la bóveda del cielo, porque Dios ha tomado en cuenta mi arrepentimiento?
De pronto, una voz que venía desde muy adentro de su conciencia, le habló:
— Así es, y como te has arrepentido del desvarío en que has vivido nuevamente serás bendecido, y obtendrás mucho más de lo que el canario te dio con su jaula falsa, porque como se te devolverá la buena forma de ser que tenías, la riqueza que te vendrá de ahora en adelante será no sólo para ti, sino que pensarás también en los que no están en tu lugar para que los puedas ayudar.
El gorrión, después que escuchó a la voz, como ya había aprendido esta lección, extasiado se quedó cuando vio que la puerta de la jaula se hallaba ya abierta. Y reflexionó:
— Con razón empezaba yo a sentirme libre y como que una luz alumbraba ya mi mente. Ahora podré pensar mejor con una actitud más lúcida.
Y mientras hablaba con felicidad cantó más alto que nunca. Entonces, el canario, al escucharlo, apareció tan sólo para desearle su maldición, mas al gorrión ya no lo tocó. Y volvió a decir:
— Pobre canario, se ve que está muerto de rabia porque su trampa le falló, y yo voy a ser diferente a él, porque quiso cambiar mi manera de ser en forma insana y no lo logró, pero yo haré lo contrario a su propósito para que sea feliz.
Y muy contento bajó desde donde estaba para ayudarlo.

