viernes, 19 de junio de 2009

Teófilo y la Montaña Bienaventurada

— No sé, pero hoy día me he levantado con el deseo de hacer algo diferente y grandioso –le decía Teófilo a Ruperto.
Ellos eran dos hermanos que se buscaban, más que nada, para divertirse.
— ¿Y qué es lo que deseas?, –le dijo Ruperto a Teófilo.
— No lo sé –le contestó Teófilo–, tú sabes que siempre me ha gustado darle gusto a mis pasiones, sean las que fuesen. ¡Ah! Ya tengo una idea. ¿Por qué no volvemos a escalar montañas como hacíamos antes? Esta vez será diferente, porque ya somos jóvenes y podemos explorar mejor las montañas, a ver qué encontramos. ¿Te parece?
— Sí, me gusta tu idea –le dijo Ruperto.
— Y quién sabe, encontremos la montaña más alta del mundo, porque si logramos escalarla nos sentiremos orgullosos y muy poderosos con ello –le contestó Teófilo.
— ¿Por qué piensas sólo en enorgullecerte?, –le pregunto Ruperto. ¿Qué es lo que deseas demostrar?, porque yo solamente lo haría para divertirme.
Teófilo le respondió:
— Y yo también, sólo que me gusta sentirme poderoso con las hazañas que realizo.
— Yo sé que es bueno esforzarse y que uno se sienta orgulloso de sus méritos sin que por ello se pierda la humildad del corazón, pero lo que no es bueno es que te sientas poderoso y soberbio –le contestó Ruperto.
Mientras conversaban, no se dieron cuenta que las horas pasaban hasta que llegó la tarde. Y Ruperto, viendo que el día ya los había ganado, le dijo a Teófilo:
— ¿Por qué no esperamos hasta el día de mañana?
— No, por favor, Ruperto, –le contestó Teófilo–, tú sabes que soy muy impaciente, no me agrada tu idea.
Ruperto, al escucharlo, le dijo:
— Sí, y también eres egoísta, porque sólo piensas en ti sin que nada te importe. Bueno, vamos, pero primero cenamos.
Y mientras cenaban, como Teófilo se encontraba muy ansioso por lo que le ganaba el tiempo, cenó muy aprisa. Esto ocasionó que se indigestara, además como era insaciable, comió en demasía y terminó por dormirse. Y soñó que llegaba a una montaña la cual era muy hermosa, alta y blanca como la nieve. Al verla se quedó impresionado, pues jamás había visto cosa igual. Al acercarse sintió que un aire lo detuvo.
— Que raro –dijo–, ¿por qué sucede esto?, ya que no puedo avanzar.
Pero nuevamente insistió; sin embargo, por más esfuerzo que hizo, no pudo con el aire que salía de la boca de la montaña. Y poniéndose ya en una actitud muy triste y desesperanzada, volvió a decir:
— Creo que nunca la conoceré.
De pronto, la montaña comenzó a hablarle.
— No te pongas triste, muchacho, sólo tienes que esperar si deseas conocerme, ya que la causa por la cual se te ha detenido es que llevas tus pies muy sucios, y como están llenos de barro por lo que sólo vives pegado a la tierra, se te ha formado en ellos una carga muy pesada.
Teófilo, muy intrigado por lo que jamás había visto que una montaña le hablara, se dijo:
— ¿Será que estoy soñando?
Y dirigiéndose a la montaña, le contestó:
— Lo que me acabas de decir me suena como algo insólito, pero si así fuese, ¿qué debo hacer?, ya que lo que más deseo es conocerte. ¿Será que tengo que ponerme más ligero y dejar toda la carga que llevo?
— Así es –le contestó la montaña–, pero la carga a la que yo me refiero no es la que tú piensas, porque todo lo que llevas es útil para escalar.
— Entonces, ¿cuál es?, –le preguntó Teófilo–, cayendo cada vez más en la impaciencia.
La montaña, viendo la tonta actitud que presentaba Teófilo en ese momento, le dijo:
— ¿Por qué te pones tan impaciente? ¿No te das cuenta que esa actitud no te deja reflexionar bien? Además te has llenado de orgullo y muchas cosas más que llevas como carga en el corazón, las cuales son tus propias ambiciones. ¿Sabes? En éstas no vas a encontrar jamás algo grandioso ni poderoso, porque sé lo que desea tu corazón ya que te conozco desde tu nacimiento, sé todo lo que albergas en tu interior, y como no le tomas importancia a la reflexión estas pasiones desenfrenadas que te inquietan se están convirtiendo en tu mejor alimento. Y si quieres conocerme más, ante todo, tu actitud deberá ser diferente y no quisiera que tu arrogancia pueda envolverte, porque de la única manera que me conocerás será cuando te vuelvas humilde, paciente y misericordioso.
