El 21 de febrero falleció la escritora peruana Luisa Cabero Cabieses, colaboradora de EnCuentos.com.
Yo tuve el inmenso honor de ser su amiga y siento la necesidad de contarles a todos los lectores que Luisa fue una gran mujer. Ella enriqueció mi vida con su fe inquebrantable, más allá de las dificultades. Ha sido una de esas personas que Dios pone en nuestro camino para ayudarnos a ser mejores. Quienes tuvieron la dicha de conocerla personalmente, extrañarán sin duda su presencia.
En mi caso, extrañaré sólo nuestra comunicación vía e-mail y digo “solo” porque se que sigue estando a mi lado y al lado de quienes la amaron y amó. Siento que hoy hay un ángel más en el cielo velando por todos. Quizás no se fue, sino que regresó al lugar dónde realmente quería estar.
Este es el humilde homenaje que EnCuentos.com le rinde a esta mujer excepcional, quien sin duda, nos seguirá acompañando desde el cielo.
miércoles, 30 de marzo de 2011
jueves, 14 de octubre de 2010
Lo que significa ser importante en la vida
― ¿Por qué estás tan apesadumbrado, Marcos? Tienes todo lo que podría desear un ser humano y sin embargo, casi siempre te veo triste y muy pensativo.
― Sí, madre, pero a veces pienso que no sé ni lo que quiero, todo me aburre y hasta he llegado a pensar para qué vivo si no voy a ser feliz con lo que deseo.
― Lamentablemente, sé que es así, pero tu obstinación al dinero y tus ansias de querer triunfar en la vida a tu manera, ha ocasionado que dejes de escucharme tanto tiempo. Porque yo te hablaba de muchas cosas que si tú las hubieras asimilado en su momento, no estarías cuestionándote tristemente.
― Sí, es verdad madre, y todo lo que me hablabas sonaba muy bonito a mis oídos pero nada me quedaba. Y como siempre, andaba pensando en ser alguien importante en la vida, lo único que me interesaba era cómo hacer para conseguirlo y mira, ya tengo 30 años y mis objetivos no se han cumplido, y por esto cada día que pasa me voy llenando de frustraciones.
― Dime, Marcos, ¿en algún momento has considerado a Dios en tu vida para que todo te saliera como querías?
― Realmente no, ¿pero qué tiene que ver Dios en esto? ¿Tú crees que si pienso en Él todo lo obtendría?
― Por supuesto que sí –le contestó su madre–, y todavía te hubiera dado más de lo que imaginas, ¿y sabes por qué?
― No, no lo sé –le dijo Marcos.
― Es porque hubieras tenido la sabiduría de Dios para que fueran otros tus valores, y aunque no lo creas esto es lo que te hubiese hecho triunfar en la vida sin que te enaltezcas de nada. ¿Y sabes? Dios es el que nos coloca en cargos importantes, para que con la sabiduría de Él podamos conducir a la humanidad en forma satisfactoria y sana. Si no, el hombre qué sentido daría a su vida, si pensara en triunfar sólo para sí mismo y viendo sólo su propio beneficio.
― Bueno –le dijo Marcos–, si se vieran las cosas desde ese punto de vista estaría bien, pero es tan difícil verlo así.
― Así es, hijo, pero no es difícil si cambiaras tus valores, porque por lo que veo no son tus objetivos los que te llenan de frustraciones, sino es tu forma de ser lo que hace que te sientas frustrado, ya que no debes aceptarte ni a ti mismo.
― Tienes razón, madre, porque hay momentos que efectivamente, no me acepto ni a mí mismo, y los conflictos que llevo por dentro hacen que me domine la tristeza.
― Sí, y me imagino cómo te sentirás. ¿Por qué, pues, no comienzas a trabajar en tu persona? Esto te haría mucho mejor ya que con el trabajo personal podrías ir descubriendo muchas cualidades, que harían de ti un gran hombre si comienzas a cultivarlas.
― Eso sí sería bueno, pero cómo hacer para empezar con tal trabajo –le dijo Marcos.
― Bueno, hijo, la voluntad de querer hacer las cosas bien es lo que tendrías que trabajar primero; pero para que pongas todo esto en acción tendrías que hacerte consciente del nuevo estilo de vida que comenzarás a vivir.
― ¿Pero tú crees que podré cambiar si ya tengo 30 años? ¿No será ya muy tarde?
― Hijo mío, para cambiar a una mejor vida el tiempo no cuenta, así que no metas eso en tu cabeza que no te conviene.
― Está bien, madre, trataré de no pensar así, porque de verme que ya estoy envejeciendo y que no he hecho nada por la vida, es lo que me está consumiendo.
― ¿Tú, envejeciendo? Si tienes tantos años por delante, hijo. Dime qué vas a hacer mañana, pues como es domingo de repente podrías pasarlo conmigo, ¿qué te parece?
― Sí, no sería mala idea –le contestó él–, así podríamos seguir conversando sobre estas cosas que quien sabe me hagan cambiar, en lugar de estar buscando algún amigo para matar el tiempo.
― Sí, hijo, y el tiempo es oro y no hay que malgastarlo, mañana nos vemos.
― Sí, madre, nos vemos.
Y, transcurriendo el tiempo, Marcos, gracias a Dios y a su madre, fue cambiando su tonta manera de ser, llena de egoísmo y de otros tantos defectos, hasta que por fin logró lo que ansiaba, el hombre importante que quería ser pero a la manera de Dios, esto lo fue llenando de mucha satisfacción colmando cada día con mucha paz su corazón.
Y, como era de esperar, Marcos llegó a ser un hombre muy feliz, y acompañado de una gran misericordia, pues el cargo que Dios le había dado desde lo alto, iba contemplando las necesidades humanas y fue grande ante los ojos de Dios.
― Sí, madre, pero a veces pienso que no sé ni lo que quiero, todo me aburre y hasta he llegado a pensar para qué vivo si no voy a ser feliz con lo que deseo.
― Lamentablemente, sé que es así, pero tu obstinación al dinero y tus ansias de querer triunfar en la vida a tu manera, ha ocasionado que dejes de escucharme tanto tiempo. Porque yo te hablaba de muchas cosas que si tú las hubieras asimilado en su momento, no estarías cuestionándote tristemente.
― Sí, es verdad madre, y todo lo que me hablabas sonaba muy bonito a mis oídos pero nada me quedaba. Y como siempre, andaba pensando en ser alguien importante en la vida, lo único que me interesaba era cómo hacer para conseguirlo y mira, ya tengo 30 años y mis objetivos no se han cumplido, y por esto cada día que pasa me voy llenando de frustraciones.
― Dime, Marcos, ¿en algún momento has considerado a Dios en tu vida para que todo te saliera como querías?
― Realmente no, ¿pero qué tiene que ver Dios en esto? ¿Tú crees que si pienso en Él todo lo obtendría?
― Por supuesto que sí –le contestó su madre–, y todavía te hubiera dado más de lo que imaginas, ¿y sabes por qué?
― No, no lo sé –le dijo Marcos.
― Es porque hubieras tenido la sabiduría de Dios para que fueran otros tus valores, y aunque no lo creas esto es lo que te hubiese hecho triunfar en la vida sin que te enaltezcas de nada. ¿Y sabes? Dios es el que nos coloca en cargos importantes, para que con la sabiduría de Él podamos conducir a la humanidad en forma satisfactoria y sana. Si no, el hombre qué sentido daría a su vida, si pensara en triunfar sólo para sí mismo y viendo sólo su propio beneficio.
― Bueno –le dijo Marcos–, si se vieran las cosas desde ese punto de vista estaría bien, pero es tan difícil verlo así.
― Así es, hijo, pero no es difícil si cambiaras tus valores, porque por lo que veo no son tus objetivos los que te llenan de frustraciones, sino es tu forma de ser lo que hace que te sientas frustrado, ya que no debes aceptarte ni a ti mismo.
― Tienes razón, madre, porque hay momentos que efectivamente, no me acepto ni a mí mismo, y los conflictos que llevo por dentro hacen que me domine la tristeza.
― Sí, y me imagino cómo te sentirás. ¿Por qué, pues, no comienzas a trabajar en tu persona? Esto te haría mucho mejor ya que con el trabajo personal podrías ir descubriendo muchas cualidades, que harían de ti un gran hombre si comienzas a cultivarlas.
― Eso sí sería bueno, pero cómo hacer para empezar con tal trabajo –le dijo Marcos.
― Bueno, hijo, la voluntad de querer hacer las cosas bien es lo que tendrías que trabajar primero; pero para que pongas todo esto en acción tendrías que hacerte consciente del nuevo estilo de vida que comenzarás a vivir.
― ¿Pero tú crees que podré cambiar si ya tengo 30 años? ¿No será ya muy tarde?
― Hijo mío, para cambiar a una mejor vida el tiempo no cuenta, así que no metas eso en tu cabeza que no te conviene.
― Está bien, madre, trataré de no pensar así, porque de verme que ya estoy envejeciendo y que no he hecho nada por la vida, es lo que me está consumiendo.
― ¿Tú, envejeciendo? Si tienes tantos años por delante, hijo. Dime qué vas a hacer mañana, pues como es domingo de repente podrías pasarlo conmigo, ¿qué te parece?
― Sí, no sería mala idea –le contestó él–, así podríamos seguir conversando sobre estas cosas que quien sabe me hagan cambiar, en lugar de estar buscando algún amigo para matar el tiempo.
― Sí, hijo, y el tiempo es oro y no hay que malgastarlo, mañana nos vemos.
― Sí, madre, nos vemos.
Y, transcurriendo el tiempo, Marcos, gracias a Dios y a su madre, fue cambiando su tonta manera de ser, llena de egoísmo y de otros tantos defectos, hasta que por fin logró lo que ansiaba, el hombre importante que quería ser pero a la manera de Dios, esto lo fue llenando de mucha satisfacción colmando cada día con mucha paz su corazón.