El León y la Gatita Mimosa

Érase una vez un león que andaba muy pensativo y triste, porque decía que a pesar de saberse el rey de la selva su vida era sólo un martirio, porque únicamente vivía para cazar a quien podía para satisfacer su gran panza que muy difícilmente se llenaba. Un buen día, apareció muy sonriente por el camino una gatita mimosa. Al león le llamó la atención ver a la gatita que caminaba sin ningún temor en un bosque de fieras. Y se dijo:
— Qué gatita tan despreocupada, ¿acaso no sabe que yo, de un zarpazo puedo matarla para comérmela?
Y mientras hablaba consigo mismo, de pronto vio que la gatita se acercaba a él con mucha educación y dominio propio. Y le empezó a decir:
— Cómo estás, león, porque te veo con el rostro fruncido y yo quisiera verte feliz.
El león, al ver a la gatita tan valiente y sonriente, eso le produjo curiosidad, y tanto fue que ni siquiera pensó en comérsela ya que venía con una gran hambre, pero más pudo la tranquilidad y la ternura con que la gatita se dirigió a él. Y después de observarla un buen rato, le dijo:
— ¿Tú acaso sabes si yo acostumbro hablarle a cualquiera que se me cruza por el camino? Qué presunción la tuya de estar acá a mi costado, hablándome como si yo fuera de tu estirpe y todavía me dices que me quieres ver feliz. ¿Acaso pretendes también conocerme?
— Aunque no creas, yo te conozco y sé también de qué pie cojeas. Mira, ahora mismo sé que estás hambriento y si no me agarras de un zarpazo y me comes, es porque te has sentido bien conmigo y tu corazón late más lento por lo que a mi lado te sientes con paz y sosiego. ¿O te atreves a desmentirme?
El león, conociendo que la gatita tenía razón, tratando de ocultar su bienestar por lo que era tan orgulloso y soberbio, le dijo:
— Qué te crees, gata zonza, ¿quién eres tú para que despiertes en mí tanta maravilla? Porque en toda mi vida lo que más he buscado es la paz de mi alma y no la encuentro hasta ahora. Y tú pretendes, acaso, dármela para que sea feliz, si ni siquiera he podido alcanzarla, yo que soy el rey de la selva, que nadie me puede tocar ni hacerme daño porque conocen la fuerza que llevo en mis garras, y todavía me temen. Cuando salgo de paseo, si tengo hambre voy a cazar y me alimento con la mejor presa, todo lo que deseo lo obtengo en el momento que se me plazca, sólo que con esto no alcanzo a tener paz.
La gatita, le respondió:
— Pero cómo vas a alcanzar lo que se gana con méritos que vienen del cielo, si yo veo que eres un león egoísta que se preocupa sólo de su panza, sin importarte a quien matas por ella. ¿Y sabes? No creo que en tu corazón albergues ningún remordimiento por lo que haces, ya que para ti esta clase de vida es la más natural y la mejor, aunque no satisfaga a tu alma. ¿O acaso me equivoco?
— ¿Qué remordimiento puedo tener yo? ¿Por qué me hablas tantas boberías?, –le dijo el león–, si todos en la selva sabemos que ésta es la única vida. Y como nos sentimos los más fuertes y poderosos, podemos hacer que todos se rindan a nuestros pies, porque esto nos infla de orgullo, y por último, si queremos abusar del débil, lo hacemos también sin que nada nos importe, y muchas veces no les queda otra opción que bajar la cabeza, demostrando respeto y veneración aunque no quieran.
— Sí, lo sé –le dijo la gatita–, y todo sucede porque en tu mundo de fieras no existe la compasión porque se vive sin amor, por eso tampoco hay justicia que es lo que más necesita el mundo si queremos vivir de acuerdo a la ley de Dios, pero lastimosamente a muy pocos esto les interesa.
— Sí, y yo soy uno de ellos –dijo el león–, porque también nadie fue justo conmigo.
— Pero tú no devuelvas mal por mal, ¿por qué no haces lo contrario a ver si te va mejor? –le dijo la gatita.
— Imposible que yo haga esto porque en mi alma siento resentimientos, y quien sabe, hasta me mueva la venganza contra aquellos que me hicieron daño.
— ¿Pero no has pensado –le dijo la gatita–, que si perdonas de corazón esto mismo podría sanar tus heridas?
— ¿Perdonar? Jamás lo haré –le respondió el león–, y por favor, ya no sigas insistiéndome porque siento más bien que me estoy llenando de odio.
— Qué lástima me das –le dijo la gatita–, como se ve que no sabes nada de los misterios que encierra el paraíso, y te aseguro que ni cuenta te das que estás pisando ya muy hondo el infierno. Y como ahora, quien sabe lo veas revestido de perlas preciosas, por lo que te sientes tan poderoso no le tomas importancia al fuego.
— ¿De qué cosas me hablas?, –le dijo el león–, porque yo ya estoy bastante viejo y jamás a mi alrededor he visto ningún fuego.
— Pero no es el fuego que puede encender y quemar todo lo que está a tu alcance, –le contestó la gatita–, sino es el fuego que se enciende en el alma cuando nos distraen cosas que no las acepta Dios. Por lo tanto, éste va destruyendo todo lo que hay de bueno y en esta situación no creo que puedas entender lo que significa el paraíso, ya que para esto debiste pensar primero en alimentar muy bien tu alma en vez de tu panza. Por lo tanto, la vida que ahora llevas como condena por tus malas acciones no es la que Dios escogió para ti. Pero yo estoy tratando de llevarte a lo que es eterno, y por esta causa me estoy convirtiendo en la razón de tu bienestar y de tu felicidad.
— Y vuelves a caer en la presunción –le dijo el león–, porque ante mis ojos tú no eres más que una sombra, aunque ahora tengo que reconocer que ya me está gustando tu compañía.
— Más te vale –le respondió la gatita mimosa–, y óyeme de una vez por todas, impertinente ingenuo, para terminar de mostrarte que tu destino está ligado al mío, o acaso no sabes que somos de una misma esencia la que nos hace a imagen de Dios cuando somos buenos, pero tristemente tú has deformado tu imagen por tu mala conducta, pero si te propones cambiar verás que volverás a ser como Dios te creó.
El león, al escuchar ya las palabras tan sabias que salían de los labios de la pequeña gatita, a la cual miraba muy por debajo de su hombro por lo que tontamente ante sus ojos no era más que un ser débil y pequeño, le dijo:
— ¿Será, entonces, que yo vivo entre dos fuerzas, el bien y el mal?
La gatita, a la que sólo la enaltecía el amor con que se dirigía al león, le dijo:
— Así es, y en ti veo que te mueve una fuerza maligna que te hace aparentemente fuerte pero también sé que llevas escondido dentro de ti un leoncillo muy pequeñito y débil, el cual sufre y llora mucho porque no puede ser lo que realmente quisiera, ya que no sabe cómo quitarse el orgullo y otras cosas más que han inflado torpemente su corazón. ¿Y sabes? Quisiera decirte, igualmente, que en ti también veo belleza sólo que tú no la conoces ya que vive muy adentro de tu alma, y esta belleza no es otra cosa que la fuerza del amor, la que hace que todas las cosas se vuelvan bellas, y tú sólo tienes que reconocerla para que fluya y tu vida se vuelva hermosa. Así terminará por abrazarte tu espíritu maduro.
El león, tras escucharla ya con mucha atención, le dijo:
— Realmente, con lo que me acabas de decir has desnudado mi alma, y es cierto que muchas veces quise sentirme diferente, ya que lo que más llevo presente es el agobio que me asfixia cada día, y trato de llenar mi soledad con cosas que me satisfacen momentáneamente. Pero dime, ¿por qué tú sabes tanto? ¿Quién te ha enseñado a reflexionar así ya que desconozco este lenguaje?
La gatita, le respondió:
— Lo único que te puedo decir es que busqué al bien, y él mismo me fue contestando en la medida que me producía paz y bienestar a mi alma, esto me hizo sentir muy feliz y hallé una gran verdad, que nadie puede llegar a encontrar la razón de su vida si no logra entender lo que significa el servicio, que viene como consecuencia del verdadero amor que comienza ya a latir en nuestro corazón. Y como verás, ahora te estoy dando mi compañía sin que por ello busque yo algún beneficio, y esto es ya un servicio.
El león, después que escuchó atentamente, le dijo a la gatita:
— Siento que tus palabras me están llevando a la cordura, por lo que me estoy dando cuenta que de alguna manera yo he vivido fuera de juicio. Ojalá, existan muchos seres que piensen como lo haces tú, porque de lo contrario también muchos dejarían de temer lo que ahora entiendo por infierno. Y yo por mi parte, estoy dispuesto a sacrificar mi panza porque te querré ya de por vida como amiga.
— Y así será –le respondió la gatita mimosa.
Y se juntaron en un tierno y amoroso abrazo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