Teófilo, le contestó:
— Realmente, yo no sabía que padecía de todo esto, pero como te estás convirtiendo en mi más grande anhelo, trataré de escucharte lo mejor que pueda para no fallar.
La montaña le contestó:
— Si esto es así, deberás poner mucha atención con lo que te voy a hablar. Lo primero que tendrás que hacer es ir a lavarte los pies a un manantial cristalino, que se encuentra a 20 metros de donde me hallo. Sólo tienes que mirar bien para que lo veas, porque es muy transparente y a veces escapa a los ojos de los humanos.
Teófilo, tras escuchar a la montaña, sintió que de repente iba a ser muy difícil que algún día la conociera, pero se dijo:
— No, no deseo pensar así, me daría pena que esto suceda.
Y sin rendirse, trató de limpiar su vista para que nada la obstaculizara y siguió camino abajo. Y mientras caminaba de pronto vio un manantial hermoso y cristalino.
— Este debe ser el manantial al que me manda la montaña –dijo. ¡Qué hermoso y cristalino es!
Y al acercarse más, pudo confirmar lo que su corazón le anunciaba. Entonces, sin pérdida de tiempo, se dispuso a ingresar cumpliendo así lo que le había dispuesto la montaña. Cuando terminó de lavarse los pies, comenzó a sentir que andaba más ligero.
— Qué raro, –dijo–, me siento más ligero y mis pasos son más firmes y seguros. ¡Qué montaña tan sabia! Con razón yo caminaba pero me cansaba todo el tiempo, sin saber que mis pies estaban cargados, quien sabe, de inmundicia y yo no lo sabía.
Y mientras regresaba con el corazón lleno de alegría por lo que iba a conocer ya a la montaña tan ansiada, escuchó que ésta le habló nuevamente:
— Teófilo, todavía no puedes regresar, sé que has cumplido. ¿Pero sabes? Este es mi primer requerimiento, ahora te pediré que regreses nuevamente al manantial para que termines de limpiarte, una vez que lo hagas ya podrás venir a mí.
— ¿Seguro?, –le dijo Teófilo–, porque ya me está ganando nuevamente la impaciencia y no deseo ponerme mal.
— Pero esto no te conviene, –le dijo la montaña–, ya que si así sucede perderás todo lo que has avanzado, y quién sabe, ya no me conozcas.
— No, por favor, no me digas eso, de pensar sólo que te puedo perder tengo ganas de llorar.
— Entonces, no lo hagas –le respondió la montaña–, porque como te repito, esta forma de ser no te hace reflexionar bien.
Y Teófilo, dando ya más importancia a lo que la montaña le hablaba, comenzó a respirar muy hondo para tranquilizarse y así cumplir con el siguiente requerimiento que ésta le pedía para que se pueda acercar a ella. Y estando ya más ligero se dirigió nuevamente al manantial, e introduciéndose en él sintió una frescura relajante, y como era de esperar volvió a ver a la montaña. Cuando llegó, ésta le dijo:
— Veo que te has bañado, pero como no te has quitado la ropa que llevas, no estás completamente limpio.
Teófilo le contestó:
— Pero tú no me dijiste eso, además si fuese así, ¿de dónde iba yo a sacar ropa limpia, ya que me encuentro muy lejos de mi casa?
— No te preocupes, –le dijo la montaña–, al lado donde se encuentra el manantial, hay una casa celeste cielo. ¿Sabes? Es muy hermosa y brillante porque está revestida de los diamantes más puros. Cuando llegues a ella sola se abrirá porque ya estás limpio, y cuando ingreses vas a ver un hermoso vestido blanco, ese te pondrás. Una vez que te lo pongas, descubrirás que el vestido que te cubría había sido enlodado con tu propia desdicha, ya que sólo has vivido ambicionando sin encontrar en ello un mejor sentido.