Y, como era de esperar, Marcos llegó a ser un hombre muy feliz, y acompañado de una gran misericordia, pues el cargo que Dios le había dado desde lo alto, iba contemplando las necesidades humanas y fue grande ante los ojos de Dios.
sábado, 21 de agosto de 2010
Señor de mi alma
Mi espíritu se está abriendo y qué majestuoso cielo veo dentro de mí
¡Oh, Señor de mi alma!, será que viviré con algarabía el resto de mis días, sin desear otra alegría que la de vivir en tu compañía
Mi alma se extasía en tu amor, en el manantial de tu bondad me regocijo
Cuando con juicio pienso, en mi razón te encuentro y hablo con reflexión
¡Oh, Señor de mi alma!, deseo que seas el rey de mi casa, mi alma, la que me da calor de dulce hogar cuando en ella moras
Tu sabiduría me hace vivir despierta a la vida, y con suprema alegría, al entender que sólo con ella el hombre puede protegerse de la vil tentación y de la insensatez
En ti, mi mente se aquieta con paz y sosiego y mis ojos ciegos vuelven a ver en tu resplandor
Eres mi lámpara y mi guía, me haces navegar con seguridad en el mar de la vida
No deseo jamás alejarme de ti porque podría perderme y quedar tristemente atrapada entre las olas de aflicción y de eterna confusión
Si he de morir por ti, moriré, porque no hay muerte más sublime que la que tú padeciste por amor
¡Oh, Señor de mi alma!, serás siempre mi eterno redentor y por siempre mi Señor
¡Oh, Señor de mi alma!, será que viviré con algarabía el resto de mis días, sin desear otra alegría que la de vivir en tu compañía
Mi alma se extasía en tu amor, en el manantial de tu bondad me regocijo
Cuando con juicio pienso, en mi razón te encuentro y hablo con reflexión
¡Oh, Señor de mi alma!, deseo que seas el rey de mi casa, mi alma, la que me da calor de dulce hogar cuando en ella moras
Tu sabiduría me hace vivir despierta a la vida, y con suprema alegría, al entender que sólo con ella el hombre puede protegerse de la vil tentación y de la insensatez
En ti, mi mente se aquieta con paz y sosiego y mis ojos ciegos vuelven a ver en tu resplandor
Eres mi lámpara y mi guía, me haces navegar con seguridad en el mar de la vida
No deseo jamás alejarme de ti porque podría perderme y quedar tristemente atrapada entre las olas de aflicción y de eterna confusión
Si he de morir por ti, moriré, porque no hay muerte más sublime que la que tú padeciste por amor
¡Oh, Señor de mi alma!, serás siempre mi eterno redentor y por siempre mi Señor
La riqueza que hace feliz al corazón
— ¿No te das cuenta, Christian, que con lo que hablas demuestras espíritu de fariseo? Porque por más honrado e instruido que seas no reflejas la imagen de Dios, ya que para esto tendrías primero que comenzar a reconocer todas tus debilidades. O acaso no sabes que el hombre es débil por naturaleza, y mientras su carne no se rinda al espíritu de Dios, poco le servirá haberse instruido para vivir de acuerdo a la ley divina.
— Mira, Gonzalo –le contestó Christian–, yo lo que sé es que he vivido formalmente, por eso llevo una conducta irreprochable, y no soy como muchos que viven la vida alegre en sus placeres y ni siquiera les importa guardar su apariencia.
— Bueno –le contestó Gonzalo–, pero tu posición de aparentar ser buen cristiano tampoco es la mejor, ya que veo que te crees juez de todos los que no son como tú. ¿Sabes? Así jamás vas a despertar a la espiritualidad, que te haría ver tus defectos ya que eres muy soberbio, y éste es el mayor impedimento que no deja que te acojas a Dios como debería ser, para que puedas ir descubriendo tus debilidades y dejes ya de enaltecerte más de lo que mereces.
Y así hablaban Gonzalo y Christian cada vez que la situación así lo imponía. Ellos eran amigos desde la infancia, y aunque eran diferentes en su manera de ser, el destino era el que se encargaba de juntarlos para que se manifestara en algún momento de sus vidas el fin mayor que los uniría para siempre. Un día, al encontrarse juntos en un vecindario de gente muy adinerada, Christian le dijo:
— Estas personas deben sentirse muy bien consigo mismas ya que no pasan necesidades, por lo tanto estarán felices ya que tienen mucho dinero, ¿no lo crees así?
Gonzalo le contestó:
— Puede ser que lo sean pero no siempre es así, además el dinero muchas veces, en lugar que se convierta en una bendición en las manos de quien lo posee, puede ser él mismo el causante de nuestra desgracia, ya que lo podemos mirar y adorar como un ídolo si no lo vemos como una gracia del cielo.
— ¿Y por qué sucede esto? –le preguntó Christian.
— Porque muchos, erróneamente, piensan que sin él no valen nada.
— ¿Y acaso esto no es así?, –le volvió a preguntar Christian.
— Bueno –le contestó Gonzalo–, algún día entenderás cuando te dediques primero a enriquecer tu espíritu, para que entiendas que hay ricos que son muy pobres como hay pobres que son muy ricos, todo depende cómo se tome la vida, porque hay ocasiones en que alguien puede llegar a quedarse pobre por amor y seguiría sintiéndose rico aún más que antes.
Christian, al escucharlo, le dijo:
— ¿Qué quieres decirme con esto, que yo soy muy pobre en espíritu?
— No lo digo yo –le contestó Gonzalo–, sino es tu misma manera de hablar la que te acusa.
— ¿Mi manera de hablar? ¿Qué de malo tiene? La verdad que no entiendo la causa de tu reproche, porque siempre he tratado de buscar lo que era bueno para mí, y también me he preocupado en desarrollar mis talentos para sentirme bien conmigo mismo.
Gonzalo le contestó:
— Y me parece muy bien que te hayas preocupado en esto, pero lo que no has tomado en cuenta es que Dios te los dio, y no precisamente para que sólo te sientas bien sino para que pensaras también de alguna manera en los demás, así lograrías ver el sentido verdadero por el cual vivimos. ¿Por qué no meditas en esto?, para que orientes mejor lo que Dios te dio como inteligencia, así tus objetivos y tus valores serán ya otros, y la vanagloria que veo en tu persona, como piel pegada a tu alma, se irá desprendiendo ya de ti, porque entiendo que vives prendido a ti mismo ya que sólo obedeces a tu propio parecer y a tu propia voluntad. ¿O me vas a decir que esto no es cierto?
Christian, al verse ya desnudo en su alma y con cierta vergüenza ante las palabras de su amigo, todavía un poco altanero, le dijo:
— No sé por qué hago esto, pero me rindo. ¿Qué debo hacer, entonces, para pensar como tú y así llegar a vivir con la riqueza de tu espíritu?
Y mientras dialogaban, en ese momento vieron a un mendigo, que muriéndose de hambre les pedía pan.
Christian, al verlo, le dijo:
— ¿Por qué no trabajas, flojo?, para que así te ganes el pan de cada día como lo hago yo. Por eso no tengo necesidad de pedir a nadie nada.
Gonzalo, al ver la actitud tan dura que manifestaba Christian, le contestó:
— ¿Acaso sabes tú el motivo por el cual este hombre ha llegado a tal estado para que le digas flojo?
Y dirigiéndose al hombre, le dio una moneda para que saciara su hambre. Y prosiguió:
— ¿Sabes, Christian?, te falta mucha compasión para que te creas un buen cristiano.
— Pero si la tuviera qué ganaría, sino hacerme cada vez más pobre –le respondió Christian.
¿Acaso no sabes tú –le dijo Gonzalo–, que esta actitud, que engrandecería mucho tu alma, no te dejaría jamás en la pobreza? Es más, podría hacerte muy rico.
— ¿Cómo es esto?, –le preguntó Christian–, no entiendo.
— Para esto –le dijo Gonzalo–, tendría primero que llegar el reino de Dios a tu corazón, para que entiendas las palabras de Jesús, cuando dijo: “al que tiene se le dará más y al que no tiene lo poco que tiene le será quitado”.
Christian, sin entender nada de lo que hablaba su amigo, le contestó:
— Pero yo veo en esto una injusticia. ¿Por qué lo habrá dicho, entonces, Jesús? Definitivamente, debe ser por alguna causa que yo no entiendo.
— Y así es –le dijo Gonzalo–. ¿Sabes? El egoísmo es el que se encarga de empobrecer al que no sabe de compasión, mas al que sabe dar, su misma bondad lo enriquece y esto lo hace feliz.
— Bueno, eso debe ser –le respondió Christian en forma ya más humilde–, porque tengo que reconocer que con todas las cosas que he logrado en mi vida, no puedo decir que me siento feliz ni pleno. Quién sabe, me ha faltado vivir con más fe para que entienda los designios de Dios. Y yo que me creía ser un buen cristiano, creo que he estado muy lejos de serlo, de lo contrario hubiera sido feliz dando más importancia a la riqueza de mi corazón que a la de mi bolsillo.
— Qué bien que te estés dando cuenta de mis palabras –le contestó Gonzalo–, y es porque has empezado a abrirte a la espiritualidad y muy pronto sabrás aún más cosas de las que estás aprendiendo, cuando llegue el momento que el mismo Dios directamente te hable desde el fondo de tu corazón y podrás decir ya que llevas una conducta irreprochable.
Christian le contestó:
— Creo que estás en lo cierto porque he comenzado a percibir en forma diferente todas las cosas, como si una luz hubiera ingresado a mi mente y veo ya más claro. ¿Crees, Gonzalo, que así podré manifestar la imagen de Dios en algún momento de mi vida?, porque me siento un nuevo hombre.
— Así es –le contestó Gonzalo–, y lo eres, ahora sé que nuestra amistad prevalecerá para siempre porque ya nos une un mismo fin.
Y Christian, muy sonriente, le dijo:
— Y así será, amigo, así será –le volvió a decir cariñosamente.
— Mira, Gonzalo –le contestó Christian–, yo lo que sé es que he vivido formalmente, por eso llevo una conducta irreprochable, y no soy como muchos que viven la vida alegre en sus placeres y ni siquiera les importa guardar su apariencia.
— Bueno –le contestó Gonzalo–, pero tu posición de aparentar ser buen cristiano tampoco es la mejor, ya que veo que te crees juez de todos los que no son como tú. ¿Sabes? Así jamás vas a despertar a la espiritualidad, que te haría ver tus defectos ya que eres muy soberbio, y éste es el mayor impedimento que no deja que te acojas a Dios como debería ser, para que puedas ir descubriendo tus debilidades y dejes ya de enaltecerte más de lo que mereces.
Y así hablaban Gonzalo y Christian cada vez que la situación así lo imponía. Ellos eran amigos desde la infancia, y aunque eran diferentes en su manera de ser, el destino era el que se encargaba de juntarlos para que se manifestara en algún momento de sus vidas el fin mayor que los uniría para siempre. Un día, al encontrarse juntos en un vecindario de gente muy adinerada, Christian le dijo:
— Estas personas deben sentirse muy bien consigo mismas ya que no pasan necesidades, por lo tanto estarán felices ya que tienen mucho dinero, ¿no lo crees así?