El viaje placentero de Marcabeo

Teodoro le decía a Marcabeo:
— Cada vez te veo más triste y aburrido. ¿Qué te sucede?
— No lo sé, y ni porque trato de encontrar a Dios hallo respuesta a mis problemas, y soy como un hombre que camina buscando lugares bellos y placenteros tratando de escaparme hasta de mí mismo y por eso vivo sin sentido.
— Y si es así, entonces, por qué no te das la oportunidad del cambio y te propones viajar a un lugar mayormente placentero, donde ni dinero vas a necesitar para sentirte un hombre feliz y pleno.
— Lo que me hablas suena bonito al oído –le dijo Marcabeo–, y lo puedo aceptar, pero sólo en un sueño ya que esto me suena como algo irreal.
— Entonces, ¿por qué no le pides a Dios que te haga soñar y quién sabe, tu sueño se vuelva real?
— Qué ilusionista eres Teodoro, porque me haces sentir como si estuviese sentado en una nave espacial paseando por el espacio sideral.
— Así es, –le dijo Teodoro–, por el momento tienes que hacer volar tu imaginación, para que te puedas librar de tus presiones emocionales que seguro no te dejan dormir. ¿Sabes? Todo tiene solución en la vida, y si no hallas la solución a tu problema busca otra forma de verlo. De lo contrario, lo pones a un costado y no lo vuelvas a mirar hasta que halles la respuesta. Si no es así, lo dejas partir para que muera.
— Y si yo soy el problema, entonces, la mejor solución sería morir también, porque así terminarían mis penas.
— Bueno –le dijo Teodoro–, morir sí, pero no tú, lo que tiene que morir son tus penas. Deshazte de ellas, porque sólo son fantasmas que van y vienen y, de alguna manera, se puede decir que también viven en tu imaginación. Y si no le pones remedio a tu triste situación, éstas terminarán por arrastrarte hasta que te destruyan. Entonces, pues, si deseas seguir imaginándote hazlo, pero pensando que la vida es bella, la mires por donde la mires, sólo tienes que cambiar tu forma de pensar viendo el propósito con que Dios te puso acá en la tierra y todo lo hermoso que existe en el universo será ya real para ti.
Marcabeo, después de escucharlo, le volvió a decir:
— Si esto es así, entonces, le pediré a Dios que me haga dormir y así podré soñar y quién sabe, vea lo que no entiendo.
— Eso sería mejor porque despierto estás sólo a las penas, a las frustraciones y a tus lamentaciones que te acompañan noche y día. Así te liberarás de ellas aunque sea por unos instantes, porque si no es así pronto partirás de la tierra abrazado sólo de tu tristeza si no cambias. ¿Deseas eso?
Marcabeo, al escuchar de los labios de Teodoro el final trágico que podía tener, llorando desconsoladamente, le dijo:
— No, no lo deseo. Ojalá que este viaje sea de maravilla y regrese encontrando la razón de mi vida, así podré cambiar de parecer.
Teodoro, le contestó:
— Por supuesto que sí, y cuando viajes ingresa a lo más profundo del lugar que te aconsejo, ya que este viaje no es un viaje de los tantos que uno hace en la tierra. Cuando lo realices, te aseguro que vendrás ya consciente de todo lo que ahora te aflige, así morirán tus penas.
Transcurrió un tiempo largo y Teodoro volvió a ver a Marcabeo, y después de observarlo con mucho cariño, le dijo:
— Entiendo que tu sueño se volvió real porque veo tu rostro iluminado, ya que tu viaje no ha sido en vano por lo que has visitado a tu corazón el cual se hallaba cerrado, por eso no podías apreciar conscientemente todas las cosas. ¿Sabes? Este es el viaje que primero debiste hacer para que se abriera tu corazón a la luz, al amor y a los demás, si en verdad querías gozar a plenitud de todo lo que la vida te pone al alcance de tus manos para que seas feliz y sin problemas.
— Sí –le dijo Marcabeo–, y ahora comprendo que lo que me faltaba era Dios. Él es el que nos hace conscientes de lo que significa la vida de amor y con sentido, y como ya lo he hallado en mi corazón podré ser feliz, gozando no sólo de los viajes placenteros que se me presenten, sino de todo lo que Dios disponga en mi vida.

