sábado, 20 de febrero de 2010

Noche sin estrellas

Señor, te pido que el cielo de mi corazón jamás oscurezca
Y no sea como los que conciben la vida en una noche sin estrellas
Porque si fuese así dejaría de verte
Y mi alma lánguida sin tener consuelo quedaría
Viviendo sin la luz de tu gloria
Como tu amor es bondad deseo que te acerques a mí cada vez más
Tú eres mi apoyo, mi fuerza y mi entereza
Tú llenas mi cielo con tu esplendor
Y desde ese estado tan sublime en el que me haces vivir
Cuando te siento junto a mí
Veo con mayor claridad todo lo que se mueve
Debajo de la sombra de una noche sin estrellas
Líbrame, Señor, de caer en esta calamidad
¡Oh!, noche sin estrellas, no quisiera verte jamás
Porque sé que terminarías abrazándome
Con tu encanto fingido y tu beso frío
Y aunque ante mis ojos aparezcas como reina
Sabré que no tienes trono ni nido en el cual pueda consolarme
Si en algún momento tuviese dolor de corazón
La luz de tu divino espíritu es tan grande
Que la de todos los astros juntos no puede igualarse a ella
Porque esta luz es pequeña ante el resplandor
Que emana de tu glorioso amor
Tu verdad se eleva por encima de las nubes
Y tu gloria brilla por sobre toda la tierra
¿Qué noche podrá igualarse a ti?
Si ella sólo sabe hablar de tristeza
Porque dura es la vida de aquel
Que pide amor y sólo recibe pasión
Por eso Señor no quisiera caer como aquellos
Que conciben la vida en una noche sin estrellas
Porque razonan a través de sus deseos y se guían por sus vanos hábitos
Pero yo Señor he aprendido que en tu presencia
Sólo podré caminar a la luz de los vivos sin dar un paso en falso
Por eso en ti me refugiaré y en los seres que llevan tu luz
Te amo Señor, te amo, siempre te necesitaré
Hasta el último día que viva acá en la tierra.

No te rindas

Cuando estés enfermo no te rindas, porque en la medida que tengas la fe de Dios saldrás triunfante y en la medida que creas que podrás, saldrás adelante.
No permitas que en tu corazón ingrese el temor porque ese es el lugar de Dios, y tampoco permitas que salga de ti la débil naturaleza, que teme porque desconoce la grandeza del Santo Espíritu.
¿Qué te dice esta reflexión? Que si tú conocieras lo que existe en lo más hondo de tu ser estarías tranquilo y seguro, pensando que no existe nada mejor que te pueda suceder, que no sea la paz que viene como consecuencia de la fe para que irradie tu alma.
Por lo tanto, sólo el ser de valentía llega a la meta a dónde quiere llegar, y para eso se necesita sólo haber ejercitado la buena voluntad y tener muy presente las cosas que nos conducen a la salvación.
Y pensar que la enfermedad es sólo el producto de las grandes inseguridades, flaquezas y temores. Si conocieras el secreto de Dios, Él te diría: “La enfermedad no existe en la medida que tú no la aceptes, sólo pon fe y encontrarás Mi sanación”.

La enfermedad de Lucas

― No entiendo por qué vivo casi siempre con doble ánimo, si la mañana me sonríe la tarde me mira triste. ¿Será que estoy enfermo y no lo sé?
― Yo pienso que sí –le contestó Adrián–, porque si no estarías siempre alegre con lo que Dios te da como mérito a tu esfuerzo para que seas feliz, ¿no lo crees?
― Podría ser –le dijo Lucas–, aunque aparentemente yo me vea sano.
Así hablaban Lucas y Adrián, ellos eran amigos circunstanciales, pero por esto Adrián no dejaba de reconocer que Lucas siempre mostraba cada vez que lo veía inclinaciones mayormente banales, y esto a Adrián lo ponía muy triste, ya que como él había crecido en un ambiente de mayor espiritualidad se daba cuenta que su amigo Lucas, si no cambiaba, estaría condenado a vivir solamente prisionero de sus apegos. Y para hacerlo reflexionar en la causa por la cual había enfermado, le preguntó:
― De todas las cosas que has ido obteniendo a través de tu vida, ¿cuál ha sido la que te ha dado más alegría?