Y Teófilo así lo hizo, fue a cumplir con el tercer requerimiento que le pedía la montaña. Cuando esto sucedió se puso muy feliz, y exclamó:
— ¡Qué hermoso vestido es este! Parece que ha sido diseñado con las piedras más costosas y brillantes del universo, porque siento que su resplandor me ciega.
Entonces, se dispuso a ponérselo. Una vez que lo hizo volvió a decir:
— Siento como si yo fuese un hombre nuevo que ha vuelto a nacer en otro amanecer y hasta mis gustos han cambiado.
Y mientras pensaba, con mucha alegría se dirigió nuevamente a la montaña. Cuando llegó a ella, ésta le dijo:
— Sé ahora que ya estás listo para que me conozcas, porque te está alumbrando la gloria de Dios, la cual hace que tus ojos resplandezcan en la humildad, en la paciencia y en la misericordia. Por lo tanto, seremos ya muy buenos amigos y compañeros y nuestra amistad continuará por toda la eternidad.
Y mientras Teófilo seguía soñando, el resplandor del amanecer lo despertó, y viendo que todo esto había sido un sueño, exclamó:
— Qué lástima que sólo fue un sueño pero ha sido muy hermoso, y es más, me ha hecho pensar en gran forma. Ahora me doy cuenta que existe en forma simbólica, una montaña bienaventurada que la llevamos muy adentro de nuestro ser, pero que puede crecer en forma diferente como es en algunos hombres, que cuando llegan a la cumbre de su propia montaña encuentran sólo a la soberbia, como así también se puede llegar a lo más sagrado que llevamos encerrado en el corazón.
Y quedándose ya conforme con lo que había comprendido, muy alegre fue a buscar a su hermano para descifrarle su sueño que lo había hecho cambiar de parecer.

jueves, 11 de junio de 2009

El Gorrioncito y la Jaula de Oro

En un campo muy florido y con muchos árboles silvestres vivía un gorrioncito de hermoso plumaje, cuando cantaba todos los árboles y las flores danzaban de alegría porque su trino era dulce y tierno. En la sencillez de su corazón había cosechado su encanto, todos en el campo lo tenían por transparente, franco y bueno. Pero sucedió que un día, un canario que volaba por el campo, viendo al gorrión con qué alegría cantaba, deleitando a todos los seres que bailaban al vaivén de su melodía, quiso él hacer lo mismo pero no pudo ya que en su corazón no había alegría. Entonces dijo:
— ¿Será que lo que lo hace cantar con tanta alegría, es porque se le ve un gorrión feliz, bueno y humilde? Qué envidia siento, porque si esto es cierto yo voy a hacer que cambie su manera de ser y lo haré como soy yo, porque lo convertiré en un gorrión amargado, egoísta, soberbio y ambicioso cuando comience a levantarle el ego, con el fin de que se le quite hasta las ganas de seguir viviendo. ¿Qué trampa le pondré para que la insana intención de mi corazón se haga real? ¡Ah! Ya sé, construiré con mis propias garras una jaula para regalársela, y la pintaré de dorado para que parezca de oro y se vea más hermosa. Así le gustará más y cuando le haga creer que la jaula le dará todo lo que tiene, pero en abundancia y otras cosas más, si la acepta, lo trasladaré a un mundo diferente del que ahora goza con la simpleza de su alma. Esto lo hará llorar cuando se vea atrapado en ella.
Entonces, sin pérdida de tiempo, el canario se dispuso a construir la jaula. Cuando terminó su obra maquiavélica, como era de esperar, fue a buscar ávidamente al gorrión hasta que lo encontró. Y acercándose a él tras el velo de una falsa amistad, le empezó a decir:
— ¿Sabes? Te he oído cantar y te felicito porque tu trino es muy hermoso, pero he visto que tú podrías ser más admirado por todos los del campo si mostraras tu encanto en esta jaula de oro. Si deseas te la regalo porque tú me caes muy bien. Además deseo ser tu amigo. ¿Qué te parece?
El gorrión le contestó:
— No hay necesidad de que me la regales si deseas mi amistad, pero lo que no entiendo es por qué causa mostraría más mi encanto, como tú dices, en esta jaula. ¿Qué misterio encierra?
— Bueno, te lo diré –le dijo el canario–. Como esta jaula llama mucho la atención por su brillo y lo hermosa que es, eso mismo hace que se les ilumine los ojos a quienes gustan sólo del lujo, y con mayor razón si dentro de esta jaula hay algo que la hace más deseable. Por lo tanto, su mayor atención serás tú ya que cantas tan bonito, y si te llevas de mi consejo cantando dentro de ella, te aseguro que obtendrás todo lo que deseas. Además, todos caerán rendidos a tus pies ya que te admirarán más por lo que te vas a mostrar elegantemente. Piensa en lo que te hablo y proponte cantar dentro de la jaula.