viernes, 24 de abril de 2009

Pancracio y su sueño dorado

Pancracio era un hombre que gustaba de la vida paradisiaca, por lo cual, tratando de encontrarla, pensaba sólo en los negocios, darse una buena vida sin pensar en los demás y no tener problemas, pero esto no sucedía y sólo envejecía. Un día, tratando de solucionar lo que lo agobiaba, pensó en darse unas vacaciones para evitar sus tensiones y así alcanzar mayor tranquilidad. Su sueño dorado era llegar a ser un gran señor a su manera, sin que pasaran los años. Entre tanto, pensando en su fantasía se quedó dormido y soñó que volaba al cielo con la intención de que se le dijera las razones por las cuales un hombre puede ser feliz y siempre sentirse joven. Y estando ya muy cerca y sin haber comprendido lo que le iba a suceder, una ráfaga de luz lo envolvió llenándolo de paz. Y dijo:
— Esta quietud que siento, ¿no se deberá al aire que aquí respiro que hace que me sienta tan bien? Además, acabo de percibir que ya nada me afecta y estoy ligero.
Mientras hablaba, un río cristalino apareció en el camino; al acercarse y estando ya frente a él, se vio reflejado en el agua pero con el rostro más joven. Muy asombrado por esta situación que no comprendía, pensó que estaba perdiendo el juicio. Mientras divagaba, a lo lejos empezó a escuchar voces, hasta que apareció mucha gente joven que ve­nían cantando muy alegres y risueños. Entonces, Pancracio, al verlos tan amigables, les preguntó:
— Quisiera saber si en este lugar viven ancianos, porque por lo que veo todos ustedes son jóvenes y yo he rejuvenecido, pues en mi tierra existen niños, jóvenes, pero también ancianos y no todos vivimos felices pues tenemos que trabajar mucho si queremos vivir cómodamente y con muchos lujos, y si no logramos nuestras metas nos sentimos desdichados. En cambio, yo veo en ustedes todo este bienestar, aparte gozan de la alegría que yo no llevo y soy como aquellos que si se les ve feliz en la mañana, en la tarde ya no lo están. ¿Y saben? Ahí los años pasan pronto, y en un abrir y cerrar de ojos nos volvemos viejos.
Los jóvenes, al escucharlo, se dieron cuenta que Pancracio no era como ellos ya que era muy terrenal y les dio lástima, pero también sabían que Pancracio podía cambiar tan sólo transformando su corazón, para que entendiera que nadie puede gozar de la riqueza material sin antes haber obtenido la riqueza espiritual, que es la que hace que nuestra vida siempre se le vea hermosa y feliz. Y le preguntaron:
— ¿Tú conoces a la señora caridad?
— No, no la conozco.
— ¿Y a don servicio?
— Tampoco –respondió él.
— ¿Y a compasión, a misericordia y a la señora bondad?
— Tampoco –volvió a decir.
— Y por si acaso, ¿conoces al señor egoísmo?
— ¡Ah!, a ese sí lo conozco, el es mi mejor amigo. ¿Por qué?
— Bueno –le dijeron ellos–, ahora conocemos cuál es la causa de tu desdicha. Con razón, nada bueno alcanzas y sólo te satisface la codicia de tener cada día más, sin pensar que con el dinero podrías hacer tantas cosas buenas, como es dar trabajo a muchos seres que necesitan que se les tienda una mano caritativa para que puedan ganarse el pan de cada día. Te das cuenta ahora, ¿por qué razón no has podido ser feliz y sentirte siempre joven? Pero como nosotros llevamos muy presente la misericordia, te estamos mostrando este lugar privilegiado en el cual te encuentras, y donde nadie puede llegar sin haber alcanzado el estado celestial
Pancracio, un poco aturdido por lo que escuchaba, les preguntó:
— ¿El estado celestial? No entiendo.
— Algún día comprenderás si en verdad deseas alcanzar esta vida de gracia. Pero antes tendrás que arrepentirte de tu vida pasada. Entonces, te convertirás ya en un gran señor y todo lo que anhelas te lo dará Dios.
Pancracio, en ese momento comenzó a entender todas las cosas, y con una visión mucho más profunda empezó a reconocer que había vivido en forma irreal y tonta, porque en su vida no había tomado en cuenta a Dios. Esto le iba causando mucho dolor y llanto, y mientras dialogaba consigo mismo un río de lágrimas lo despertó. Y se dijo:
— Dios mío, siento que me has enseñado el verdadero paraíso antes del tiempo indicado, para que me convierta en un gran señor que todo lo ve con claridad y desde lo más alto. Pero me falta mucho si quisiera alcanzar esta vida de gracia que hace que nos sintamos eternamente felices y jóvenes. Y gracias te doy porque he comprendido que no hay felicidad si no se vive en el paraíso de las buenas intenciones y de las grandes actitudes. Esto debió ser mí verdadero sueño dorado, pero nunca es tarde para cambiar.