Lucas le contestó:
― Yo creo que todas en su momento, pero cuando me aburro de mirarlas caigo nuevamente en el hastío, y me lleno de melancolía pensando si algún día mis posesiones harán que me sienta feliz y contento.
Adrián le respondió:
― ¿Acaso te has puesto a pensar en algún momento, si estas cosas de las cuales te afanas noche y día, te han hecho vivir con paz y armonía?
― No, de ninguna manera, es más, cada día crece mi ambición de tener más y esto me atormenta.
― Entonces, no mires pues a los vientos, que fútil e inútil es vivir tras ellos si con esto crees que hallarás felicidad. ¿Sabes? Así veo yo tu vida, tratando de buscar la felicidad donde no existe, porque percibo que tu yo te alza hasta las nubes causándote un dolor inacabable, ya que piensas que a través de las cosas materiales hallarás tu vida de felicidad. Si te hubiese bastado ser tu mismo, sin ambicionar más de lo necesario, no habría enfermado tu alma, que es la que arrulla con dulces melodías cuando no se pierde la encantadora sonrisa que existe en el corazón de los niños, porque en su mundo mágico ellos no se complican la vida como lo hacen muchas personas mayores, que tratando de satisfacer sus inquietudes se olvidan de lo que es más importante en ellos, como es la hermosa alma que Dios les da para que crezcan armoniosamente y con alegría. Pero como tú no has tomado importancia a esto no habrá nadie quien te levante de tu lecho de dolor, hasta el día que veas que tu ego había creado una falsa realidad sólo para enfermarte miserablemente. Esta triste situación es la que te ha hecho vivir en forma confusa. Deja, pues, ya de vivir en lo absurdo, porque las cosas sencillamente sirven para ser usadas y no para ser endiosadas.
― Bueno –dijo Lucas–, yo lo único que sé es que he trabajado mucho, pensando que esto era lo correcto para ser feliz en la vida sin que nada me falte, y no entiendo qué es lo que quieres decir con estas palabras difíciles que me hacen sentir muy mal.
Adrián le contestó:
― Pero esta forma de pensar no es difícil de entender, sólo tienes que interiorizar un poco más tu vida para que puedas comprender lo que te hablo, porque trabajar de la forma como tú lo has hecho sé que es algo muy bueno y meritorio, sólo que con esto no lograrás entender el fin verdadero por el cual las cosas llegan a tus manos. ¿O acaso no sabes que Dios nos pone como administradores de los bienes de la tierra para que también otros seres puedan beneficiarse? Entonces, pues, comienza a trabajar con tu propia persona, que eso es lo que te falta.
― ¿Con mi propia persona? Sigo sin entender qué es lo que me quieres decir.
― Bueno, trabajar con la propia persona significa ir comprendiendo día a día las cosas desfavorables que se van formando, como grandes defectos que van dañando irremediablemente nuestro interior y no dejan que seamos felices, por más que nos llenemos de grandes lujos y comodidades. Pero cuando se llega a comprender que la felicidad no es otra cosa sino un estado del alma, donde todo es luz, paz y amor, es ahí donde comenzarás a percibir los verdaderos valores de la vida, que no tienen nada que ver con los que tú llevas ahora.
― Creo que tienes razón –le dijo Lucas–, porque yo me siento muy mal a pesar que estoy cumpliendo con todos mis objetivos. ¿Será, entonces, que no me conozco? Porque de mi interior nada sé.