Gonzalo le contestó:
— Puede ser que lo sean pero no siempre es así, además el dinero muchas veces, en lugar que se convierta en una bendición en las manos de quien lo posee, puede ser él mismo el causante de nuestra desgracia, ya que lo podemos mirar y adorar como un ídolo si no lo vemos como una gracia del cielo.
— ¿Y por qué sucede esto? –le preguntó Christian.
— Porque muchos, erróneamente, piensan que sin él no valen nada.
— ¿Y acaso esto no es así?, –le volvió a preguntar Christian.
— Bueno –le contestó Gonzalo–, algún día entenderás cuando te dediques primero a enriquecer tu espíritu, para que entiendas que hay ricos que son muy pobres como hay pobres que son muy ricos, todo depende cómo se tome la vida, porque hay ocasiones en que alguien puede llegar a quedarse pobre por amor y seguiría sintiéndose rico aún más que antes.
Christian, al escucharlo, le dijo:
— ¿Qué quieres decirme con esto, que yo soy muy pobre en espíritu?
— No lo digo yo –le contestó Gonzalo–, sino es tu misma manera de hablar la que te acusa.
— ¿Mi manera de hablar? ¿Qué de malo tiene? La verdad que no entiendo la causa de tu reproche, porque siempre he tratado de buscar lo que era bueno para mí, y también me he preocupado en desarrollar mis talentos para sentirme bien conmigo mismo.
Gonzalo le contestó:
— Y me parece muy bien que te hayas preocupado en esto, pero lo que no has tomado en cuenta es que Dios te los dio, y no precisamente para que sólo te sientas bien sino para que pensaras también de alguna manera en los demás, así lograrías ver el sentido verdadero por el cual vivimos. ¿Por qué no meditas en esto?, para que orientes mejor lo que Dios te dio como inteligencia, así tus objetivos y tus valores serán ya otros, y la vanagloria que veo en tu persona, como piel pegada a tu alma, se irá desprendiendo ya de ti, porque entiendo que vives prendido a ti mismo ya que sólo obedeces a tu propio parecer y a tu propia voluntad. ¿O me vas a decir que esto no es cierto?
Christian, al verse ya desnudo en su alma y con cierta vergüenza ante las palabras de su amigo, todavía un poco altanero, le dijo:
— No sé por qué hago esto, pero me rindo. ¿Qué debo hacer, entonces, para pensar como tú y así llegar a vivir con la riqueza de tu espíritu?
Y mientras dialogaban, en ese momento vieron a un mendigo, que muriéndose de hambre les pedía pan.
Christian, al verlo, le dijo:
— ¿Por qué no trabajas, flojo?, para que así te ganes el pan de cada día como lo hago yo. Por eso no tengo necesidad de pedir a nadie nada.
Gonzalo, al ver la actitud tan dura que manifestaba Christian, le contestó:
— ¿Acaso sabes tú el motivo por el cual este hombre ha llegado a tal estado para que le digas flojo?
Y dirigiéndose al hombre, le dio una moneda para que saciara su hambre. Y prosiguió:
— ¿Sabes, Christian?, te falta mucha compasión para que te creas un buen cristiano.
— Pero si la tuviera qué ganaría, sino hacerme cada vez más pobre –le respondió Christian.
¿Acaso no sabes tú –le dijo Gonzalo–, que esta actitud, que engrandecería mucho tu alma, no te dejaría jamás en la pobreza? Es más, podría hacerte muy rico.
— ¿Cómo es esto?, –le preguntó Christian–, no entiendo.
— Para esto –le dijo Gonzalo–, tendría primero que llegar el reino de Dios a tu corazón, para que entiendas las palabras de Jesús, cuando dijo: “al que tiene se le dará más y al que no tiene lo poco que tiene le será quitado”.
Christian, sin entender nada de lo que hablaba su amigo, le contestó:
— Pero yo veo en esto una injusticia. ¿Por qué lo habrá dicho, entonces, Jesús? Definitivamente, debe ser por alguna causa que yo no entiendo.
— Y así es –le dijo Gonzalo–. ¿Sabes? El egoísmo es el que se encarga de empobrecer al que no sabe de compasión, mas al que sabe dar, su misma bondad lo enriquece y esto lo hace feliz.
— Bueno, eso debe ser –le respondió Christian en forma ya más humilde–, porque tengo que reconocer que con todas las cosas que he logrado en mi vida, no puedo decir que me siento feliz ni pleno. Quién sabe, me ha faltado vivir con más fe para que entienda los designios de Dios. Y yo que me creía ser un buen cristiano, creo que he estado muy lejos de serlo, de lo contrario hubiera sido feliz dando más importancia a la riqueza de mi corazón que a la de mi bolsillo.
— Qué bien que te estés dando cuenta de mis palabras –le contestó Gonzalo–, y es porque has empezado a abrirte a la espiritualidad y muy pronto sabrás aún más cosas de las que estás aprendiendo, cuando llegue el momento que el mismo Dios directamente te hable desde el fondo de tu corazón y podrás decir ya que llevas una conducta irreprochable.
Christian le contestó:
— Creo que estás en lo cierto porque he comenzado a percibir en forma diferente todas las cosas, como si una luz hubiera ingresado a mi mente y veo ya más claro. ¿Crees, Gonzalo, que así podré manifestar la imagen de Dios en algún momento de mi vida?, porque me siento un nuevo hombre.
— Así es –le contestó Gonzalo–, y lo eres, ahora sé que nuestra amistad prevalecerá para siempre porque ya nos une un mismo fin.
Y Christian, muy sonriente, le dijo:
— Y así será, amigo, así será –le volvió a decir cariñosamente.
Camino hacia la libertad
— Qué oprimido me siento cuando me pongo a pensar en los días largos que me esperan para salir de la esclavitud en que me he metido, tratando de salir adelante con todas las cosas que me he impuesto, para obtener lo que me va a servir para caminar libremente pensando sólo en distraerme sin que nada me ate, así las penas y pesares se alejarán de mí y por fin podré reír y cantar y ser feliz sin tener ninguna obligación que me quite el sueño. ¿No crees, Franco, que esto será muy bueno para mí cuando me llegue este gran día?
— Pues no creo –le contestó Franco–, porque esto no es así, ya que lo que verdaderamente te ata son otras cosas que no te dejan ser feliz.
Tavo, al escucharlo, con un gesto poco amigable, le dijo:
— Anda, tú qué sabes, por eso te veo siempre con cara de aburrido.
— Será tu parecer porque yo jamás me aburro –le contestó Franco–, como se ve que no tomas en cuenta las cosas que hago, porque no conoces el verdadero valor que éstas significan.
— Bueno –le respondió Tavo–, para mí la diversión es lo más importante, porque esto es lo único que no te esclaviza.
— Pero Dios no te ha dado dones sólo para que te diviertas, ¿no crees? Piensa, porque esto no es así –le volvió a decir Franco.
Tavo, insistiendo en pensar en forma muy egoísta, le contestó:
— Realmente, yo sí quisiera hacer lo que me venga en gana y poder gozar libremente del sol, de los paseos o quedarme en casa disfrutando de un rico helado y viendo películas, o sencillamente dormir sin pensar que tengo que levantarme temprano porque tengo obligaciones que cumplir. ¿Acaso esto no es libertad de hacer lo que a uno le venga en gana?
— Bueno –le contestó Franco–, el hombre es libre desde el momento que Dios lo dejó a su libre albedrío, dándole la facultad de ver lo que era bueno y malo para él, pero lamentablemente, muchos escogen lo que no les conviene para su alma y terminan por hacer abuso de la libertad. Y no quisiera que a ti te suceda esto. ¿Por qué, pues, no aprendes a discernir lo que va a ser bueno para ti?
— La verdad no me interesa –le dijo Tavo–, mejor no me hago problemas, hablemos de otra cosa. ¿Qué te parece si damos un paseo y mañana vengo a recogerte temprano para ir a pescar?
— Estupendo –le contestó Franco–, la pesca a mí siempre me ha fascinado.
Y mientras hablaban y se ponían de acuerdo, se despidieron. Al día siguiente, como era de esperar, Tavo, con una gran sonrisa, se presentó en la casa de Franco. Cuando lo vio, le dijo:
— Vamos, apúrate pues no deseo que mi domingo termine ni termine nuestra juventud, felizmente aún somos muy jóvenes para gozar de lo que queramos.
— Ah, eso sí, ¿y qué hay si no vamos?, –le dijo Franco–, pensando en analizar lo que le contestaba.
— ¿Qué hablas?, –le dijo Tavo–, o acaso estás delirando, pues apúrate y vamos si no quieres verme apesadumbrado y aburrido.
Franco, viendo su desesperación por escapar de sus reprimidas emociones, le contestó:
— Cálmate, amigo, sólo bromeaba.
Y sonriendo, le dijo:
— Ya, coge tu mochila y vamos.
Y así lo hicieron; en el camino Tavo, saltando y cantando con una alegría momentánea, dijo:
— Esta es la única libertad que yo aprecio en mi vida, porque así uno se olvida de las preocupaciones, de los tormentos y de los malos momentos, que aparecen cuando menos se espera.
— Y te entiendo –le dijo Franco–, sólo que no tomas en cuenta que hay situaciones mayormente apreciadas, que conducen a que uno pueda vivir también con alegría y con libertad y no precisamente es la diversión. Y no creo que esto lo tomes en cuenta, porque lo que predomina en ti egoístamente, es sólo divertirte aunque por ello otros se perjudiquen.
— ¿Se perjudiquen?, –le contestó Tavo–. ¿Y por qué se habrían de perjudicar por mis diversiones? La verdad que no te entiendo, creo que estás hablando ya demasiadas tonterías.
Franco le dijo:
— Te voy a poner un ejemplo; qué pasaría si alguien que necesita urgentemente que lo saques de un apuro, justamente, cuando te vas a ir de paseo, ¿qué le dirías?
Tavo le contestó:
— ¿No te parece que ese sería su problema? ¿Por qué, pues, perjudicarme precisamente con lo que más me gusta, la diversión? Pues no dejaría la libertad de poder elegir lo que me agrada por nadie.
Franco le respondió:
— Qué egoísmo tan grande el tuyo, de pensar solamente en tu persona sin que nada te importe. ¿No te das cuenta, acaso, que hay circunstancias en que tenemos que escoger lo que es prioridad? Pero claro, cómo te vas a dar cuenta de esto, si el egoísmo es el que te mantiene adormecida la conciencia para que no puedas actuar reflexivamente.