El gorrión, un poco consternado por lo que el canario le hablaba, le dijo:
— No comprendo con qué finalidad haces esto por mí, ¿pero sabes?, ya me empieza a gustar la jaula; es más, te haré caso y me pondré a cantar desde ahora dentro de ella, quien sabe así podré gozar de lo que jamás soñé en la tierra.
Y así lo hizo en los días que todavía la felicidad lo acompañaba, entrando y saliendo de la jaula cuantas veces quería. Pero con el transcurrir del tiempo, después que gozó de todo lo que el canario le había manifestado, eso mismo se volvió contra él, porque al sentirse ya preso por la ambición que lo embargaba para tener cada día más, como era de esperar la codicia se encargó de encerrarlo, hasta el punto que terminó por enfermarlo ya que se había convertido en un ser amargado, egoísta y soberbio. Y el canario, como sabía lo que le iba a suceder, tomó como punto de partida la amargura en la que el gorrión iba a caer para construir la jaula. Entonces, la hizo de tal manera, que cuando el gorrión llegara a sentirse totalmente desesperado por su situación, esa misma fuerza negativa que iba a brotar de su alma se iba a encargar de empujar la puerta de la jaula cerrándola para siempre. Cuando esto sucedió, dijo:
— Dios mío, ¿qué es lo que he hecho?, porque me siento encerrado dentro de mí mismo. ¿Cómo podré ahora cantar las hermosas melodías que brotaban de mi alma, si ahora ella se encuentra enferma? Y pensar que yo era un gorrión muy alegre, podía volar por donde se me antojara, me alimentaba de la misericordia de Dios. ¿Por qué fui tan tonto, Señor?, ya que no aprecié en su momento la riqueza que tú me dabas, como es la libertad en que podía vivir mi alma, sin desear nada de lo que más tarde me iba a enfermar, quien sabe yo no estaba preparado aún para obtener todo este beneficio, ya que me volví ambicioso y altanero. Ahora siento mi mente obnubilada y mi alma ya no goza ni con las estaciones del año, pronto me convertiré en un recuerdo olvidado. Así ya no quiero seguir viviendo, a no ser que se me abra la bóveda del cielo y pueda volver a ser lo que fui, un gorrión bueno y humilde, que se alegraba tan solo cuando veía feliz a los demás.
Y mientras dialogaba consigo mismo, comenzó a sentir que algo se abría en su interior. Y se dijo:
— ¿Será que se me está abriendo la bóveda del cielo, porque Dios ha tomado en cuenta mi arrepentimiento?
De pronto, una voz que venía desde muy adentro de su conciencia, le habló:
— Así es, y como te has arrepentido del desvarío en que has vivido nuevamente serás bendecido, y obtendrás mucho más de lo que el canario te dio con su jaula falsa, porque como se te devolverá la buena forma de ser que tenías, la riqueza que te vendrá de ahora en adelante será no sólo para ti, sino que pensarás también en los que no están en tu lugar para que los puedas ayudar.
El gorrión, después que escuchó a la voz, como ya había aprendido esta lección, extasiado se quedó cuando vio que la puerta de la jaula se hallaba ya abierta. Y reflexionó:
— Con razón empezaba yo a sentirme libre y como que una luz alumbraba ya mi mente. Ahora podré pensar mejor con una actitud más lúcida.
Y mientras hablaba con felicidad cantó más alto que nunca. Entonces, el canario, al escucharlo, apareció tan sólo para desearle su maldición, mas al gorrión ya no lo tocó. Y volvió a decir:
— Pobre canario, se ve que está muerto de rabia porque su trampa le falló, y yo voy a ser diferente a él, porque quiso cambiar mi manera de ser en forma insana y no lo logró, pero yo haré lo contrario a su propósito para que sea feliz.
Y muy contento bajó desde donde estaba para ayudarlo.