― Así es –le contestó Adrián–. ¿Sabes? Te aconsejo que por el momento, te apartes de todo lo que te produce angustia y desasosiego y dedícate a meditar, pensando que si Dios te puso en este mundo es para que seas feliz, libre y sin ataduras, porque las cosas materiales sólo sirven para nuestro bienestar, pero como no tienen la capacidad de poder hablarnos, por más bonitas o costosas que sean, no nos deben importar más de lo necesario. No dejes, pues, que la sed de la ambición te consuma, y más bien considera lo que necesita tu alma para que sanes y te haga feliz, porque lo que ella sólo desea es permanecer despierta a la aurora, aspirando el perfume que exhala de su corazón noble, y no la hagas morir más perturbando sus sentidos, anhelando sólo cosas muertas que terminan por conducirnos al hastío.
― Ahora, siento que me hablas con mayor claridad –le dijo Lucas–, porque me estás haciendo reflexionar en cosas que no había percibido en absoluto. Y pensar que yo buscaba la alegría de vivir, sin entender cuál era la razón verdadera por la cual Dios nos pone acá en la tierra.
― Pero lo importante es que ahora ya estés comprendiendo lo que tenías vedado a tus ojos –le contestó Adrián.
― Sí –le dijo Lucas–, porque ahora estoy entendiendo que he vivido sólo de ilusiones y esperanzas vanas, sin darme cuenta que con todo lo que he obtenido hubiese podido hacer tantas cosas buenas. Seguramente, por esta causa me deprimía con facilidad. Pero dime, ¿qué debo hacer para que mi estado de ánimo sea más parejo y no sentirme más enfermo? Porque ahora comprendo que llevo muy clavada en mí la enfermedad de mi alma, que no me deja sonreír como quisiera hacerlo.
Adrián le dijo:
― ¿Te acuerdas lo que te aconsejé hace un momento?
― ¡Ah, sí, lo recuerdo! Me dijiste que me dedicara a meditar y otras cosas más que ahora no las tengo en mente.
― Bueno –le dijo Adrián–, eso era de esperar, porque en ese momento no estuviste tan atento como lo estás ahora, y si sigues así, dentro de muy poco tiempo, quién sabe, te vea sonreír aunque vivas en medio de calamidades. ¿Sabes? La vida espiritual es la que te va a dar la verdadera alegría.
― ¿Y cómo tenerla?, –le dijo Lucas. ¿Será que tendría que despojarme de todos los bienes que he ganado con mi esfuerzo para no tener ya ataduras?
― No, no es así, pero lo que sí tienes que despojarte es de tus egoísmos y de tus ambiciones insanas, y cuando te esfuerces por combatir estos males saldrá también de ti la realidad falsa que tontamente has creado.
― Sí –le contestó Lucas–, ahora sé que es mi alma la que me va a dar todo si comienzo a crecer con ella a la manera de Dios. Gracias, amigo, qué bien he hecho en escucharte, porque siento como si me hubieras devuelto mi propia vida. Realmente, yo no era feliz, ahora sé que lo que me va a dar la verdadera alegría es cuando termine de comprender que tengo que llegar a ser feliz con lo que soy, viviendo en todo momento con plenitud y gozo en el corazón.
Adrián, al escuchar a Lucas, se alegró enormemente, conociendo ya que su amigo iba a sanar de todos los males que hacen que el alma enferme. Y se dijo:
― Cuando esto suceda, Lucas estará feliz y contento viviendo con un solo ánimo el resto de sus días.
Y se despidió de él muy sonriente.

El Gigante de la Mentira

— ¿Te has dado cuenta, mamá? El sol va a salir, eso significa que mi amiga Marita me va a visitar. ¡Es tan alegre! Cuando viene a casa pareciera que el sol viene con ella.
La mamá, conociendo la razón por la cual su hija Lucecita no podía ser como Marita, le dijo:
— Yo pienso que eso será porque Marita no sabe mentir. ¿Sabes? Cuando se le mira a la mentira ésta viene sólo con la intención de oscurecer a quien le da importancia, porque como es muy fea así nomás no se deja ver; entonces, la luz que todo lo ve, como no soporta a la mentira, se retira del corazón que no sabe apreciarla. Y esto es lo que te ha sucedido a ti porque a veces mientes, ¿o acaso no es así?