— Y si así fuera –le contestó Tavo–, ¿qué puedo hacer? Aunque no quisiera escuchar nada que vaya en contra de mis propios intereses, porque estaría alejándome de la libertad que compraría a cualquier precio.
— Sí sé que lo harías –le dijo Franco–, pero la libertad de la cual te hablo, no se puede comprar porque viene como una gracia del cielo, ¿comprendes? Todo en la vida tiene sus pros y sus contras, y la diversión sana también es buena porque no sólo alegra sino ayuda a liberar tensiones, pero si sólo se piensa en ella, esto no ayuda a que uno madure.
— Y si esto es así, ¿cuándo seré libre? ¿Será que tengo que recapacitar con otro juicio?
Franco le dijo:
— Así es, y cuando eso te suceda dejarás ya de estar atado a tus deseos y a tus múltiples apegos. ¿Te das cuenta por qué no puedes ser libre, si en tu interior llevas esta cautividad que no deja que te muestres tal como eres? Porque podrás viajar y conocer el mundo entero y ganar dinero a manos llenas, contar con muchas amistades, tener grandes paseos y diversiones, pero no serás libre mientras te ames a ti mismo y a donde vayas te acompañará siempre la tristeza, porque habrá un vacío en ti que no lo podrás llenar con nada, a no ser que dejes el egoísmo a un lado para que puedan aparecer en tu corazón actitudes más amorosas y fraternales, sólo así podrás llenar el vacío que veo en tus ojos porque vivirás no tanto para sí mismo sino también para los demás. ¿Y sabes? Es el amor que transforma al hombre dándole la libertad de poder actuar sin apegos, tal como lo hace el ego, que no sabe otra cosa que amarse a sí mismo aunque viva encadenado a sus propias pasiones. ¿Comprendes ahora lo que te digo? Porque tú eres bastante egocéntrico.
— Bueno –le dijo Tavo–, después de todo lo que me has dicho creo que lo soy, es más, ya me estoy sintiendo un poco mal y quien sabe esto sea lo que me tiene viviendo con muchos pesares. ¿Y cómo hacer, entonces, para que sea cada vez más libre de mí mismo?
Franco le contestó:
— Tendrás que meditar mucho para que comiences a vivir libremente y no bajo el yugo de tu propia concupiscencia. Cuando esto te suceda, habrás abierto la puerta de tu corazón que te conducirá con libertad para poder actuar con benevolencia y equidad. Mira, llegamos, el sol ilumina el mar y en la orilla hay gaviotas que caminan libremente.
— Sí –le dijo Tavo–, y son muchas.
Y mientras hablaban vieron a unos jóvenes que se disponían a pescar, de repente uno de ellos resbaló y se torció el tobillo. Tavo, al mirar alrededor de donde se encontraba el joven tirado y boca abajo, no pensó dos veces en auxiliarlo, igualmente lo hizo Franco. Y en tanto se demoraban buscando un centro hospitalario cercano al lugar donde se encontraban se pasó el tiempo, pero lograron encontrarlo y el joven fue atendido de inmediato, y viendo que ya era tarde para continuar con lo planeado decidieron regresar a sus hogares.
— Pero no importa –dijo Tavo muy complacido–, porque hemos hecho una buena acción.
Y continuó:
— ¿Sabes, Franco? No he tenido la alegría de poder gozar del día pescando como me gusta. Pero acabo de conocer una alegría diferente que no se va de mi alma. ¿Será que ésta viene por haber ayudado al joven? Porque no sólo me he sentido alegre sino que ya no siento nada que me oprima por dentro, y percibo algo así como una especie de liberación. ¿Será ésta la libertad de la cual me hablas?
— Así es –le respondió Franco–, ¿y sabes por qué te ha sucedido esto?
— ¿Y cómo saberlo?, si me falta todavía ver más claro.
— Sí, lo sé –le dijo Franco–, pero te he hecho esta pregunta para que pongas más atención en lo que te voy a explicar. Lo que te ha sucedido, es que como has empezado a liberarte del ego que te ha tenido esclavizado y sometido a sus caprichos, al salir de ti lo que pudo actuar en tu ser fue tu esencia, la cual es espiritual y por eso pudiste actuar libremente sin que nada te oprima. Ahora vivirás liviano y sin carga alguna.
Tavo le respondió:
— Sí, y esto debe ser verdad porque me siento con más vida y también ligero, como que una pesada carga se ha desprendido de mí.
— Así es –le volvió a decir Franco–, y dentro de muy poco tu libertad interior te hará vivir con alegría constante, y tus penas y pesares se alejarán por siempre ya de ti.
Tavo, al escucharlo, le dijo:
— Si es así, entonces, creo que también dentro de muy poco me estará llegando el gran día de la liberación y por fin seré libre y feliz. Gracias amigo, lo que has hecho por mí no tiene precio.
— Si para eso estoy –le dijo Franco–, y lo hago con mucho cariño.
Tavo le dijo:
— ¿Sabes, Franco? Aunque deje de verte, siempre te tendré presente en mi corazón.
— Y yo también, amigo –le contestó Franco.
Y lo abrazó con mucho afecto.
— Pues no creo –le contestó Franco–, porque esto no es así, ya que lo que verdaderamente te ata son otras cosas que no te dejan ser feliz.
Tavo, al escucharlo, con un gesto poco amigable, le dijo:
— Anda, tú qué sabes, por eso te veo siempre con cara de aburrido.
— Será tu parecer porque yo jamás me aburro –le contestó Franco–, como se ve que no tomas en cuenta las cosas que hago, porque no conoces el verdadero valor que éstas significan.
— Bueno –le respondió Tavo–, para mí la diversión es lo más importante, porque esto es lo único que no te esclaviza.
— Pero Dios no te ha dado dones sólo para que te diviertas, ¿no crees? Piensa, porque esto no es así –le volvió a decir Franco.
Tavo, insistiendo en pensar en forma muy egoísta, le contestó:
— Realmente, yo sí quisiera hacer lo que me venga en gana y poder gozar libremente del sol, de los paseos o quedarme en casa disfrutando de un rico helado y viendo películas, o sencillamente dormir sin pensar que tengo que levantarme temprano porque tengo obligaciones que cumplir. ¿Acaso esto no es libertad de hacer lo que a uno le venga en gana?
— Bueno –le contestó Franco–, el hombre es libre desde el momento que Dios lo dejó a su libre albedrío, dándole la facultad de ver lo que era bueno y malo para él, pero lamentablemente, muchos escogen lo que no les conviene para su alma y terminan por hacer abuso de la libertad. Y no quisiera que a ti te suceda esto. ¿Por qué, pues, no aprendes a discernir lo que va a ser bueno para ti?
— La verdad no me interesa –le dijo Tavo–, mejor no me hago problemas, hablemos de otra cosa. ¿Qué te parece si damos un paseo y mañana vengo a recogerte temprano para ir a pescar?
— Estupendo –le contestó Franco–, la pesca a mí siempre me ha fascinado.
Y mientras hablaban y se ponían de acuerdo, se despidieron. Al día siguiente, como era de esperar, Tavo, con una gran sonrisa, se presentó en la casa de Franco. Cuando lo vio, le dijo:
— Vamos, apúrate pues no deseo que mi domingo termine ni termine nuestra juventud, felizmente aún somos muy jóvenes para gozar de lo que queramos.
— Ah, eso sí, ¿y qué hay si no vamos?, –le dijo Franco–, pensando en analizar lo que le contestaba.
— ¿Qué hablas?, –le dijo Tavo–, o acaso estás delirando, pues apúrate y vamos si no quieres verme apesadumbrado y aburrido.
Franco, viendo su desesperación por escapar de sus reprimidas emociones, le contestó:
— Cálmate, amigo, sólo bromeaba.
Y sonriendo, le dijo:
— Ya, coge tu mochila y vamos.
Y así lo hicieron; en el camino Tavo, saltando y cantando con una alegría momentánea, dijo:
— Esta es la única libertad que yo aprecio en mi vida, porque así uno se olvida de las preocupaciones, de los tormentos y de los malos momentos, que aparecen cuando menos se espera.
— Y te entiendo –le dijo Franco–, sólo que no tomas en cuenta que hay situaciones mayormente apreciadas, que conducen a que uno pueda vivir también con alegría y con libertad y no precisamente es la diversión. Y no creo que esto lo tomes en cuenta, porque lo que predomina en ti egoístamente, es sólo divertirte aunque por ello otros se perjudiquen.
— ¿Se perjudiquen?, –le contestó Tavo–. ¿Y por qué se habrían de perjudicar por mis diversiones? La verdad que no te entiendo, creo que estás hablando ya demasiadas tonterías.
Franco le dijo:
— Te voy a poner un ejemplo; qué pasaría si alguien que necesita urgentemente que lo saques de un apuro, justamente, cuando te vas a ir de paseo, ¿qué le dirías?
Tavo le contestó:
— ¿No te parece que ese sería su problema? ¿Por qué, pues, perjudicarme precisamente con lo que más me gusta, la diversión? Pues no dejaría la libertad de poder elegir lo que me agrada por nadie.
Franco le respondió:
— Qué egoísmo tan grande el tuyo, de pensar solamente en tu persona sin que nada te importe. ¿No te das cuenta, acaso, que hay circunstancias en que tenemos que escoger lo que es prioridad? Pero claro, cómo te vas a dar cuenta de esto, si el egoísmo es el que te mantiene adormecida la conciencia para que no puedas actuar reflexivamente.
— Y si así fuera –le contestó Tavo–, ¿qué puedo hacer? Aunque no quisiera escuchar nada que vaya en contra de mis propios intereses, porque estaría alejándome de la libertad que compraría a cualquier precio.
— Sí sé que lo harías –le dijo Franco–, pero la libertad de la cual te hablo, no se puede comprar porque viene como una gracia del cielo, ¿comprendes? Todo en la vida tiene sus pros y sus contras, y la diversión sana también es buena porque no sólo alegra sino ayuda a liberar tensiones, pero si sólo se piensa en ella, esto no ayuda a que uno madure.
— Y si esto es así, ¿cuándo seré libre? ¿Será que tengo que recapacitar con otro juicio?