El León y la Gatita Mimosa

Érase una vez un león que andaba muy pensativo y triste, porque decía que a pesar de saberse el rey de la selva su vida era sólo un martirio, porque únicamente vivía para cazar a quien podía para satisfacer su gran panza que muy difícilmente se llenaba. Un buen día, apareció muy sonriente por el camino una gatita mimosa. Al león le llamó la atención ver a la gatita que caminaba sin ningún temor en un bosque de fieras. Y se dijo:
— Qué gatita tan despreocupada, ¿acaso no sabe que yo, de un zarpazo puedo matarla para comérmela?
Y mientras hablaba consigo mismo, de pronto vio que la gatita se acercaba a él con mucha educación y dominio propio. Y le empezó a decir:
— Cómo estás, león, porque te veo con el rostro fruncido y yo quisiera verte feliz.
El león, al ver a la gatita tan valiente y sonriente, eso le produjo curiosidad, y tanto fue que ni siquiera pensó en comérsela ya que venía con una gran hambre, pero más pudo la tranquilidad y la ternura con que la gatita se dirigió a él. Y después de observarla un buen rato, le dijo:
— ¿Tú acaso sabes si yo acostumbro hablarle a cualquiera que se me cruza por el camino? Qué presunción la tuya de estar acá a mi costado, hablándome como si yo fuera de tu estirpe y todavía me dices que me quieres ver feliz. ¿Acaso pretendes también conocerme?
— Aunque no creas, yo te conozco y sé también de qué pie cojeas. Mira, ahora mismo sé que estás hambriento y si no me agarras de un zarpazo y me comes, es porque te has sentido bien conmigo y tu corazón late más lento por lo que a mi lado te sientes con paz y sosiego. ¿O te atreves a desmentirme?
El león, conociendo que la gatita tenía razón, tratando de ocultar su bienestar por lo que era tan orgulloso y soberbio, le dijo:
— Qué te crees, gata zonza, ¿quién eres tú para que despiertes en mí tanta maravilla? Porque en toda mi vida lo que más he buscado es la paz de mi alma y no la encuentro hasta ahora. Y tú pretendes, acaso, dármela para que sea feliz, si ni siquiera he podido alcanzarla, yo que soy el rey de la selva, que nadie me puede tocar ni hacerme daño porque conocen la fuerza que llevo en mis garras, y todavía me temen. Cuando salgo de paseo, si tengo hambre voy a cazar y me alimento con la mejor presa, todo lo que deseo lo obtengo en el momento que se me plazca, sólo que con esto no alcanzo a tener paz.
La gatita, le respondió:
— Pero cómo vas a alcanzar lo que se gana con méritos que vienen del cielo, si yo veo que eres un león egoísta que se preocupa sólo de su panza, sin importarte a quien matas por ella. ¿Y sabes? No creo que en tu corazón albergues ningún remordimiento por lo que haces, ya que para ti esta clase de vida es la más natural y la mejor, aunque no satisfaga a tu alma. ¿O acaso me equivoco?
— ¿Qué remordimiento puedo tener yo? ¿Por qué me hablas tantas boberías?, –le dijo el león–, si todos en la selva sabemos que ésta es la única vida. Y como nos sentimos los más fuertes y poderosos, podemos hacer que todos se rindan a nuestros pies, porque esto nos infla de orgullo, y por último, si queremos abusar del débil, lo hacemos también sin que nada nos importe, y muchas veces no les queda otra opción que bajar la cabeza, demostrando respeto y veneración aunque no quieran.
— Sí, lo sé –le dijo la gatita–, y todo sucede porque en tu mundo de fieras no existe la compasión porque se vive sin amor, por eso tampoco hay justicia que es lo que más necesita el mundo si queremos vivir de acuerdo a la ley de Dios, pero lastimosamente a muy pocos esto les interesa.
— Sí, y yo soy uno de ellos –dijo el león–, porque también nadie fue justo conmigo.
— Pero tú no devuelvas mal por mal, ¿por qué no haces lo contrario a ver si te va mejor? –le dijo la gatita.
— Imposible que yo haga esto porque en mi alma siento resentimientos, y quien sabe, hasta me mueva la venganza contra aquellos que me hicieron daño.
— ¿Pero no has pensado –le dijo la gatita–, que si perdonas de corazón esto mismo podría sanar tus heridas?
— ¿Perdonar? Jamás lo haré –le respondió el león–, y por favor, ya no sigas insistiéndome porque siento más bien que me estoy llenando de odio.