Jacinta y su adorada Tetera

— Que alegre y suelta se le ve a la tetera joven cada vez que la veo merodear por mí alrededor. En cambio yo por ser querida, me cuidan en demasía; esta manera de actuar me asfixia. Es más, me siento presa y no gozo de la libertad que me haría feliz.
Así hablaba una tetera antigua, fue propiedad de la abuela de Jacinta la cual era una mujer muy posesiva y egoísta; ahora ella era su dueña. Ésta, con el fin de que su tetera no se rompiese, la había guardado bajo siete llaves en la vitrina de su comedor, para que nadie pueda hacer uso de ella. Y sin saber Jacinta lo que la tetera sufría porque la tenía como reliquia, apare­cía con el plumero con la sola intención de limpiarla y que brillara cada día más tan sólo para contemplarla. Como consecuencia de ello, la pobre tetera cada vez entristecía más por lo inútil que se sentía. Un día, viendo a la tetera joven con qué regocijo servía a los invitados de Jacinta, se dijo:
— Esto no es justo, no puede ser, acaso estoy resquebrajada o rota para que me quiten el sentido de mi vida, pues si no sirvo, ¿para qué vivo? Sería mejor morir, ojalá pueda resbalar de las manos de Jacinta y así terminar mis días, pues en todo momento paro malhumorada. Y como un objeto sin vida me he convertido en el motivo de su corazón, de qué me vale si su amor a mí no me hace feliz, aparte es muy egoísta porque me quiere sólo para ella. Esto no es amor, que pena siento por las teteras que están en mi lugar.
Y así hablaba cuando sucedió lo contrario a su propósito. Vio que la tetera joven resbaló de las manos de un invitado y estando tirada ya en el suelo, sin pico y sin asa, a Jacinta ya no le quedó otro remedio que tirarla al tacho de basura. La tetera antigua se quedó muy preocupada al ver el final trágico de la pobre tetera joven. Y se dijo:
— ¡Qué lástima! Si era tan servicial, ella no tenía porqué morir si su vida estaba llena de alegría. Por qué sucede esto no lo entiendo, pues de qué equidad habla la gente, si todos, tarde o temprano morimos igualmente.
Y mientras hablaba, vio que la empleada de la casa iba a buscar un pequeño pedazo que había caído del pico de la tetera joven, y escuchó que también dijo:
— Qué pena, era tan alegre y servicial. Pero no importa, yo voy a hacer que vuelva a ser útil de alguna forma.
Y pegó como pudo pieza por pieza, tratando de salvar a la tetera joven, y llevándosela a su casa pensó que podía volver a servir, usándola como maceta de una hermosa flor.
La tetera antigua y adorada de Jacinta como comprenderán, quedó presa del errado amor de su dueña, y viendo todo lo que había sucedido comenzó a hacerse sabia, ya no se quejó más, había entendido que hay muchas maneras de servir, pues a ella le había tocado servir a Jacinta, alimentando su corazón para que latiera en el recuerdo de su abuela.
— No importa –dijo–, algún día Jacinta también comprenderá que todos tenemos derecho a ser felices, porque nadie es dueño de la vida de otros seres, sobre todo si con esto se nos va a quitar el sentido para el cual hemos sido creados.