Franco le dijo:
— Así es, y cuando eso te suceda dejarás ya de estar atado a tus deseos y a tus múltiples apegos. ¿Te das cuenta por qué no puedes ser libre, si en tu interior llevas esta cautividad que no deja que te muestres tal como eres? Porque podrás viajar y conocer el mundo entero y ganar dinero a manos llenas, contar con muchas amistades, tener grandes paseos y diversiones, pero no serás libre mientras te ames a ti mismo y a donde vayas te acompañará siempre la tristeza, porque habrá un vacío en ti que no lo podrás llenar con nada, a no ser que dejes el egoísmo a un lado para que puedan aparecer en tu corazón actitudes más amorosas y fraternales, sólo así podrás llenar el vacío que veo en tus ojos porque vivirás no tanto para sí mismo sino también para los demás. ¿Y sabes? Es el amor que transforma al hombre dándole la libertad de poder actuar sin apegos, tal como lo hace el ego, que no sabe otra cosa que amarse a sí mismo aunque viva encadenado a sus propias pasiones. ¿Comprendes ahora lo que te digo? Porque tú eres bastante egocéntrico.
— Bueno –le dijo Tavo–, después de todo lo que me has dicho creo que lo soy, es más, ya me estoy sintiendo un poco mal y quien sabe esto sea lo que me tiene viviendo con muchos pesares. ¿Y cómo hacer, entonces, para que sea cada vez más libre de mí mismo?
Franco le contestó:
— Tendrás que meditar mucho para que comiences a vivir libremente y no bajo el yugo de tu propia concupiscencia. Cuando esto te suceda, habrás abierto la puerta de tu corazón que te conducirá con libertad para poder actuar con benevolencia y equidad. Mira, llegamos, el sol ilumina el mar y en la orilla hay gaviotas que caminan libremente.
— Sí –le dijo Tavo–, y son muchas.
Y mientras hablaban vieron a unos jóvenes que se disponían a pescar, de repente uno de ellos resbaló y se torció el tobillo. Tavo, al mirar alrededor de donde se encontraba el joven tirado y boca abajo, no pensó dos veces en auxiliarlo, igualmente lo hizo Franco. Y en tanto se demoraban buscando un centro hospitalario cercano al lugar donde se encontraban se pasó el tiempo, pero lograron encontrarlo y el joven fue atendido de inmediato, y viendo que ya era tarde para continuar con lo planeado decidieron regresar a sus hogares.
— Pero no importa –dijo Tavo muy complacido–, porque hemos hecho una buena acción.
Y continuó:
— ¿Sabes, Franco? No he tenido la alegría de poder gozar del día pescando como me gusta. Pero acabo de conocer una alegría diferente que no se va de mi alma. ¿Será que ésta viene por haber ayudado al joven? Porque no sólo me he sentido alegre sino que ya no siento nada que me oprima por dentro, y percibo algo así como una especie de liberación. ¿Será ésta la libertad de la cual me hablas?
— Así es –le respondió Franco–, ¿y sabes por qué te ha sucedido esto?
— ¿Y cómo saberlo?, si me falta todavía ver más claro.
— Sí, lo sé –le dijo Franco–, pero te he hecho esta pregunta para que pongas más atención en lo que te voy a explicar. Lo que te ha sucedido, es que como has empezado a liberarte del ego que te ha tenido esclavizado y sometido a sus caprichos, al salir de ti lo que pudo actuar en tu ser fue tu esencia, la cual es espiritual y por eso pudiste actuar libremente sin que nada te oprima. Ahora vivirás liviano y sin carga alguna.
Tavo le respondió:
— Sí, y esto debe ser verdad porque me siento con más vida y también ligero, como que una pesada carga se ha desprendido de mí.
— Así es –le volvió a decir Franco–, y dentro de muy poco tu libertad interior te hará vivir con alegría constante, y tus penas y pesares se alejarán por siempre ya de ti.
Tavo, al escucharlo, le dijo:
— Si es así, entonces, creo que también dentro de muy poco me estará llegando el gran día de la liberación y por fin seré libre y feliz. Gracias amigo, lo que has hecho por mí no tiene precio.
— Si para eso estoy –le dijo Franco–, y lo hago con mucho cariño.
Tavo le dijo:
— ¿Sabes, Franco? Aunque deje de verte, siempre te tendré presente en mi corazón.
— Y yo también, amigo –le contestó Franco.
Y lo abrazó con mucho afecto.
La voz de mi conciencia
Bonifacio era un hombre que había pasado la mayor parte de su tiempo, tratando de instruirse a su manera para llegar a ser un hombre feliz. Él se consideraba muy sabio, pero como su sabiduría no era modesta ésta no cumplía con su objetivo. Al principio, con el dinero que ganaba le iba bastante bien, pero como le entró la ambición de querer ganar cada vez más, esto lo llenaba de angustias y pesares. Un día comenzó a sentir que algo le sucedía, porque el vacío que llevaba su corazón comenzó a manifestarse ya en él hasta el punto de desesperarlo. Y sintiendo que pisaba fondo, sin saber ya qué hacer, se quedó dormido. Y soñó que se encontraba parado en un lugar desconocido para él.
Y exclamó:
─ ¿Qué lugar es este?, –se dijo–, ¿cuánta oscuridad hay aquí? Dios mío, ¿qué me está sucediendo? ¿Me estaré volviendo loco? O quién sabe, estoy soñando y no lo sé.
─ Bueno –le contestó una voz muy lejana a él–, tú estás soñando pero vas a despertar cuando comprendas que la vida no era como tú la entendías.
─ ¿Quién me habla?, –preguntó Bonifacio muy consternado.
─ Soy la voz de tu conciencia y siempre he estado a tu lado, pero no me conoces porque tus oídos siempre estuvieron dispuestos a escuchar las cosas que te producían alegría momentánea y satisfacción personal. Pero como ya llegó el momento de que nada te motiva, no tuviste otra alternativa que escucharme a mí, lo cual ha sido algo mucho mejor, porque pronto vas a dejar de escuchar al ego absurdo que no te permite ser feliz, así te harás un hombre sabio de verdad cuando tu conducta cambie.
─ ¿Mi conducta?, –le contestó Bonifacio–. ¿Qué de malo tiene? Además he pasado la mayor parte del tiempo trabajando e instruyéndome para no equivocarme en nada. ¿Acaso ves en todo esto algo malo?
─ No, –le contestó la voz–, sólo que con lo que has aprendido esto no te ha hecho mejor persona y tus objetivos sólo apuntaban a lo material, o me vas a decir que no fue así si ni siquiera dormías por esto.
─ Bueno, –le contestó Bonifacio–, fue porque siempre he ansiado sentirme seguro y feliz en la vida. Pero si no tuviese el dinero suficiente para satisfacer mis deseos, ¿qué cosa podría conseguir y por qué fin viviría? Estaría aburrido todo el tiempo sin saber qué hacer.
─ Te quiero hacer una pregunta pero me la vas a contestar en forma muy leal –le dijo la voz.
─ Por supuesto que sí –le contestó él.
─ En algún momento de tu vida, mientras pensabas cómo enriquecerte, ¿consideraste también cómo hacer para que otros seres puedan beneficiarse de alguna manera? Porque no te estoy pidiendo que renuncies a nada ni que vayas en contra de tus propios intereses, sólo te digo si consideraste en algún momento a los seres, que sufriendo por diferentes motivos, necesitan que alguien se acuerde de ellos.
─ La verdad que no –le dijo Bonifacio.
─ Y si no ha sido así, cuántas cosas más habrás omitido en tu vida porque no me llevabas presente. Entonces, pues, no pretendas ser feliz porque esto no es así. Pero como comprendo tu situación comenzaré a instruirte, conmigo aprenderás lo que quien sabe muy poco escuchaste. ¿Sabes? La bondad hace que el hombre vea otras realidades que el mundo no ve, y cuanto más bondad lleva el hombre en su corazón más feliz es. Por eso, es muy importante que tenga en cuenta la vida espiritual si es que en verdad desea alcanzar la felicidad tan anhelada, la cual muchos la buscan donde no se encuentra.
─ Entonces, ¿cómo hacer para encontrarla?, porque siempre he ansiado sentirme feliz en la vida y nunca lo he logrado. ¿Será que he vivido con una percepción errada de la vida? Y todo lo que me he instruido, qué, ¿tampoco cuenta? –le volvió a decir.
─ Por supuesto que sí –le dijo la voz–, sólo tienes que profundizar más tus conocimientos, para que dejes de escuchar al ego que confunde la vida que Dios te dio para que seas feliz. Te aconsejo, entonces, que comiences por meditar mucho para que veas el fin por el cual tú vives.
─ ¿Por meditar?, –replicó nuevamente Bonifacio–, si nunca lo he hecho y no sé ni cómo empezar.
La voz le contestó:
─ Y ese ha sido tu problema, por esta razón te aseguro que ni siquiera sabes a ciencia cierta quién eres ni qué es lo que realmente quieres. Pero no te preocupes, sólo tienes que poner voluntad en ello y tener el corazón dispuesto a escucharme desde más adentro. Así podre hablarte mejor, haciendo que veas realidades mayormente profundas que te irán haciendo sabio de verdad. Cuando esto te suceda la virtud se asomará ya por la ventana de tu corazón y te iluminará la vida. Ella es la que me tiene presente en todo momento y la bondad es su mejor amiga, por eso en ella no puede existir nada que la oscurezca ni la haga fea. Más bien, su apariencia es bella y perfecta, su luz hace que todo lo vea claro, por eso no se equivoca en nada y si necesita algún dinero, sin ir tras él, viene prácticamente solo como por encanto, y todo porque ese no es su mayor fin, los problemas a ella no la asustan porque sabe cómo resolverlos aunque se muestren rebeldes, y sin buscar la felicidad le viene también como consecuencia a su bondadoso corazón. ¿Te das cuenta ahora, que te faltó esta clase de sabiduría para que seas feliz en la vida?
─ Sí –le dijo Bonifacio–, y ahora lo estoy viendo ya todo más claro, porque mis ojos han empezado a ver diferente.
─ Así es –le dijo la voz–, porque tu corazón se está sensibilizando y los sentimientos que llevabas dentro han empezado a aflorar tal como realmente son. Y te digo: pronto gozarás de la luz divina si sigues escuchándome, y dejarás de tener oscuridad en el alma, así no volverás a decir ¿qué lugar es este? ¿Cuánta oscuridad hay aquí?
─ ¡Ah!, ¿así que en mi alma había estado la oscuridad que me agobiaba sin que yo lo sepa?
─ Así es –volvió a decir la voz–, por eso estuviste incapacitado de poder escucharme espiritualmente, porque tú lo hacías pero a tu manera y cuando querías.
Bonifacio, escuchando a la voz, comenzó a sentir muchas culpas que empezaban ya a manifestarse en él, las cuales habían sido generadas por el egoísmo que él no percibía, y que lo había tenido adormecido para que no se diera cuenta de nada. Y muy arrepentido por el poco amor que había demostrado en su conducta, dijo:
─ No deseo que la oscuridad me vuelva a atrapar, porque teniendo ojos no es posible que ésta me haya envuelto en su ceguera para que no descubra que mi actitud era como la de un pobre tonto, que no tiene la capacidad de poder reflexionar con mayor juicio. Entonces, desde ahora la meditación será mi mejor alimento.
