viernes, 24 de abril de 2009

Pancracio y su sueño dorado

Pancracio era un hombre que gustaba de la vida paradisiaca, por lo cual, tratando de encontrarla, pensaba sólo en los negocios, darse una buena vida sin pensar en los demás y no tener problemas, pero esto no sucedía y sólo envejecía. Un día, tratando de solucionar lo que lo agobiaba, pensó en darse unas vacaciones para evitar sus tensiones y así alcanzar mayor tranquilidad. Su sueño dorado era llegar a ser un gran señor a su manera, sin que pasaran los años. Entre tanto, pensando en su fantasía se quedó dormido y soñó que volaba al cielo con la intención de que se le dijera las razones por las cuales un hombre puede ser feliz y siempre sentirse joven. Y estando ya muy cerca y sin haber comprendido lo que le iba a suceder, una ráfaga de luz lo envolvió llenándolo de paz. Y dijo:
— Esta quietud que siento, ¿no se deberá al aire que aquí respiro que hace que me sienta tan bien? Además, acabo de percibir que ya nada me afecta y estoy ligero.
Mientras hablaba, un río cristalino apareció en el camino; al acercarse y estando ya frente a él, se vio reflejado en el agua pero con el rostro más joven. Muy asombrado por esta situación que no comprendía, pensó que estaba perdiendo el juicio. Mientras divagaba, a lo lejos empezó a escuchar voces, hasta que apareció mucha gente joven que ve­nían cantando muy alegres y risueños. Entonces, Pancracio, al verlos tan amigables, les preguntó:
— Quisiera saber si en este lugar viven ancianos, porque por lo que veo todos ustedes son jóvenes y yo he rejuvenecido, pues en mi tierra existen niños, jóvenes, pero también ancianos y no todos vivimos felices pues tenemos que trabajar mucho si queremos vivir cómodamente y con muchos lujos, y si no logramos nuestras metas nos sentimos desdichados. En cambio, yo veo en ustedes todo este bienestar, aparte gozan de la alegría que yo no llevo y soy como aquellos que si se les ve feliz en la mañana, en la tarde ya no lo están. ¿Y saben? Ahí los años pasan pronto, y en un abrir y cerrar de ojos nos volvemos viejos.
Los jóvenes, al escucharlo, se dieron cuenta que Pancracio no era como ellos ya que era muy terrenal y les dio lástima, pero también sabían que Pancracio podía cambiar tan sólo transformando su corazón, para que entendiera que nadie puede gozar de la riqueza material sin antes haber obtenido la riqueza espiritual, que es la que hace que nuestra vida siempre se le vea hermosa y feliz. Y le preguntaron:
— ¿Tú conoces a la señora caridad?
— No, no la conozco.
— ¿Y a don servicio?
— Tampoco –respondió él.
— ¿Y a compasión, a misericordia y a la señora bondad?
— Tampoco –volvió a decir.
— Y por si acaso, ¿conoces al señor egoísmo?
— ¡Ah!, a ese sí lo conozco, el es mi mejor amigo. ¿Por qué?
— Bueno –le dijeron ellos–, ahora conocemos cuál es la causa de tu desdicha. Con razón, nada bueno alcanzas y sólo te satisface la codicia de tener cada día más, sin pensar que con el dinero podrías hacer tantas cosas buenas, como es dar trabajo a muchos seres que necesitan que se les tienda una mano caritativa para que puedan ganarse el pan de cada día. Te das cuenta ahora, ¿por qué razón no has podido ser feliz y sentirte siempre joven? Pero como nosotros llevamos muy presente la misericordia, te estamos mostrando este lugar privilegiado en el cual te encuentras, y donde nadie puede llegar sin haber alcanzado el estado celestial
Pancracio, un poco aturdido por lo que escuchaba, les preguntó:
— ¿El estado celestial? No entiendo.
— Algún día comprenderás si en verdad deseas alcanzar esta vida de gracia. Pero antes tendrás que arrepentirte de tu vida pasada. Entonces, te convertirás ya en un gran señor y todo lo que anhelas te lo dará Dios.
Pancracio, en ese momento comenzó a entender todas las cosas, y con una visión mucho más profunda empezó a reconocer que había vivido en forma irreal y tonta, porque en su vida no había tomado en cuenta a Dios. Esto le iba causando mucho dolor y llanto, y mientras dialogaba consigo mismo un río de lágrimas lo despertó. Y se dijo:
— Dios mío, siento que me has enseñado el verdadero paraíso antes del tiempo indicado, para que me convierta en un gran señor que todo lo ve con claridad y desde lo más alto. Pero me falta mucho si quisiera alcanzar esta vida de gracia que hace que nos sintamos eternamente felices y jóvenes. Y gracias te doy porque he comprendido que no hay felicidad si no se vive en el paraíso de las buenas intenciones y de las grandes actitudes. Esto debió ser mí verdadero sueño dorado, pero nunca es tarde para cambiar.