— ¡Ah!, yo no quisiera que se vaya mi luz, ya no voy a mentir, mamá.
— Está bien, ojalá sea así, hijita.
Y, mirando el reloj, le dijo:
— Ya son las 5 de la tarde, te toca tu remedio.
— ¡Ah!, mi remedio –dijo Lucecita–, ese remedio no me gusta.
— Pero tienes que tomarlo, hija, sino no vas a sanar de tu resfriado, ve y tráemelo.
Lucecita, mientras se dirigía al lugar donde se hallaba el remedio, pensó:
— ¿Y si lo escondo? Así me libraría de él y mi mamá pensará que se ha perdido. Pero si vuelvo a mentir, quien sabe venga la oscuridad a mi corazón. ¡Ah!, pero no me gusta el remedio.
— Mamá –le dijo–, no encuentro el remedio, parece que se ha perdido porque lo he buscado por todos lados y no está.
La mamá, conociendo que Lucecita había vuelto a mentir, le dijo:
— Tus ojos están caídos y tristes, ¿por qué será?
— No lo sé –le dijo Lucecita.
— Yo sé que has vuelto a mentir. ¡Qué pena!, porque si sigues así, la alegría que todavía se asoma por tu mirada ya no te volverá a sonreír.
Lucecita, al ver que su mamá la había descubierto, se dijo:
— Parece que a mi mamá no le puedo mentir, porque por más que me esfuerzo en ocultarle las cosas, ella, como adivina, todo me descubre. Qué vergüenza siento. Ahora, ¿qué le diré? Bueno, lo único que me queda es traer el remedio y hacerle caso.
Y así lo hizo.
La mamá, bastante triste por lo que le estaba sucediendo a su hija, le dijo:
— Lucecita, veo que la mentira ha empezado a crecer en tu corazón como un gigante egoísta, que no le interesa nada más que salir con su gusto. Fíjate, tú recién tienes 7 años, cuando seas mayor cómo será ese gigante, y si no encuentras la solución para sacarlo de tu corazón quien sabe ya no lo sacarás nunca, porque será de repente más astuto que tú. Mira, si así nomás cómo te tiene, por su culpa la luz que te hacía brillar, al ver que su cabeza fea empezaba ya asomarse por la ventana de tu corazón, salió corriendo. ¿Y sabes por qué? Porque fuiste tú la que permitiste eso, y eso a la luz no le gustó.
— ¡Qué pena, mamá! Y tienes razón, pero cómo haré para que el gigante de la mentira no siga creciendo, para que no me rinda ante sus pies.
— Bueno –le dijo la mamá–, dale la espalda, porque si sigues así te irá quitando la fuerza de tu espíritu que ahora todavía llevas, porque lo único que quiere es debilitarte día a día, porque él sabe que así te manejará a su antojo. Y es más, terminará por encarcelarte, y si esto te sucede va a ser muy triste para ti, porque te hará vivir el resto de tus días encerrada y terminarás por parecerte a él. ¿Eso quieres?
— No, mamá, ahora me estoy imaginando que debe ser horrorosamente feo.
— Qué bien, hija, entonces, síguete imaginando, porque todavía muestras un rostro bonito, porque eres pequeña, y como la luz sabe que todo lo haces con inocencia se compadece de ti, y por momentos regresa y se vuelve a quedar contigo.
— Entonces, la inocencia es buena.
— Así es –le dijo la mamá–, es muy buena, linda y pura, y habita en los corazones de todos los niños. Pero bueno, ¿qué has pensado hacer? Dime, porque todavía estás a tiempo para librarte del gigante.
Lucecita le dijo:
— No lo sé todavía. ¿Qué me aconsejas, mamá?
— Te aconsejo que mires al cielo y le pidas a Dios que te mande sus fuerzas.
— Pero, ¿tú crees mamá que Dios me querrá escuchar? Como Él lo ve todo sabe que he mentido muchas veces.