─ La mañana está soleada –se dijo–. No sé, pero tengo ganas de estar en contacto con la naturaleza. Iré al parque, a aquel que está cercano a mi casa.
Y así lo hizo. Una vez que estuvo ahí, respirando aire profundo, decidió sentarse en una de las bancas, tratando de serenarse para ponerse a meditar ayudado por la paz que envolvía ese lugar.
─ Qué hermosas son las flores –se dijo–, y cuánta belleza hay en ellas que hacen embellecer el ambiente donde se encuentran. Y si Dios ha hecho tanta maravilla en la naturaleza, siendo el hombre una obra de Él, cuánta belleza habrá puesto en su corazón. Porque si es así ya no buscaría el paraíso de los deleites, sino aquel paraíso que tiene en el alma misma. ¡Cuánta riqueza, Dios mío! ¿Será esta la riqueza que hace que el hombre pueda pensar también en los demás? Porque yo buscaba sólo mi propia felicidad, sin tener en cuenta las desdichas ajenas. ¡Qué grande eres, Señor de mi alma! ¿Cómo has podido hacer en el hombre una obra tan perfecta? Claro, pero si eres Dios y lo puedes todo. Tú nos das la vida para que seamos felices, sólo que lastimosamente muchos hombres no la entienden porque no aprecian Tu sabiduría, de lo contrario la habríamos valorado más que a una piedra preciosa. Pero para que esto suceda –añadió–, debemos aprender tanto bien… Será, entonces, que debo empezar por gobernar todos mis deseos desordenados y someterlos a la voluntad de Dios, y no que haga lo que a mí más me agrade. Porque cuántas vidas se pierden por falta de este entendimiento, que capacita para que se pueda demostrar mejor la humanidad. Por eso, yo no debo satisfacer ya a mi amor propio, porque esto es lo que me impide progresar y me llena de infelicidad, pero dejaré de sufrir inútilmente cuando asimile las cosas con mayor reflexión, así aceptaré sólo el sufrimiento que engrandece mi alma, porque he visto que he vivido con muy poca caridad por lo que no he tenido compasión ni misericordia con nadie.
De pronto, la voz que se acercaba a Bonifacio cada vez más, le dijo:
─ Te das cuenta que has estado muy lejos de sentirte un hombre sabio, porque no llevabas lo primordial que tienen los verdaderos sabios, que no toman en cuenta tanto lo que saben sino el bien que hacen. Porque ¿qué sabiduría es la que enseña a ser egoísta y habla muy poco de bondad?
─ Sí, te entiendo –le dijo Bonifacio–, porque yo he sido uno de los que no tomaba en consideración lo que hacía sino lo que sabía. Qué presunción tan absurda la mía, y pensar que ni siquiera sé por qué habré sido yo así. Pero bueno, lo importante es que he empezado a cambiar y estoy hablando en forma más reflexiva.
─ Así es –le dijo la voz–, y ya pronto vivirás feliz si llegaras a considerar a la reflexión como tu mejor alimento.
─ Claro que sí –le contestó Bonifacio–, porque ahora sé que la reflexión es el alimento que robustece y salva el alma de enfermarse de tanta fatiga y pena, y todo porque caemos en lo absurdo. Y si supiésemos que la felicidad es sólo un estado del alma, dejaríamos de buscarla en las cosas transitorias, que si bien es cierto también son necesarias para nuestra existencia, no son primordiales para que uno sea feliz.
─ Así es –le contestó la voz–, y te das cuenta ahora, ¿por qué te pregunté si pensaste en algún momento por los seres que sufren por diferentes motivos?
─ Sí, pues, –le contestó Bonifacio–, y cómo hacerlo si en esos momentos me coronaba la indiferencia; además, tenía el corazón más duro que una roca. Esto no ha permitido que yo me sensibilizara con nada ni con nadie, ya que caminaba sólo con el escudo de la incredulidad y la desconfianza. Pero ya no será así, en adelante estaré dispuesto a cambiar, y que Dios me perdone por todas las cosas que dejé de hacer cuando estuvieron en mis manos.
─ Te felicito, Bonifacio, porque ahora veo en tu corazón la humilde contrición de un hombre arrepentido. Y sé también que me darás descanso ya que en mí pesaban todas tus culpas.
─ Sí, lo entiendo –le dijo Bonifacio–, y muy pronto te haré vivir con mucha paz y alegría de corazón. Y pensar que yo desconocía que tú habitabas en la conciencia de todos los hombres. Que no escuchen, pues, ya la voz de su propio yo si es que desean vivir siempre con buen ánimo, porque éste no cambia si nuestra vida se basa en el testimonio de nuestra propia conciencia.
─ Qué palabras tan sabias salen ya de tu boca, Bonifacio, –le dijo la voz–, y hasta tus ojos se han llenado de luz y te veo feliz, y tanto es que ni siquiera te has dado cuenta que ya amaneció y que ya vas a despertar. Te quiero decir algo más, tengo que reconocer que me tuviste paciencia en todo lo que yo te enseñaba, me valoraste y me demostraste humildad de corazón. Por esto, nunca más volverás a sufrir por lo que no tiene mayor importancia.
Y así sucedió, cuando Bonifacio despertó, con la felicidad que lo acompañaba, al sentir que ya nada malo lo ataba, dijo:
─ ¿Quién puede, Dios mío, desafiar a la voz de la conciencia, después que se ha hecho presente con tu gran sabiduría? Porque sería ya demasiado tonto quien lo haga. Yo por mi parte nunca más me apartaré de ella ni volveré a dormir el sueño de los insensatos, que ni duermen por buscar lo que les va a producir dolor de corazón. Por este motivo, hasta su propia voz termina por confundirlos. Pero a mí ya nada de lo que viví me quitará el sueño, a no ser que lo siga haciendo sólo para despertar cada día más, con la felicidad de poder vivir con una conciencia tranquila y llena de paz. Y pensar que es ahí donde uno la encuentra, ¡qué feliz me siento!, porque ahora comprendo que todo me vendrá sin angustias ni pesares y viviendo por un fin mayor.
Y exclamó:
─ ¿Qué lugar es este?, –se dijo–, ¿cuánta oscuridad hay aquí? Dios mío, ¿qué me está sucediendo? ¿Me estaré volviendo loco? O quién sabe, estoy soñando y no lo sé.
─ Bueno –le contestó una voz muy lejana a él–, tú estás soñando pero vas a despertar cuando comprendas que la vida no era como tú la entendías.
─ ¿Quién me habla?, –preguntó Bonifacio muy consternado.
─ Soy la voz de tu conciencia y siempre he estado a tu lado, pero no me conoces porque tus oídos siempre estuvieron dispuestos a escuchar las cosas que te producían alegría momentánea y satisfacción personal. Pero como ya llegó el momento de que nada te motiva, no tuviste otra alternativa que escucharme a mí, lo cual ha sido algo mucho mejor, porque pronto vas a dejar de escuchar al ego absurdo que no te permite ser feliz, así te harás un hombre sabio de verdad cuando tu conducta cambie.
─ ¿Mi conducta?, –le contestó Bonifacio–. ¿Qué de malo tiene? Además he pasado la mayor parte del tiempo trabajando e instruyéndome para no equivocarme en nada. ¿Acaso ves en todo esto algo malo?
─ No, –le contestó la voz–, sólo que con lo que has aprendido esto no te ha hecho mejor persona y tus objetivos sólo apuntaban a lo material, o me vas a decir que no fue así si ni siquiera dormías por esto.
─ Bueno, –le contestó Bonifacio–, fue porque siempre he ansiado sentirme seguro y feliz en la vida. Pero si no tuviese el dinero suficiente para satisfacer mis deseos, ¿qué cosa podría conseguir y por qué fin viviría? Estaría aburrido todo el tiempo sin saber qué hacer.
─ Te quiero hacer una pregunta pero me la vas a contestar en forma muy leal –le dijo la voz.
─ Por supuesto que sí –le contestó él.
─ En algún momento de tu vida, mientras pensabas cómo enriquecerte, ¿consideraste también cómo hacer para que otros seres puedan beneficiarse de alguna manera? Porque no te estoy pidiendo que renuncies a nada ni que vayas en contra de tus propios intereses, sólo te digo si consideraste en algún momento a los seres, que sufriendo por diferentes motivos, necesitan que alguien se acuerde de ellos.
─ La verdad que no –le dijo Bonifacio.
─ Y si no ha sido así, cuántas cosas más habrás omitido en tu vida porque no me llevabas presente. Entonces, pues, no pretendas ser feliz porque esto no es así. Pero como comprendo tu situación comenzaré a instruirte, conmigo aprenderás lo que quien sabe muy poco escuchaste. ¿Sabes? La bondad hace que el hombre vea otras realidades que el mundo no ve, y cuanto más bondad lleva el hombre en su corazón más feliz es. Por eso, es muy importante que tenga en cuenta la vida espiritual si es que en verdad desea alcanzar la felicidad tan anhelada, la cual muchos la buscan donde no se encuentra.
─ Entonces, ¿cómo hacer para encontrarla?, porque siempre he ansiado sentirme feliz en la vida y nunca lo he logrado. ¿Será que he vivido con una percepción errada de la vida? Y todo lo que me he instruido, qué, ¿tampoco cuenta? –le volvió a decir.
─ Por supuesto que sí –le dijo la voz–, sólo tienes que profundizar más tus conocimientos, para que dejes de escuchar al ego que confunde la vida que Dios te dio para que seas feliz. Te aconsejo, entonces, que comiences por meditar mucho para que veas el fin por el cual tú vives.
─ ¿Por meditar?, –replicó nuevamente Bonifacio–, si nunca lo he hecho y no sé ni cómo empezar.
La voz le contestó:
─ Y ese ha sido tu problema, por esta razón te aseguro que ni siquiera sabes a ciencia cierta quién eres ni qué es lo que realmente quieres. Pero no te preocupes, sólo tienes que poner voluntad en ello y tener el corazón dispuesto a escucharme desde más adentro. Así podre hablarte mejor, haciendo que veas realidades mayormente profundas que te irán haciendo sabio de verdad. Cuando esto te suceda la virtud se asomará ya por la ventana de tu corazón y te iluminará la vida. Ella es la que me tiene presente en todo momento y la bondad es su mejor amiga, por eso en ella no puede existir nada que la oscurezca ni la haga fea. Más bien, su apariencia es bella y perfecta, su luz hace que todo lo vea claro, por eso no se equivoca en nada y si necesita algún dinero, sin ir tras él, viene prácticamente solo como por encanto, y todo porque ese no es su mayor fin, los problemas a ella no la asustan porque sabe cómo resolverlos aunque se muestren rebeldes, y sin buscar la felicidad le viene también como consecuencia a su bondadoso corazón. ¿Te das cuenta ahora, que te faltó esta clase de sabiduría para que seas feliz en la vida?