Jacinta y su adorada Tetera

— Que alegre y suelta se le ve a la tetera joven cada vez que la veo merodear por mí alrededor. En cambio yo por ser querida, me cuidan en demasía; esta manera de actuar me asfixia. Es más, me siento presa y no gozo de la libertad que me haría feliz.
Así hablaba una tetera antigua, fue propiedad de la abuela de Jacinta la cual era una mujer muy posesiva y egoísta; ahora ella era su dueña. Ésta, con el fin de que su tetera no se rompiese, la había guardado bajo siete llaves en la vitrina de su comedor, para que nadie pueda hacer uso de ella. Y sin saber Jacinta lo que la tetera sufría porque la tenía como reliquia, apare­cía con el plumero con la sola intención de limpiarla y que brillara cada día más tan sólo para contemplarla. Como consecuencia de ello, la pobre tetera cada vez entristecía más por lo inútil que se sentía. Un día, viendo a la tetera joven con qué regocijo servía a los invitados de Jacinta, se dijo:
— Esto no es justo, no puede ser, acaso estoy resquebrajada o rota para que me quiten el sentido de mi vida, pues si no sirvo, ¿para qué vivo? Sería mejor morir, ojalá pueda resbalar de las manos de Jacinta y así terminar mis días, pues en todo momento paro malhumorada. Y como un objeto sin vida me he convertido en el motivo de su corazón, de qué me vale si su amor a mí no me hace feliz, aparte es muy egoísta porque me quiere sólo para ella. Esto no es amor, que pena siento por las teteras que están en mi lugar.
Y así hablaba cuando sucedió lo contrario a su propósito. Vio que la tetera joven resbaló de las manos de un invitado y estando tirada ya en el suelo, sin pico y sin asa, a Jacinta ya no le quedó otro remedio que tirarla al tacho de basura. La tetera antigua se quedó muy preocupada al ver el final trágico de la pobre tetera joven. Y se dijo:
— ¡Qué lástima! Si era tan servicial, ella no tenía porqué morir si su vida estaba llena de alegría. Por qué sucede esto no lo entiendo, pues de qué equidad habla la gente, si todos, tarde o temprano morimos igualmente.
Y mientras hablaba, vio que la empleada de la casa iba a buscar un pequeño pedazo que había caído del pico de la tetera joven, y escuchó que también dijo:
— Qué pena, era tan alegre y servicial. Pero no importa, yo voy a hacer que vuelva a ser útil de alguna forma.
Y pegó como pudo pieza por pieza, tratando de salvar a la tetera joven, y llevándosela a su casa pensó que podía volver a servir, usándola como maceta de una hermosa flor.
La tetera antigua y adorada de Jacinta como comprenderán, quedó presa del errado amor de su dueña, y viendo todo lo que había sucedido comenzó a hacerse sabia, ya no se quejó más, había entendido que hay muchas maneras de servir, pues a ella le había tocado servir a Jacinta, alimentando su corazón para que latiera en el recuerdo de su abuela.
— No importa –dijo–, algún día Jacinta también comprenderá que todos tenemos derecho a ser felices, porque nadie es dueño de la vida de otros seres, sobre todo si con esto se nos va a quitar el sentido para el cual hemos sido creados.