— Dios es infinitamente bueno –le dijo la mamá–, te va a escuchar, sólo quiere que lo busques con arrepentimiento de corazón y vas a ver cómo va a compartir sus fuerzas contigo.
Lucecita, después que escuchó a su mamá, hizo exactamente lo que le aconsejó, y mirando al cielo con el corazón ya arrepentido, dirigiéndose a Él, le dijo:
— Dios mío, Tú lo sabes todo, y sabes que he mentido muchas veces, pero ya no deseo seguir mintiendo, ayúdame por favor, porque no quisiera que el gigante de la mentira me atrape, porque es tan malo que seguramente no va a querer parar hasta dejarme sin vida. Y yo quiero vivir alegre y feliz como mi mamá y toda mi familia.
Y mientras oraba, a Lucecita le pareció ver que el cielo se iluminaba con el mismo resplandor, como era antes cuando todavía no conocía a la mentira. Entonces, comenzó a apreciar con más alegría al sol, a los árboles, a las flores y a todas las personas.
La mamá, al ver a Lucecita que se encontraba nuevamente alegre y radiante, se dio cuenta que Lucecita había aprendido una gran lección.
— Qué bien, Lucecita, veo que ahora la luz de Dios siempre te acompañará a donde vayas; por lo tanto, ya no existirá nada que te haga caer desde el lugar donde ahora te encuentras, porque con la sonrisa que llevas, hace que yo te vea como si estuvieses viviendo en el mismo cielo.
Y abrazándola con mucho amor, le volvió a decir:
— Mañana seguimos conversando porque ya es hora de dormir. Que Dios te bendiga, hijita.
— Y a ti también, mamá, –le dijo Lucecita.

La Navidad: una dulce espera

Ya llega la Navidad, qué dulce espera, ¿verdad mamá? Saber que falta poco tiempo para que el niño Jesús nazca en mi corazón.
— Así es, Danielito, y por eso debemos darle mucha importancia al tiempo de adviento, para recibir al niño Jesús como se merece.
— Sí, mamá, de ahora en adelante me pondré a escuchar tus consejos, y tomaré muy en cuenta lo que me enseñes, así podré reflexionar mejor y no te haré renegar con mis rabietas tontas.
— Qué bien, hijo, que pienses así, ahora comenzarás a vivir en forma más armoniosa, y piensa, ¿qué le gustaría al niño Jesús que tú hagas?
— Bueno, yo pienso que le gustaría que yo sea un niño más caritativo y bondadoso, porque a mí no me gusta compartir ni mis dulces ni mis juguetes con mis amiguitos, ¿y sabes?, estoy triste porque no tengo muchos amigos.
— Así es, Danielito –le dijo la mamá–, y esto te sucede porque no sabes compartir; te aconsejo, entonces, que le pidas al niño Jesús que te ayude a cambiar, de lo contrario no habrá alegría en tu corazón cuando el niño Jesús venga, porque los regalos, si vienen sin el cambio que se espera en el tiempo de adviento, sólo te alegrarán momentáneamente y aunque yo adorne la casa con los más hermosos motivos navideños todo será de momento.
— ¡Ah! Qué pena sería si esto me sucediera pero deseo cambiar, felizmente todavía tengo tiempo de hacerte feliz a ti mamá, yo creo que eso le gustaría mucho al niño Jesús, que yo comience a hacer feliz a mi madre y también a mi padre y a mis hermanos.
— Qué bien, Danielito –le dijo la mamá–, veo que comienzas a reflexionar mejor sobre lo que verdaderamente significa la Navidad, porque es hermoso esperar el nacimiento del niño Jesús con el hogar muy adornado e iluminado, y gozar también de una rica cena y adornar el árbol con muchos regalos. Pero si esto no sucede en el corazón todo será inútil, porque después que pase la Navidad ya no habrá nada en tu corazón que te haga recordar que el niño Jesús vive ya contigo. Porque al niño Jesús, lo que más le importa, es que la casa de tu corazón esté iluminada y bella cuando él venga.