─ Sí –le dijo Bonifacio–, y ahora lo estoy viendo ya todo más claro, porque mis ojos han empezado a ver diferente.
─ Así es –le dijo la voz–, porque tu corazón se está sensibilizando y los sentimientos que llevabas dentro han empezado a aflorar tal como realmente son. Y te digo: pronto gozarás de la luz divina si sigues escuchándome, y dejarás de tener oscuridad en el alma, así no volverás a decir ¿qué lugar es este? ¿Cuánta oscuridad hay aquí?
─ ¡Ah!, ¿así que en mi alma había estado la oscuridad que me agobiaba sin que yo lo sepa?
─ Así es –volvió a decir la voz–, por eso estuviste incapacitado de poder escucharme espiritualmente, porque tú lo hacías pero a tu manera y cuando querías.
Bonifacio, escuchando a la voz, comenzó a sentir muchas culpas que empezaban ya a manifestarse en él, las cuales habían sido generadas por el egoísmo que él no percibía, y que lo había tenido adormecido para que no se diera cuenta de nada. Y muy arrepentido por el poco amor que había demostrado en su conducta, dijo:
─ No deseo que la oscuridad me vuelva a atrapar, porque teniendo ojos no es posible que ésta me haya envuelto en su ceguera para que no descubra que mi actitud era como la de un pobre tonto, que no tiene la capacidad de poder reflexionar con mayor juicio. Entonces, desde ahora la meditación será mi mejor alimento.
─ La mañana está soleada –se dijo–. No sé, pero tengo ganas de estar en contacto con la naturaleza. Iré al parque, a aquel que está cercano a mi casa.
Y así lo hizo. Una vez que estuvo ahí, respirando aire profundo, decidió sentarse en una de las bancas, tratando de serenarse para ponerse a meditar ayudado por la paz que envolvía ese lugar.
─ Qué hermosas son las flores –se dijo–, y cuánta belleza hay en ellas que hacen embellecer el ambiente donde se encuentran. Y si Dios ha hecho tanta maravilla en la naturaleza, siendo el hombre una obra de Él, cuánta belleza habrá puesto en su corazón. Porque si es así ya no buscaría el paraíso de los deleites, sino aquel paraíso que tiene en el alma misma. ¡Cuánta riqueza, Dios mío! ¿Será esta la riqueza que hace que el hombre pueda pensar también en los demás? Porque yo buscaba sólo mi propia felicidad, sin tener en cuenta las desdichas ajenas. ¡Qué grande eres, Señor de mi alma! ¿Cómo has podido hacer en el hombre una obra tan perfecta? Claro, pero si eres Dios y lo puedes todo. Tú nos das la vida para que seamos felices, sólo que lastimosamente muchos hombres no la entienden porque no aprecian Tu sabiduría, de lo contrario la habríamos valorado más que a una piedra preciosa. Pero para que esto suceda –añadió–, debemos aprender tanto bien… Será, entonces, que debo empezar por gobernar todos mis deseos desordenados y someterlos a la voluntad de Dios, y no que haga lo que a mí más me agrade. Porque cuántas vidas se pierden por falta de este entendimiento, que capacita para que se pueda demostrar mejor la humanidad. Por eso, yo no debo satisfacer ya a mi amor propio, porque esto es lo que me impide progresar y me llena de infelicidad, pero dejaré de sufrir inútilmente cuando asimile las cosas con mayor reflexión, así aceptaré sólo el sufrimiento que engrandece mi alma, porque he visto que he vivido con muy poca caridad por lo que no he tenido compasión ni misericordia con nadie.
De pronto, la voz que se acercaba a Bonifacio cada vez más, le dijo:
─ Te das cuenta que has estado muy lejos de sentirte un hombre sabio, porque no llevabas lo primordial que tienen los verdaderos sabios, que no toman en cuenta tanto lo que saben sino el bien que hacen. Porque ¿qué sabiduría es la que enseña a ser egoísta y habla muy poco de bondad?
─ Sí, te entiendo –le dijo Bonifacio–, porque yo he sido uno de los que no tomaba en consideración lo que hacía sino lo que sabía. Qué presunción tan absurda la mía, y pensar que ni siquiera sé por qué habré sido yo así. Pero bueno, lo importante es que he empezado a cambiar y estoy hablando en forma más reflexiva.
─ Así es –le dijo la voz–, y ya pronto vivirás feliz si llegaras a considerar a la reflexión como tu mejor alimento.
─ Claro que sí –le contestó Bonifacio–, porque ahora sé que la reflexión es el alimento que robustece y salva el alma de enfermarse de tanta fatiga y pena, y todo porque caemos en lo absurdo. Y si supiésemos que la felicidad es sólo un estado del alma, dejaríamos de buscarla en las cosas transitorias, que si bien es cierto también son necesarias para nuestra existencia, no son primordiales para que uno sea feliz.
─ Así es –le contestó la voz–, y te das cuenta ahora, ¿por qué te pregunté si pensaste en algún momento por los seres que sufren por diferentes motivos?
─ Sí, pues, –le contestó Bonifacio–, y cómo hacerlo si en esos momentos me coronaba la indiferencia; además, tenía el corazón más duro que una roca. Esto no ha permitido que yo me sensibilizara con nada ni con nadie, ya que caminaba sólo con el escudo de la incredulidad y la desconfianza. Pero ya no será así, en adelante estaré dispuesto a cambiar, y que Dios me perdone por todas las cosas que dejé de hacer cuando estuvieron en mis manos.
─ Te felicito, Bonifacio, porque ahora veo en tu corazón la humilde contrición de un hombre arrepentido. Y sé también que me darás descanso ya que en mí pesaban todas tus culpas.
─ Sí, lo entiendo –le dijo Bonifacio–, y muy pronto te haré vivir con mucha paz y alegría de corazón. Y pensar que yo desconocía que tú habitabas en la conciencia de todos los hombres. Que no escuchen, pues, ya la voz de su propio yo si es que desean vivir siempre con buen ánimo, porque éste no cambia si nuestra vida se basa en el testimonio de nuestra propia conciencia.
─ Qué palabras tan sabias salen ya de tu boca, Bonifacio, –le dijo la voz–, y hasta tus ojos se han llenado de luz y te veo feliz, y tanto es que ni siquiera te has dado cuenta que ya amaneció y que ya vas a despertar. Te quiero decir algo más, tengo que reconocer que me tuviste paciencia en todo lo que yo te enseñaba, me valoraste y me demostraste humildad de corazón. Por esto, nunca más volverás a sufrir por lo que no tiene mayor importancia.
Y así sucedió, cuando Bonifacio despertó, con la felicidad que lo acompañaba, al sentir que ya nada malo lo ataba, dijo:
─ ¿Quién puede, Dios mío, desafiar a la voz de la conciencia, después que se ha hecho presente con tu gran sabiduría? Porque sería ya demasiado tonto quien lo haga. Yo por mi parte nunca más me apartaré de ella ni volveré a dormir el sueño de los insensatos, que ni duermen por buscar lo que les va a producir dolor de corazón. Por este motivo, hasta su propia voz termina por confundirlos. Pero a mí ya nada de lo que viví me quitará el sueño, a no ser que lo siga haciendo sólo para despertar cada día más, con la felicidad de poder vivir con una conciencia tranquila y llena de paz. Y pensar que es ahí donde uno la encuentra, ¡qué feliz me siento!, porque ahora comprendo que todo me vendrá sin angustias ni pesares y viviendo por un fin mayor.
Las críticas destructivas de Rómulo
Rómulo era un joven muy soberbio y todo el tiempo que podía pasaba criticando a sus amigos, y esto le traía muchos problemas ya que estaba muy lejos de entender las intenciones por las cuales ellos obraban. Un día, uno de ellos llamado José, al cual todos querían porque era muy servicial y amigable, aprovechando la ocasión de ver a Rómulo solo en el parque en el cual todos solían juntarse para pasarla bien, al acercarse a él, le dijo:
― Rómulo, ¿tú por qué siempre te pones de juez ante todos nosotros, o acaso te crees perfecto?
― Bueno –le contestó Rómulo–, al menos siento que soy más perfecto que todos ustedes, porque veo que lo único que les importa es la diversión y no ven más allá de sus narices. En cambio yo programo mejor mi tiempo, mis estudios, mis diversiones y todo lo que hago. Por eso, en la universidad en la cual estudio, soy uno de los mejores alumnos y me siento muy orgulloso por ello.
― Me parece muy bien que seas así, pero esto no te da autoridad para que te pongas a criticarnos todo el tiempo. A ver, si yo te dijera que para mi modo de ver, tú no eres nada perfecto, ¿qué me dirías?, porque lo único bueno que veo en ti es que eres un alumno muy estudioso pero nada más, porque te falta mucho si quisieras sentirte un hombre sin reproche alguno, ya que adoleces de falta de humildad, esta virtud es la que hace al hombre grande porque lleva sabiduría de vida, por lo tanto no se comporta como tú lo haces, más bien comprende la situación de cada persona. Yo a ti te veo muy egoísta, por eso te fijas sólo en tu persona y no das ni un minuto de tu tiempo para que puedas comprender las razones por las cuales se mueven los demás, ¿o me equivoco?
― ¿Y por qué voy a pensar en los demás?, –le dijo Rómulo, si me falta tiempo para pensar en mí mismo. Y si lo hiciera, ¿en qué cambiaría todo? ¿O acaso pensando de otra manera voy a remediar algo?
― Al menos, pues, no critiques –le contestó José–, porque no estás preparado para hacerlo, y además, si lo estuvieses, no criticarías. Más bien ayudarías con la sabiduría que no llevas, a los que les falta entendimiento para comportarse mejor. ¿Y sabes? Estás muy lejos de conocerte, porque si no te conoces a ti mismo será imposible que puedas conocer a los demás y a sus íntimos sentimientos.
― Y tú, ¿por qué sabes tanto? Yo no te apreciaba así –le dijo Rómulo.