— Qué lástima me das –le dijo la gatita–, como se ve que no sabes nada de los misterios que encierra el paraíso, y te aseguro que ni cuenta te das que estás pisando ya muy hondo el infierno. Y como ahora, quien sabe lo veas revestido de perlas preciosas, por lo que te sientes tan poderoso no le tomas importancia al fuego.
— ¿De qué cosas me hablas?, –le dijo el león–, porque yo ya estoy bastante viejo y jamás a mi alrededor he visto ningún fuego.
— Pero no es el fuego que puede encender y quemar todo lo que está a tu alcance, –le contestó la gatita–, sino es el fuego que se enciende en el alma cuando nos distraen cosas que no las acepta Dios. Por lo tanto, éste va destruyendo todo lo que hay de bueno y en esta situación no creo que puedas entender lo que significa el paraíso, ya que para esto debiste pensar primero en alimentar muy bien tu alma en vez de tu panza. Por lo tanto, la vida que ahora llevas como condena por tus malas acciones no es la que Dios escogió para ti. Pero yo estoy tratando de llevarte a lo que es eterno, y por esta causa me estoy convirtiendo en la razón de tu bienestar y de tu felicidad.
— Y vuelves a caer en la presunción –le dijo el león–, porque ante mis ojos tú no eres más que una sombra, aunque ahora tengo que reconocer que ya me está gustando tu compañía.
— Más te vale –le respondió la gatita mimosa–, y óyeme de una vez por todas, impertinente ingenuo, para terminar de mostrarte que tu destino está ligado al mío, o acaso no sabes que somos de una misma esencia la que nos hace a imagen de Dios cuando somos buenos, pero tristemente tú has deformado tu imagen por tu mala conducta, pero si te propones cambiar verás que volverás a ser como Dios te creó.
El león, al escuchar ya las palabras tan sabias que salían de los labios de la pequeña gatita, a la cual miraba muy por debajo de su hombro por lo que tontamente ante sus ojos no era más que un ser débil y pequeño, le dijo:
— ¿Será, entonces, que yo vivo entre dos fuerzas, el bien y el mal?
La gatita, a la que sólo la enaltecía el amor con que se dirigía al león, le dijo:
— Así es, y en ti veo que te mueve una fuerza maligna que te hace aparentemente fuerte pero también sé que llevas escondido dentro de ti un leoncillo muy pequeñito y débil, el cual sufre y llora mucho porque no puede ser lo que realmente quisiera, ya que no sabe cómo quitarse el orgullo y otras cosas más que han inflado torpemente su corazón. ¿Y sabes? Quisiera decirte, igualmente, que en ti también veo belleza sólo que tú no la conoces ya que vive muy adentro de tu alma, y esta belleza no es otra cosa que la fuerza del amor, la que hace que todas las cosas se vuelvan bellas, y tú sólo tienes que reconocerla para que fluya y tu vida se vuelva hermosa. Así terminará por abrazarte tu espíritu maduro.
El león, tras escucharla ya con mucha atención, le dijo:
— Realmente, con lo que me acabas de decir has desnudado mi alma, y es cierto que muchas veces quise sentirme diferente, ya que lo que más llevo presente es el agobio que me asfixia cada día, y trato de llenar mi soledad con cosas que me satisfacen momentáneamente. Pero dime, ¿por qué tú sabes tanto? ¿Quién te ha enseñado a reflexionar así ya que desconozco este lenguaje?
La gatita, le respondió:
— Lo único que te puedo decir es que busqué al bien, y él mismo me fue contestando en la medida que me producía paz y bienestar a mi alma, esto me hizo sentir muy feliz y hallé una gran verdad, que nadie puede llegar a encontrar la razón de su vida si no logra entender lo que significa el servicio, que viene como consecuencia del verdadero amor que comienza ya a latir en nuestro corazón. Y como verás, ahora te estoy dando mi compañía sin que por ello busque yo algún beneficio, y esto es ya un servicio.
El león, después que escuchó atentamente, le dijo a la gatita:
— Siento que tus palabras me están llevando a la cordura, por lo que me estoy dando cuenta que de alguna manera yo he vivido fuera de juicio. Ojalá, existan muchos seres que piensen como lo haces tú, porque de lo contrario también muchos dejarían de temer lo que ahora entiendo por infierno. Y yo por mi parte, estoy dispuesto a sacrificar mi panza porque te querré ya de por vida como amiga.
— Y así será –le respondió la gatita mimosa.
Y se juntaron en un tierno y amoroso abrazo.