— ¿Y cómo haré para que la casa de mi corazón esté iluminada y bella, como así tú iluminas nuestra casa en Navidad?
— Con amor, Danielito, el amor es el que se encarga de embellecer e iluminar nuestro corazón para que todo en nuestra vida se torne hermoso.
— ¿Y tú crees, mamá, que así también tendré más amiguitos?
— Por supuesto, Danielito, y te voy a contar lo que le sucedió a una niña que tenía siete años como tú, ella se llamaba Juanita y tenía todo lo que una niñita de su edad puede desear, pero no tenía muchos amigos como tú, y como su mamá la hacía reflexionar de la misma forma que lo estoy haciendo contigo comenzó a cambiar, porque tampoco tenía el corazón preparado para recibir al niño Jesús ya que era bastante egoísta, y unos días antes que llegara la Navidad le dijo a su mamá que había visto en una tienda de juguetes una muñeca que le había gustado mucho, porque tenía un rostro muy angelical y además podía llorar, reír y caminar y deseaba que se la comprara. La mamá, como veía que su hija comenzaba a cambiar para recibir al niño Jesús en su corazón, no pensó dos veces en darle gusto y se fue con ella en busca de la muñeca deseada. Al llegar a la tienda, viendo la mamá que era la única muñeca que quedaba, no perdió tiempo y la compró. Cuando Juanita la tuvo ya en sus brazos, dijo:
— Por fin, ahora podré jugar con esta muñeca que tanto me gusta.
Y mientras hablaba vio a otras niñas que habían ido a comprar la misma muñeca, y advirtiendo como se entristecían al reparar que las muñecas ya se habían acabado, Juanita pensó en compartir su muñeca con ellas. Y así lo hizo, y después que jugaron un largo rato con la muñeca las niñas se lo agradecieron, y le dijeron:
— Queremos que siempre seas nuestra amiga.
Juanita, al escucharlas, se emocionó tanto que no podía creer lo que escuchaba, porque como había sido tan egoísta no pensó que esta buena acción iba a hacer que ella tuviera amigas.
— Gracias, niño Jesús –dijo–, porque has utilizado a mi mamá para que yo entienda todo lo bueno que ella me está enseñando, para que te reciba con mi corazón bello y adornado, como está ahora mi casa. Así podré gozar de una hermosa Navidad, porque compartiré no solo mi muñeca sino todos los juguetes que tengo, y ya no serán sólo míos pero podré tener muchas amiguitas.
Después que la mamá terminó de narrarle la historia de Juanita, le preguntó a Danielito:
— ¿Ahora comprendes lo que significa dar importancia al tiempo de adviento para que se reciba la Navidad como Dios manda?
— Sí, mamá.
— ¿Sabes?, –le dijo la mamá–. Si esto no fuera así, ¿qué pasaría con los niños que sus padres no cuentan con los medios para que ellos obtengan todos los juguetes que desean? Por eso Dios también pone la riqueza del corazón que está al alcance de todo ser humano, para que de alguna manera espere feliz y contento la llegada del niño Jesús.
— Sí, mamá –le contestó Danielito–, por eso en Navidad todos debemos estar contentos porque el niño Jesús nace en todos los corazones.
— Claro que sí –le dijo la mamá–, porque lo que al niño Jesús le interesa es que lo adornemos con nuestras buenas acciones y esto está al alcance de todos, ¿y sabes? El mayor regalo que se debe esperar en Navidad es que al nacer el niño Jesús en nuestros corazones se quede viviendo con nosotros eternamente.
— ¡Oh, qué hermoso sería eso, mamá!, –le dijo Daniel–. Y no te preocupes, yo haré que esto suceda muy pronto.
La mamá, al ver a su hijo que ya estaba dispuesto al gran cambio, lo besó tiernamente, y antes que terminara de conversar amenamente, le dijo:
— Y así será, Danielito, así será, cuando termines de crecer en el tiempo de adviento.