― Lo que sucede –le dijo José–, es que como hablo poco no me conoces mucho y no me jacto de nada, más bien trato de comprender siempre a mis amigos. Yo creo que esta actitud los ayuda más, y me hago más amigo de ellos sin criticarlos y ellos me escuchan con más cariño.
― ¡Ah!, eso había sido –le dijo Rómulo–, porque sí he podido apreciar que a ti te buscan más que a mí. ¿Será, entonces, esa la razón por la cual a veces me siento muy solo, y cada día que pasa siento que pierdo el cariño de mis amigos?
― Así es –le contestó José–, y si sigues así terminarás por perder a todos tus amigos. Te aconsejo, pues, que cambies, porque de lo contrario no llegarás muy lejos aunque llegues a triunfar en tus estudios.
― Entonces, ¿qué he de hacer?, porque después de escucharte no siento ya seguridad de nada ni siquiera de mí mismo.
José le respondió:
― Sí, lo sé. ¿Sabes? Tus críticas destructivas hacen mucho daño, porque se encargan de bajar la autoestima de los que las escuchan y terminan por asesinar a sus víctimas. Y ponte a pensar, ¿tú crees que a esto se le puede llamar amor?
― Bueno –le dijo Rómulo–, si las críticas terminan por asesinar, entonces, no creo que esto sea amor.
― ¿Ves? Ya te estás dando cuenta de ello.
― ¿Entonces lo que a mí me ha faltado más que nada, es el amor para que pueda comprender la situación de los demás?
― Así es –le contestó José–, y no crees que el amor es lo más inteligente que existe en los seres humanos. Y tú, por más que estudies y seas un alumno excelente, si no llevas amor nadie te podrá apreciar como un hombre de verdad inteligente, a no ser que los que te aprecian de esta manera sean como tú, porque si bien es cierto la ciencia nos puede hacer mucho bien, también nos puede destruir si no viene con amor, y cuánto bien haría el hombre si esto fuera así.
Rómulo le contestó:
― ¿Sabes? Ahora entiendo que a mí me ha faltado esta clase de amor.
― Así es –le dijo José–, y tú como sólo tienes amor propio, esto te ha hecho egoísta y poco caritativo, por eso no sabes dar nada bueno a cambio.
― ¿Y qué tendría que dar para dejar de ser así?
― Comienza por darte a ti mismo –le dijo José–, y te digo, ponte aunque sea por un minuto en el lugar de los demás, ya que más son los seres que sufren por múltiples motivos. Por esta causa, mejor es compadecerse de ellos que criticarlos, ya que sólo buscan desfogar sus reprimidas emociones en los llamados placeres pasajeros, y como no tienen paz en el alma en el fondo de todo no se soportan ni a sí mismos. ¿Te das cuenta por qué no debes criticar?
― Sí, y me estoy dando cada vez más cuenta, quien sabe yo también he padecido de alguna manera esta misma situación, porque a pesar que me va bien en todos mis estudios, pensando que así voy a tener un mejor futuro, no soy feliz y ni paz tengo.
― Y sin paz –le dijo José–, qué podría hacer el hombre si quisiera pensar bien, porque en la quietud del alma es que todas las cosas se pueden apreciar más claras, para que después pueda purificar todo lo que está turbio.
― Entonces –le dijo Rómulo–, tendré primero que purificarme mucho para que pueda apreciar las cosas desde tu punto de vista y ver todo ya más claro.
― Así es –le dijo José–, si de verdad quieres cambiar.
― Por supuesto que sí quiero –le contestó Rómulo, es más, quisiera seguir conversando contigo porque me he empezado a sentir mejor después de todo lo que estoy aprendiendo de ti.
― Cuenta conmigo –le dijo José–, el ayudarte a ti o a los demás me hace crecer cada día más, además cuál sería la causa por la cual Dios hace que vea yo cada vez más claro, si no es para ayudar a los que viven en tinieblas.
― ¿Entonces es Dios que ilumina tu vida para que seas así?
José le respondió:
― Así es, Rómulo, y sin Él no hubiese podido yo hacer nada. Mira, se hizo ya de noche, mejor te dejo, en otro momento seguimos hablando.
― ¡Qué pena!, –le dijo Rómulo–, es verdad, ya es muy tarde, más bien agradezco todo tu cariño y tus buenas intenciones. Te quiero, amigo.
― Y yo también –le respondió José–, nos vemos pronto.
― Rómulo, ¿tú por qué siempre te pones de juez ante todos nosotros, o acaso te crees perfecto?
― Bueno –le contestó Rómulo–, al menos siento que soy más perfecto que todos ustedes, porque veo que lo único que les importa es la diversión y no ven más allá de sus narices. En cambio yo programo mejor mi tiempo, mis estudios, mis diversiones y todo lo que hago. Por eso, en la universidad en la cual estudio, soy uno de los mejores alumnos y me siento muy orgulloso por ello.
― Me parece muy bien que seas así, pero esto no te da autoridad para que te pongas a criticarnos todo el tiempo. A ver, si yo te dijera que para mi modo de ver, tú no eres nada perfecto, ¿qué me dirías?, porque lo único bueno que veo en ti es que eres un alumno muy estudioso pero nada más, porque te falta mucho si quisieras sentirte un hombre sin reproche alguno, ya que adoleces de falta de humildad, esta virtud es la que hace al hombre grande porque lleva sabiduría de vida, por lo tanto no se comporta como tú lo haces, más bien comprende la situación de cada persona. Yo a ti te veo muy egoísta, por eso te fijas sólo en tu persona y no das ni un minuto de tu tiempo para que puedas comprender las razones por las cuales se mueven los demás, ¿o me equivoco?
― ¿Y por qué voy a pensar en los demás?, –le dijo Rómulo, si me falta tiempo para pensar en mí mismo. Y si lo hiciera, ¿en qué cambiaría todo? ¿O acaso pensando de otra manera voy a remediar algo?
― Al menos, pues, no critiques –le contestó José–, porque no estás preparado para hacerlo, y además, si lo estuvieses, no criticarías. Más bien ayudarías con la sabiduría que no llevas, a los que les falta entendimiento para comportarse mejor. ¿Y sabes? Estás muy lejos de conocerte, porque si no te conoces a ti mismo será imposible que puedas conocer a los demás y a sus íntimos sentimientos.
― Y tú, ¿por qué sabes tanto? Yo no te apreciaba así –le dijo Rómulo.
― Lo que sucede –le dijo José–, es que como hablo poco no me conoces mucho y no me jacto de nada, más bien trato de comprender siempre a mis amigos. Yo creo que esta actitud los ayuda más, y me hago más amigo de ellos sin criticarlos y ellos me escuchan con más cariño.
― ¡Ah!, eso había sido –le dijo Rómulo–, porque sí he podido apreciar que a ti te buscan más que a mí. ¿Será, entonces, esa la razón por la cual a veces me siento muy solo, y cada día que pasa siento que pierdo el cariño de mis amigos?
― Así es –le contestó José–, y si sigues así terminarás por perder a todos tus amigos. Te aconsejo, pues, que cambies, porque de lo contrario no llegarás muy lejos aunque llegues a triunfar en tus estudios.
― Entonces, ¿qué he de hacer?, porque después de escucharte no siento ya seguridad de nada ni siquiera de mí mismo.
José le respondió:
― Sí, lo sé. ¿Sabes? Tus críticas destructivas hacen mucho daño, porque se encargan de bajar la autoestima de los que las escuchan y terminan por asesinar a sus víctimas. Y ponte a pensar, ¿tú crees que a esto se le puede llamar amor?
― Bueno –le dijo Rómulo–, si las críticas terminan por asesinar, entonces, no creo que esto sea amor.
― ¿Ves? Ya te estás dando cuenta de ello.
― ¿Entonces lo que a mí me ha faltado más que nada, es el amor para que pueda comprender la situación de los demás?
― Así es –le contestó José–, y no crees que el amor es lo más inteligente que existe en los seres humanos. Y tú, por más que estudies y seas un alumno excelente, si no llevas amor nadie te podrá apreciar como un hombre de verdad inteligente, a no ser que los que te aprecian de esta manera sean como tú, porque si bien es cierto la ciencia nos puede hacer mucho bien, también nos puede destruir si no viene con amor, y cuánto bien haría el hombre si esto fuera así.
Rómulo le contestó:
― ¿Sabes? Ahora entiendo que a mí me ha faltado esta clase de amor.
― Así es –le dijo José–, y tú como sólo tienes amor propio, esto te ha hecho egoísta y poco caritativo, por eso no sabes dar nada bueno a cambio.
― ¿Y qué tendría que dar para dejar de ser así?
― Comienza por darte a ti mismo –le dijo José–, y te digo, ponte aunque sea por un minuto en el lugar de los demás, ya que más son los seres que sufren por múltiples motivos. Por esta causa, mejor es compadecerse de ellos que criticarlos, ya que sólo buscan desfogar sus reprimidas emociones en los llamados placeres pasajeros, y como no tienen paz en el alma en el fondo de todo no se soportan ni a sí mismos. ¿Te das cuenta por qué no debes criticar?
― Sí, y me estoy dando cada vez más cuenta, quien sabe yo también he padecido de alguna manera esta misma situación, porque a pesar que me va bien en todos mis estudios, pensando que así voy a tener un mejor futuro, no soy feliz y ni paz tengo.
― Y sin paz –le dijo José–, qué podría hacer el hombre si quisiera pensar bien, porque en la quietud del alma es que todas las cosas se pueden apreciar más claras, para que después pueda purificar todo lo que está turbio.
― Entonces –le dijo Rómulo–, tendré primero que purificarme mucho para que pueda apreciar las cosas desde tu punto de vista y ver todo ya más claro.
― Así es –le dijo José–, si de verdad quieres cambiar.
― Por supuesto que sí quiero –le contestó Rómulo, es más, quisiera seguir conversando contigo porque me he empezado a sentir mejor después de todo lo que estoy aprendiendo de ti.
― Cuenta conmigo –le dijo José–, el ayudarte a ti o a los demás me hace crecer cada día más, además cuál sería la causa por la cual Dios hace que vea yo cada vez más claro, si no es para ayudar a los que viven en tinieblas.
― ¿Entonces es Dios que ilumina tu vida para que seas así?
José le respondió:
― Así es, Rómulo, y sin Él no hubiese podido yo hacer nada. Mira, se hizo ya de noche, mejor te dejo, en otro momento seguimos hablando.
― ¡Qué pena!, –le dijo Rómulo–, es verdad, ya es muy tarde, más bien agradezco todo tu cariño y tus buenas intenciones. Te quiero, amigo.
― Y yo también –le respondió José–, nos vemos pronto.
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